Enamórame si te atreves

Capítulo 11. No hacen anuncios para el corazón

—Sientate por favor.— pidió Diego y me extrañaba  tanta amabilidad.

—Ve al grano Diego García.— declaré sentándome frente a su escritorio.

—¿Por qué tienes que ser tan…?

—¿Tan qué?

—Tan fría.

—No soy fría Diego, solo no tengo sentimientos.— apreté mis labios en una fina línea evitando una sonrisa.

—Eso es ser fría Mercy.

—¿Querías que pase a tu oficina para hablar de mis sentimientos?

—No, querías que pase a mi oficina para hacer un trato, un trato que te conviene a ti y a mí.— lo miré fijamente y ver su sonrisa maquiavélica solo significaba algo malo.

—¿Un trato? Esto es increíble sabía que esto de volver era una treta barata.

—No, nada de eso, independientemente de lo que te voy a proponer te necesitaba aquí en verdad, al menos tú ya sabes usar la tablet, pero aparte de eso.— se levantó caminando y se posó frente a mí recostándose su trasero en su escritorio.

—Mercy verás, sé que tú necesitas dinero, sé que tu familia en Tijuana lo necesita, ayudas a tu madre y a tu hermano. Estás sola, no tienes novio.— caminó lentamente posándose detrás de mí.

Me sacudí cuando sentí sus manos en mi hombro.

—Mercy, mi padre está enfermo, no sé cuánto tiempo vivirá, dejará en mis manos su empresa, sus bienes. Pero hay una condición.

Su respiración en mi oído ya me hizo sentir incómoda.

—¿Y cuál sería esa condición?

—Papá piensa que para dejar en mis manos su herencia, necesita que yo sea un hombre serio, que haya sentado cabeza y necesita que esté casado, con una mujer seria y responsable.

Giré mi rostro como una muñeca diabólica.

—¿Qué insinúas risitos?

—Es ahí donde entras tú mi adorada Mercy.

—¿Adorada? ¿Donde entró yo, como para que o que?— apoyó sus dos manos a cada lado de mi silla.

—Mercy, mi padre se ha vuelto loco y solo me pidió una cosa.— pasé saliva.

—¿Qué cosa?

Se arrodilló frente a mí y saco una cajita negra lo abrió frente a mí y dijo…

—Mercy, ¿Quieres casarte conmigo?— y yo parpadeé y parpadeé viendo el lujoso anillo frente a mí, estaba soñando, esto no era real, para nada era real, Paquita la del barrio era real, esto no.

Y luego solo… solo solté una sonora carcajada echando mi cabeza hacia atrás, reí tanto que hasta me salieron lágrimas y me dolía la pancita.

—¡Ay Diego! —Seguí riéndome hasta aplaudí de lo gracioso que me resultó su broma.

—Que gracioso eres Diego, que gracioso eres en verdad, jamás imaginé semejante broma. Esto si estuvo bueno, ni el traje de salchichas fue tan gracioso como esto, por Dios, te luciste, ahora sí te luciste.

—Mercy, no es broma, en verdad quiero que seas mi esposa.

Me sequé las lágrimas sin dejar de reír. —Estas loco de remate.

—Por favor Mercy, es mi única solución, eres mi única solución, sino me ayudas papá me dejará en la calle.

—¿Y? ¿Y que tiene? Vivir en la calle no es tan malo Diego, vivir en la calle te hace un hombre más fuerte.— hice puños mis manos dando más énfasis.

Me levanté de la silla alejándome de él. —Mercy, ganarás mucho en esto, te daré mucho dinero. Tu familia jamás volverá a necesitar.

—¿Me estás intentando comprar?

—No, claro que no, solo ve el lado positivo a esto, nos casamos, yo heredo la herencia de mi padre y tú tienes dinero para ti y tu familia, ya no vas a trabajar, tu familia tampoco y todos salen ganando.

—¿Si? Bravo, bravo.— aplaudí irónicamente.

—Todos salen ganando, pero te olvidas de una parte.

—¿Y cuál sería?— preguntó.

—Que tengo sentimientos y si me caso sería por amor, no por dinero y mucho menos contigo.

—Que estupidez es esa Mercy, ¿Por amor?¿Por amor? ¿Te estás escuchando?¿Cuando años tienes? ¿Alguna vez te has enamorado? ¿Y si lo hiciste esa persona te correspondió? — guardé silencio, es verdad nunca nadie jamás en mi vida se ha fijado en mí y si lo hacían solo era para decirme gorda y burlarse de mis ojos.

—¿Mercy mirame? — giró mi rostro y solo apreté mis dientes entre sí.

—El amor no existe Mercy, el amor es una mie… — apretó sus manos en puños.

—El amor te destruye, el amor no es real, en la más mínima oportunidad ya no está, ya no existe y desaparece.

—No es así como funciona esto Diego.

—Sí, claro que es así Mercy. El matrimonio es un negocio.

—¿Quieres que comparta mi vida al lado de un hombre que no amo?

—No, no te pido eso, solo pido que te cases conmigo y luego pues...

—Cuando tu padre muera me dejarás, ¿Es así no?

—Eres definitivamente el rey Julien, egoísta y caprichudo… —¿No es caprichoso?

—Yo inventaré la palabra que quiera Diego, si quiero decir caprichudo lo diré. Caprichudo, caprichudo.

—Entonces déjame hacer las cosas de otra manera.— lo miré nuevamente con miedo. 

—¿Qué otra manera? No existe otra manera, ¿Existe otra manera de ser más idiota que esto?

—Déjame enamorarte.— volví a reír escupiéndolo.

—¿Que parte de no tengo sentimientos no escuchaste?

—Estas loco Diego, mejor me voy a trabajar que de seguro hay muchas cosas que hacer, y tú mejor ponte a hacer lo mismo.— lo señalé con el dedo.

—¿Lo pensarás Mercy? La propuesta estará siempre disponible.— gritó y solo levanté la mano agitándolo en el aire. Para no quitarle el dedo medio. Eso ya seria demasiado grosero y yo tengo clase. 

Salí de la oficina y fui a sentarme en mi escritorio y solté todo el aire que tenía dentro. Todo tiene que ser una jodida pesadilla.

¿Casarme con el rey Julien? Debe estar demente, esto se lo tengo que decir a Patricio, de seguro reirá a carcajadas. Solo a alguien como Diego se le puede ocurrir semejante barbaridad.

Y en verdad parecía que me fui un mes, tuve que organizar tantas cosas, intenté olvidar todo lo que pasó en la mañana y comencé a organizar la agenda de mi nuevo jefe.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.