~Siwon~
Después de todo el tiempo que había esperado para verla, parecía una mala jugada del destino volver a encontrarla, precisamente en los brazos de su hermano. ¿De dónde se conocían? Daniel apenas acababa de regresar de América y por lo que tenía entendido, Claudia no había viajado ahí en ninguna ocasión. ¿De dónde?
―Señor Choi ―escuchó la voz de uno de sus empleados y sin dejar de verlos contestó.
―Dime.
―La persona para la entrevista, llegó.
―Si, ya me di cuenta ―respondió de mala gana, volviendo sus ojos a Claudia, que seguía en los brazos de Daniel con una expresión por demás alegre―. Llévala a la sala de entrevistas, en un momento estaré ahí. Ah… Y dile a Kyu Hyun que se prepare para realizar la entrevista.
―Entendido, señor.
Desde luego que no podía ser él, quien la entrevistara, eso podría hacerla desistir de aceptar el empleo, pero tampoco dejaría que Daniel lo hiciera. Mantuvo sus ojos en ellos, mientras esperaba impaciente que su empleado llegara hasta donde estaban y los interrumpiera, rompiendo la atmosfera que había entre ambos. Algo que lo molestaba desmesuradamente. Conocía demasiado bien a Claudia, para saber que aquel abrazo no había sido un saludó ordinario y que ella no lo veía como una simple amistad. La forma en la que miraba a su hermano era la misma que cuando miraba a su exprofesor de física en la preparatoria, quien le gustaba a ella. ¡Demonios! ¿Por qué Daniel? ¿Por qué de todos los hombres tenía que ser él? Se preguntó con malestar.
~Claudia~
Claudia no podía creer que apenas hubiera llegado al lugar, se encontrara con él y más aún le resultaba increíble, que pudiera recordar su nombre, sin duda eso significaba algo y algo muy bueno, al menos ella lo pensaba así.
―Lo siento ―se disculpó apenada, mientras se apartaba de él. No había podido contener su emoción y se lanzó a sus brazos como si fueran un par de amantes.
Daniel sonreía ante su eufórica reacción. Lo que le confirmaba lo particular que era esa chica.
―¿Qué haces aquí? ―preguntó él, mirándola con más atención. Ahora que vestía formalmente, parecía aún más linda. Además de que la forma en la que lo miraba lo hacía sentirse halagado, no era como las típicas chicas que lo miraban con cara de “tengamos sexo”, la mirada de Claudia era distinta y eso le gustaba.
―Eso debería preguntarlo yo ―contestó ella, intentando fingir, no saber nada sobre la razón por la cual él se encontraba ahí, aunque de sobra la conocía, era el principal motivo de que deseara conseguir ese puesto.
―Yo trabajo aquí ―respondió Daniel, con aire despreocupado, como si fuera un simple empleado más. Lo que la reconforto, pues Ise le había dicho que quizás al encontrarlo ahí, se mostraría de forma distinta a como se había comportado con ella en el aeropuerto, algo lógico al ser el dueño podría ser engreído y presuntuoso, pero no era así. Seguía manteniendo esa sonrisa agradable, la cual la enamoraba cada vez más.
―¿En serio? ―preguntó ella, fingiéndose sorprendida―. No lo puedo creer. Yo vine por una entrevista de trabajo.
―No me digas que es para ser la nueva editora.
―Si ―contestó con modestia Claudia. Todo esto por consejo de su amiga, a ella siempre le gustaba que reconocieran su mérito como una de las mejores editoras, no por nada se había esforzado tanto para ganar su renombre. Pero sabía que con Daniel tenía que ser moderada y humilde.
―Maravilloso ―murmuró él. Realmente le gustaba tal coincidencia, seguramente trabajar con ella seria agradable. Ella tenía algo que lo hacía sonreír involuntariamente, no sabía si era esa efusividad o alegría que transmitía, no solo con su mirada, sino corporalmente. Como si tuviera mucha energía.
―Señorita. ―Uno de los empleados se acercó a ellos―. Señorita… ¿Ivette? ―preguntó el chico. Ella lo miró con cara de pocos amigos. No es que no le gustara su segundo nombre, sin embargo, la mayoría de sus conocidos la nombraban utilizando su primer nombre, Claudia, Clau; pero casi nunca Ivette.
―Sí, soy yo, pero dígame Claudia ―sugirió. El hombre la miró y observó su tableta, revisando su nombre.
―¿Señorita Claudia Ivette? ―Eso era aún peor, solo su madre y su amiga la llamaban por su nombre completo cuando estaban molestas con ella. Al percatarse de su reacción, Daniel no pudo evitar una risilla, que intentó ocultar, llevando la mano al rostro.