Enamórame si te atreves

Capítulo 25. El fin de una historia

—¿Cobarde? ¿Me llamas cobarde después de que te tardaste más de un año en decirme que me amabas? ¿Me llamas cobarde a mí siendo que fuiste tú quien por cobardía o por proteger el dinero de tu familia me iba a usar como conejito de India?— apretó la puerta del auto con sus manos volviendo banco sus nudillos.

—¿Me negarás que tú sabías que Diego tenía intereses de por medio? ¿O en verdad le creíste que te amaba?— sonreí con ironía.

—Tienes razón, fui yo la única culpable aquí, porque en verdad pensé que alguien como él podría amarme.

—¿Y no te importa nada de lo que yo te dije Mercy?¿No te importa que te haya confesado mis sentimientos?¿No te importa lo que yo sienta? ¿No puedes dejar tu orgullo a un lado y darme una oportunidad?

—Ahora hasta dudo que en verdad sientas algo por mí, la verdad creo que solo querías que no me casará con Diego porque te pesaba la conciencia.

Me observó con el rostro tenso y solo parpadeó y parpadeó.

—¿Se va o se queda señorita?— preguntó el señor del taxi. Miré a Patricio por última vez.

—Adiós Patricio, que seas muy feliz —soltó la puerta de pronto y mis lágrimas inundaron mis ojos y el nudo amargo apresó mi garganta.

—Tal vez fui un cobarde porque tardé en decirte que te amaba por temor a perder tu amistad, por temor a que me dejaras de hablar y me rechaces, si fui un cobarde, pero este cobarde se muere por ti, y nunca amaré a nadie como te amo a ti, si crees que es lo mejor, vete Mercy, vete simplemente, no soy nadie para detenerte —sollocé cerrando la puerta del automóvil y él solo se apretó el ojo evitando que más lágrimas salieran de ellos.

—¿A dónde señorita?— preguntó el conductor, yo quería bajarme, quería abrazarlo y decirle que lo amaba también más que a nada, pero no puedo olvidar la humillación y el dolor que me causaron, no confío en él, no confío en nadie.

—A la terminal de ómnibus por favor— pedí y sentí como se movía el taxi alejándome de Patricio, giré de nuevo mi cabeza mientras el automóvil se alejaba con rapidez cada vez más y solo lo vi a él hincarse en el suelo cubriéndose el rostro, mi corazón estaba destrozado, mi alma estaba en una completa oscuridad, yo hice lo mismo solo me cubrí el rostro apretando parte de mi frente para llorar desconsolada.

Toda mi vida se había derrumbado en cuestión de nada.

Solo llegué allí, unas horas después tomé un autobús que me llevara hasta mi pueblo y dejar la gran ciudad para siempre o al menos por un tiempo hasta que mis heridas sanen y ya no sienta dolor.

De la parada de autobús tomé un taxi que me llevara hasta mi casa. Sé que mi madre está malita, y darle más dolor es lo que no quiero, pero no puedo mentirle, esto no es algo que pueda ocultar, de hecho mi rostro denota la tristeza que llevo encima.

Acariciaba a Luna sobre mis piernas y ella solo golpeaba su cabecita contra mi mano, hasta que finalmente llegué y mi estómago se revolvía como nunca, mi cabeza me dolía horrores.

Pagué al señor del taxi diciendo un “gracias” y me ayudó a bajar mis dos maletas.

Y solo me quedé ahí parada frente a mi casa mirando la entrada y de pronto la puerta se abrió dejando ver a mi hermano, que al parecer estaba vestido para ir a trabajar en su turno de la noche.

Suspiró hondo bajando las gradas para abrir el portón y yo no pude aguantar mi llanto, bajé a luna y corrí hasta él para abrazarlo, mi hermano, el único que me quiere así como soy.

—¡Pequeña!— susurró abrazándome y acariciándome la espalda. Yo no podía hablar solo lloraba a cántaros.

—Mateo —musité mojando toda su ropa con mi llanto.

—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó tomando mi rostro entre sus manos. Solo negué moviendo mi cabeza una y otra vez.

—Ven— me llevó hasta la grada de la entrada de mi casa y ahí nos sentamos uno al lado del otro, Luna se acercó a Mateo para pegar su cabeza y su cuerpo en sus piernas y él solo le acarició suavemente.

—Dejé mi trabajo, dejé mi vida allá, dejé todo —no dijo nada, solo movió la cabeza afirmando.

—La pregunta es ¿Qué pasó? —pasé saliva.

—Una larga historia, solo que nunca me sentí más humillada y rebajada en mi vida.

—Sabes que aquí tienes tu casa, me tienes a mí y a mamá, te fuiste porque quisiste.

—Me fui porque debía hacerlo, necesitábamos el dinero, de hecho lo necesitamos.

—De hambre no nos vamos a morir Mercy, yo trabajo y no les faltará nada, es mejor comer pan con agua todos los días a qué pisoteen tu dignidad.

Recosté mi cabeza en su hombro y solo nos quedamos allí sin decir nada.

—Me enamoré —confesé.

—Todos lo hacemos Mercy en algún punto de nuestra vida, pero algunos no nacemos para ser correspondido y estar con la persona que amamos, algunos simplemente vivimos.

—Es injusto Mateo, es injusto ser pobre y fea además.

—Hey, no digas eso, tú no eres fea Mercy, no lo eres, solo hay cosas que debes cambiar y aumentará tu autoestima.

Solo suspiré mirando a la nada, pensando en Patricio y la idea de saber que nunca lo volveré a ver me provoca un vacío enorme en el corazón.

—¿Mamá? —pregunté.

—En su habitación, anda, entra que de seguro estará muy feliz de verte, creo que tu regreso le hará bien —dejé un beso en la mejilla de mi hermano y me levanté de allí caminando hacia la puerta.

Respiré hondo, muy hondo antes de abrir la puerta, estaba de vuelta a mi vida aquí, dejando atrás tantas cosas y momentos hermosos, dejando atrás al amor de mi vida, pero también el dolor y la desilusión.

La semana pasó y los días parecían eternos para mí, mi madre estaba muy feliz de tenerme aquí de nuevo. No le conté todo lo que pasó, es mejor así, solo que necesitaba dejar ese trabajo y regresar.

De los García no he vuelto a saber nada y es mejor así, es la única manera de borrar todos esos recuerdos.

Ahora necesitaba de nuevo encontrar trabajo, llorar todos los días no me darán de comer a mí y mucho menos a mi madre.




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