Enamórame si te atreves

Capítulo 9 Una tregua

Diego

—Mamá, mírame —tomé a mi madre del rostro y ella reía divertida mientras yo moría desesperado.

—Madre, mamita, mamitita, dile a papá, por favor, que está delirando, que no puede pedirme algo así, te suplico —me arrodillé frente a mi madre sujetándola de las piernas.

—No seas exagerado, Diego, por el amor de Dios —exclamó mi padre.

—¿Qué, no exagere, papá? ¿Te estás escuchando? Me estás pidiendo una locura, me quieres obligar a casarme con una mujer a quien no quiero.

—Entonces tendrás que trabajar en un puesto vendiendo salchichas porque de mi dinero y mi empresa no verás ni un centavo.

Comencé a zapatear cual niño pequeño.

—Patrick, no estás ayudando en nada, dile algo a este hombre que se ha vuelto completamente loco.

—Patrick no dirá absolutamente nada porque sabe que es lo mejor, ¿no es así, Patrick?

Mi primo se pasó la mano por el pelo.

—No se puede obligar a amar a nadie, tío. Y Diego no la ama, ¿no te parece que Mercy se merece algo mejor que esto? —Patricio me señaló y yo afirmé con la cabeza.

—Sí, se merece más que esto —repetí señalándome.

Mi papá suspiró hondo.

—Diego, te mereces una buena chica, sé que Mercy te ayudará a cambiar.

—¿Cómo, papá? ¿Cómo me ayudará Mercy? ¿Diciéndome que soy un tonto todo el tiempo? Esa chica cree que sabe todo, es una sabelotodo y piensa que soy un idiota.

—Idiota eres —giré hacia mi madre.

—Gracias, madre, no ayudas en nada.

—Diego, es hora que cambies tu forma de ser, es hora de que madures y aprendas a valorar a las personas. Mercy es una chica humilde y trabajadora —declaró de nuevo mi papá.

—Te olvidas de la parte en la que también tiene sentimientos.

—No, y justamente por eso, se merece un hombre que la cuide y la proteja. Está sola, y qué mejor hombre que tú, hijo, que también está solo.

—¿Quién dice que estoy solo? Yo no estoy solo, ¿tú estás solo, Patrick? No, nadie está solo, ya ves, papá.

—He dicho, Diego, y es mi última palabra. Al menos dale ese regalo a tu viejo antes de que se muera.

—¡Papá, no te vas a morir!

—No sé si te diste cuenta que tengo cáncer, Diego.

—Y ya estás en tratamiento y en manos del mejor médico, así que no digas esas cosas.

—Es mi última decisión. Si realmente me amas y te preocupas por la empresa y por mis bienes, harás lo que te digo y si no, ya sabes lo que haré —eso es chantaje, puro chantaje, deberías trabajar en Hollywood.

—Yo no quiero nada, tío, no me interesa tu dinero, por mí ni te preocupes, que no necesito dinero —dijo mi primo de mala gana y subió las escaleras mientras se quitaba la corbata.

—Iré a descansar, no más quebrantos, Diego, no más quebrantos —dijo mi padre dejando un beso en los labios de mi querida madre y subió detrás de Patrick.

—Dieguito, mi amor, por favor, haz caso a tu padre, haz que Mercy vuelva a la empresa e intenta conquistarla, sabes que tu padre no habla solo por hablar.

—Es injusto, mamá, ¿por qué nadie piensa en lo que yo quiero? También tengo sentimientos.

—¿Por qué crees que no puedes enamorarte de esa chica? ¿Solo porque no es el prototipo de mujer a la que estás acostumbrado? Tal vez encuentres el amor en quien menos imaginas.

—No, no, en ella no —dije negando, moviendo la cabeza varias veces.

—Y no es eso, mamá —me jalé el cabello sacudiendo mis brazos de un lado a otro. No sabía cómo hacer entender a mi madre, a mis padres, que esto estaba mal.

—Hay otra persona que merece más a Mercy que yo, no la desprecio, de verdad que no. Haré que vuelva a la empresa, pero no quiero casarme con ella, no puedo enamorarme de ella.

—Tonterías, Diego, lo harás, harás que vuelva a la empresa y que sea tu novia, y vas a ver que cambiarán las cosas. Solo debes darle una oportunidad, que quiero ver a Mercy aquí en cada acontecimiento especial de la casa, quiero una hija como ella.

—No, mamá, me rehúso.

—Mira, Diego García, tu padre no está jugando y no dejará la empresa ni su herencia en tus manos, y que te cases con una mujer que solo busca tu dinero y luego te quedes en la ruina. Mercy es la chica indicada, así que te pones las pilas y la conquistas o te olvidas de todo. Muchos años te hemos consentido en todo, ya es hora de cambiar las cosas.

Y fue ahí donde mi madre también me dejó, marchándose, y yo me quedé solo hablando a la nada.

¿Acaso nadie piensa en mí? El dinero, el dinero, ¿y qué hay de mí? Suspire hondo mientras revolvía mi pelo.

Ya, eso es… chasqueé mis dedos. Conquistaré a Mercy, la haré mi esposa y cuando papá me haya dejado toda la herencia le pediré el divorcio.

Sí, eso es genial. Claro, ¿para qué ahogarme en un vaso de agua si tengo la solución en mis manos? Y cuanto más rápido la conquiste, más rápido lograré que se case conmigo y listo.

Ay, Diego, qué inteligente eres, y luego dicen que eres un tonto. Lo siento, Mercy, no tengo nada en contra de ti, pero eres tú o yo, y obviamente soy yo.

Mercy

Primer día de intento en conseguir trabajo, fracasado. Me duelen los pies de tanto recorrer buscando algún trabajo decente, ya estoy considerando lo de bailarina nocturna.

Moví mis caderas de un lado a otro, creo que no me sale tan mal esto del baile. No, ¿a quién engaño? Esto es un completo desastre. Si no consigo trabajo tendré que volver a Tijuana y eso sí sería una catástrofe.

Seguí caminando hasta que, como siempre, mi mala suerte me persigue y terminé chocando con una persona que llevaba un perro; en realidad me enredé con la correa del perro. Grité desesperada cuando me tiró al suelo y el perro quería correr, conmigo tirando de mi pierna, sí, como si eso fuera posible.

—¡No, espera, espera!

Grité al animal para que se detuviera. Finalmente, el dueño pudo liberar mi pierna.

—Oh, disculpe, señorita.

—No se preocupe —declaré cuando tomé la mano que el hombre me ofrecía para levantarme.




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