Enamorarme la primera vez fue mi error

capítulo 2

—Molly, no te rías, que no es gracioso —prevengo a mi mejor amiga, a través del teléfono.

—Pero es que te pasas, ¿cómo se te ocurre ponerte a criticar a alguien empezando un nuevo empleo?

—Lo sé —concuerdo, desanimada—, y ahora tengo miedo de que me haga la vida imposible.

—Bueno, tampoco seas pesimista, además, ¿no me dijiste que Tarzán trabaja en otro departamento?

—Sí, pero trabajamos en la misma planta, por lo que no verlo me será casi imposible.

—Ay, mujer, ya no le des más vueltas, puede que al final resulte no ser tan pesado y terminen llevándose bien.

—¡Ja! Lo dudo.

—¿Y dónde estás ahora?

—Llegando a casa. Iba a pasar por la cafetería a verte, pero ha sido un día muy largo, y solo quiero dormir.

—Está bien. Mira, te tengo que dejar, que ya se terminó mi receso, pero mañana te pasas por aquí y me cuentas bien cómo estuvieron las cosas.

—De acuerdo, besos. Te quiero.

—Yo también —dice, antes de colgar.

Doblo en la 9th St., mi calle. Vivo en el barrio Park Slope, en Brooklyn. Me gusta. Tengo cerca todo lo que necesito: El Sunsine, la tienda china donde me arreglo las uñas; un Mc Donalds, el Deli, varios restaurantes, que, para mí, que no me gusta cocinar, me viene como un guante. Incluso, la oficina postal me queda cruzando la calle. Además, tengo Prospect Park a unas cuadras. Es un hermoso parque, nada que envidiarle al Central Park.

Solía vivir en Bushwick, con mis padres, pero al morir ellos, me fue imposible quedarme en esa casa, demasiados recuerdos. Igualmente, quise buscar algo más acorde para una mujer sola, y Park Slope era el lugar adecuado. Los precios son caros, pero corrí con la suerte de que mis caseros, una pareja ya entrada en edad, quisieron mudarse a una casa, algo más terrenal, que vivir en un tercer piso; y terminaron dejándomelo a un precio asequible.

Al llegar a mi edificio veo a Lucie, merodeando. Es una Bichón Maltés, la perrita más cariñosa que conozco.

Me agacho, la tomo, y ella se mueve juguetona entre mis brazos.

—Hola, preciosa —digo mientras le acaricio su sedoso pelaje blanco satinado—, te has vuelto a escapar, ¿eh?

Busco sus redondos ojos negros, y ella me devuelve la mirada de perro apaleado, pienso que, avergonzada por su comportamiento, a la vez que continúa agitándose.

—No, no me mires así, que esta vez no te va a funcionar. Mira que eres traviesa, ¿cuántas veces te he dicho que las señoritas no andan por ahí solas? Sabes muy bien que podrías perderte, o lo que es peor. —Bajo la voz y prosigo—, que el perro de la señora Rose quiera jugar contigo ¡Puah! —exclamo con cara de horror—. Eso sí sería terrible.

La perrita ladra, creo que concordando conmigo, luego baja la cabeza, se acomoda entre mis brazos y deja de agitarse. Yo sonrío, feliz de que nos hayamos entendido.

Entre damas hay que saber aconsejarse, y el perro de la señora Rose es horriblemente feo.

—Vamos, te llevo a casa, que la señora Ripolli te debe estar buscando.

Con Lucie en manos subo hasta el cuarto piso, que es donde vive mi vecina de unos cincuenta y tantos años. Enviudó hace tres años, y adoptó a la perrita hace dos, para sentirse menos sola. La señora es una mujer encantadora y muy dulce.

Llego, y la puerta está media abierta, aun así, toco, pero no hay respuesta.

Asomo la cabeza entre la puerta y el marco al momento que llamo.

—Señora, Ripolli.

Nada. No me responde.

Entro cautelosamente, dejo a la perrita en el piso y cierro detrás de mí, para evitar que se vuelva a salir.

Es el silencio total.

—Señora, Ripolli ¡Lucie se ha vuelto a escapar! —grito en dirección de ninguna parte en específico—. ¡¿Se encuentra bien?!

Sigo sin obtener respuesta, y comienzo a preocuparme. Es una señora entrada en edad y vive sola, muy bien pudo haberle pasado algo.

¡Oh, por Dios! ¿Y si ha entrado un ladrón?

Después de todo, esto es Brooklyn, y los crímenes siempre están a la orden del día.

Antes de pensarlo dos veces, agarro un candelabro de hierro que está arriba del recibidor de madera.

Con sigilo y pequeños pasos atravieso la sala que está poco iluminada, giro la cabeza en varias direcciones, pero no hay señales de ella. Tomo el pasillo que da a la habitación, y escucho el agua de la regadera. No creo que un ladrón se esté tomando una ducha después de un robo.

Mierda, ¿y si la mató y está tomando una ducha para limpiar la evidencia?

¿Qué hago yo aquí? Debería estar llamando a la policía. Puede que por andar haciendo de heroína, termine muerta yo también.

«Eve, ¡estás loca!».

Sí, en definitiva, debo dejar de ver CSI, esas series me están volviendo paranoica.

Tomo un hondo respiro.

Allá vamos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.