Enamórame si te atreves

Capítulo 10 Celoso

Mercy

—Mira, Mercy, sé que me porté mal contigo y… oye, tus ojos —agaché la cabeza; ahora comenzará a burlarse de mis ojos.

—Deja en paz a mis ojos —se acercó a mí y solo levantó mi mentón. Me sentí la mujer más incómoda del mundo—. ¡Basta, risitos!

Dije sacudiendo mi rostro y soltándome—. Sí, di lo que tengas que decir, anda, espero.

—¿Quién dijo que me voy a burlar? Mercy, tus ojos son increíbles —lo miré dudosa; sí, algo quiere este desparpajo.

—Son únicos. ¿Sabías que solo el 0.25% de la población mundial sufre de heterocromía de iris?

—Ooh, no eres tan tonto después de todo, rey Julián.

—Oye, eso no es justo. Me tratas como tu cojín de gases emocionales.

Solté una risa.

—¿Lo ves? Hasta te sabes su repertorio —sonrió negando.

—Mercy, el punto es que… ¿Por qué usabas lentillas y ahora no? Oh, espera… —detalló mi rostro por algunos segundos.

—¿Cómo sé que estos son tus ojos naturales y no los otros? —rodé los ojos.

—¿Quién en su sano juicio se pondría lentillas de diferentes colores? Además, mírame —abrí mis ojos y se acercó a mi rostro—. ¿Lo ves?

—Sí, pero ¿crees que soy experto en descifrar lentillas y ojos naturales? —puse de nuevo los ojos en blanco.

—Cierto, eres un tonto, no podrías.

—¡Oye!

—A ver, dime a qué viniste y déjame trabajar, que me pagan para eso.

—¿Cuándo te pagan por esto? —agitó los volantes.

—No mucho, pero es lo que hay —ahora fue él quien rodó los ojos.

—Escucha, Mercy, vuelve a la empresa, necesito una secretaria eficiente; la que tengo apenas sabe escribir —me carcajeé y él se pasó la mano por el pelo.

—Es verdad, mira, te pagaré el doble de lo que estabas ganando.

—¡¿Qué?! —pregunté sorprendida.

—Sí, de verdad, te duplicaré tu salario y ya no te trataré mal —elevé una ceja y apoyé mis manos en mi cintura.

Comenzó a reír.

—Deja de hacer eso, es muy gracioso.

Le golpeé en el brazo.

—Auch, eso duele, qué violenta eres.

—Anda, por favorcito, Mercy, vuelve —juntó sus manos.

—¿Y sabes cuál es la mejor parte de esto?

—No, ¿cuál? —pregunté en tono sarcástico.

—Que podrás llamarme tonto si quieres, solo no lo hagas frente a los inversionistas, por favor.

—Lo pensaré, Diego, aún me debes una disculpa.

—Está bien, Mercy, sé que fui un tonto, perdóname.

—No, así no, no me sirve.

—¿Y qué quieres que haga? —sonreí de forma perversa.

Me quité el traje y se lo puse.

—No, no, no, estás loca, Mercy.

—No, no estoy loca, repartirás estos volantes por mí.

Me senté en la vereda para mirarlo.

—Y quiero que digas: “Soy el rey Julián, te invito a Súper Dog a comer unas ricas salchichas” —apoyó sus dos manos en su cintura y me carcajeé; en verdad era gracioso.

—No lo haré, Mercy.

—O sí, claro que lo harás.

—Por favor, no me hagas esto —suplicó.

—Anda, quítate entonces el traje y vete de aquí, déjame en paz y desaparece de mi vida.

—¡Soy el rey Julián, pasen, pasen a comer estas increíbles salchichas, aquí en Súper Dog!

No pude evitar reír al escuchar repetir esa frase. Hasta el dueño de la tienda salió a mirar; yo solo levanté mis manos encogiéndome de hombros y el agradable hombre solo levantó el pulgar en señal de aprobación.

—¿Cuánto tiempo tengo que estar aquí? —giró a mirarme cuando le quité unas cuantas fotos y grabé un vídeo que ya se los envié a Patrick.

—Ni se te ocurra enviarle eso a mi primo.

—¡Oh! Tarde, ya se fue.

—¡Mercy! —reclamó y solo me reí a carcajadas.

—Le enviaré también al señor García.

—No, ni se te ocurra, Mercy, ni se te ocurra —me persiguió intentando quitarme el celular y solo corrí de él, hasta que me sujetó del brazo y cayó al suelo y yo encima de él.

—Me gusta más el azul —dijo y supongo se refería a mis ojos, porque no dejaba de mirarme. Me levanté con rapidez y él detrás de mí.

—Ya quítate ese traje que tengo que trabajar.

—Pero dijiste que si hacía esto volverías.

—¡No! No dije tal cosa —dije sin mirarlo, solo contestando un mensaje de Patricio, quien me enviaba caritas riendo con lágrimas.

—Te dije que te disculpes, pero no dije que volvería a la empresa.

—No es justo, hice todo lo que me pediste, Mercy.

—Sí, y ya te disculpé por haber sido un tonto, pero eso no quiere decir que volveré.

Suspiró hondo quitándose el traje.

—Está bien, me iré, me iré con las manos vacías, y me prepararé para cuando mi padre me deje en la calle y no tenga ni dónde dormir —rodé los ojos.

—¿Lo ves? Eres el rey Julián, o tal vez deberías audicionar para Hollywood, podrían usar tu voz para una nueva película de Shrek, protagonizando al burro.

—Por favor, piénsalo, Misericordia, Piedad o como te llames. Por favor, prometo llevar la fiesta en paz y ser amigos.

—¿Y ahora me dirás a qué se debe ese cambio repentino?

—Es que me di cuenta que en verdad te necesito como secretaria. Patrick me está matando, mi padre se enteró y casi me mata.

—Lo pensaré, Diego, todavía me duele todo lo que me hiciste y dijiste.

—Fui un idiota —contestó.

—Oh sí, claro que sí lo eres.

—Está bien, Mercy, es justo, pero si quieres volver el puesto es tuyo y te duplicaré el salario, tienes mi palabra.

Giró y lo vi marcharse hacia su auto, un lujoso Mercedes Benz del año. Me mordí mi mejilla interior.

Uy, Diego García, eres el diablo, piensa, Mercy, tendrás un salario jugoso, podrás enviar dinero a tu madre y ahorrar, podrás seguir estudiando.

—Solo tú eres capaz, Mercy, de hacerle eso a Diego.

Apenas llegué a casa y tiré mis zapatos en algún rincón de la casa me cayó un mensaje.

Sonreí al leerlo, porque le había enviado las fotos y vídeos a Patricio.

Me incliné para acariciar a Luna, quien se refregó en mi pierna.

—Hola, encanto, espera que mamá conteste al tonto de tu padre —reí yo misma, porque sí bauticé a Patricio como el padre de Luna.




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