Enamorarme la primera vez fue mi error

capítulo 3

Al día siguiente, después de una noche de descanso y rejuvenecimiento, llego a la oficina de lo más animada, con una gran sonrisa. Al subir a mi planta todo está tranquilo, miro a mi alrededor, y me topo con la simpática de Paige.

—Buenos días. —La saludo.

—Buenos días, preciosa.

—¿Y dónde están todos? —Le pregunto al ver que el piso no está poseído por el mismo ajetreo del día anterior.

—Hoy tenemos reunión —contesta al mismo tiempo que agita un vaso de café que lleva entre las manos—, así que lo más probable es que estén reforzando su dosis de cafeína.

Asiento.

No sabía nada de la dichosa reunión, me agobio un poco. No me gustan las reuniones y, sobre todo, si no sé de qué van. Por suerte, he llegado temprano, y Paige, que es más buena que el pan y está dispuesta a ayudar, como siempre, me explica un poco los detalles.

Todas las semanas, los supervisores se reúnen con su equipo y hacen un briefing de cómo van las cosas. Durante la reunión, nuestra jefa recalca los puntos negativos que debemos mejorar, felicita al equipo por su buen rendimiento, y nuevamente, me da la bienvenida a la empresa.

Después de tres horas de reunión, en las cuales aprendo las diferentes técnicas que debo aplicar a la hora de atender a un cliente, de conocer un poco más a fondo las políticas, los servicios de la empresa, y donde lastimosamente descubro que nuestro departamento trabaja muy a menudo con el departamento de ventas, razón por la cual estamos en el mismo piso, mi jefa da la reunión por terminada.

Vamos, que ellos venden, y nosotras nos encargamos de complacer todos los caprichos de nuestros clientes durante su estadía.

No muy bien hemos atravesado la puerta de la sala de reunión, cuando Paige enreda su brazo con el mío.

—Te invito a comer —me dice.

Al recordar que suele hacerlo con su amigo, la miro con desconfianza mientras trato de que se me ocurra algo para salir de esta, la chica se ha portado muy bien conmigo y no quiero parecer grosera.

—Paige, de verdad te agradezco la invitación, pero...

—Solo seremos tú y yo. —Me corta.

—Pues, en ese caso, yo encantada —respondo con demasiada prisa y entusiasmo.

Paige sonríe y me da una ligera palmadita en el hombro.

—¡Oye! Aunque lo parezca, él no come gente.

—Lo siento, sé que es tu amigo, y estoy siendo una peste. Si quieres que comamos con él por mí está bien, no tengo ningún problema.

—Me alegro de que quieras darle una oportunidad, pero, aunque quisiera, no puede; tiene reunión con el director y los otros supervisores.

Sus palabras me llenan de alivio. No sé por qué, pero la verdad es que no quiero toparme con él.

Salimos de AC Travels & Tours, y nos dirigimos a un pequeño local, que vende comida rápida, a una cuadra de la empresa.

—¿Por qué no comimos en la cafetería de la compañía?

—¡Estás loca! La comida en la empresa es intragable... —replica mientras hacemos la fila para hacer el pedido—. Nunca sabes lo que te sirven.

Paige se pide una ensalada Cesar, y una Coca Cola; yo, una hamburguesa doble, con la misma bebida.

Diez minutos más tarde, nos acomodamos en una de las mesas.

—A ver, cuéntame un poco de ti. —Me pide.

—Pues, no hay mucho que contar, he vivido aquí toda la vida, no terminé mis estudios, por lo que trabajo de lo que haya y aparezca.

—¿Y por qué no terminaste una carrera?

—Los grandes estudios no se hicieron para mí —respondo, encogiéndome de hombros.

Bien podría contarle la historia triste de mi vida, pero prefiero resumirlo a eso.

Pasamos media hora hablando de todo y de nada, me cuenta que al igual que yo, es hija única, tiene veinte y cinco años, es soltera; aunque le gusta un chico que vive en su misma calle, pero aparte de intercambiar algunas miradas, no ha pasado nada de nada. También me cuenta que no se lleva bien con Charlotte, una de nuestras compañeras de trabajo; al parecer, es una «lagartona interesada».

Nos reímos de nuestros defectos y miserias, y descubrimos que tenemos muchas cosas en común.

—¿Cómo entraste tú a trabajar en la empresa? —Le pregunto al terminar de comer.

—Gracias a David —responde. Su respuesta me sorprende.

—¿Ah, sí?

—Ajá.

Espero que continúe, pero no lo hace.

—¿Y eso por qué? —Me intereso.

—No conseguía trabajo, David entró como supervisor, un año después hubo una vacante, y él me animó a enviar mi currículum. Yo estudié contabilidad, lo mío son los números, nada que ver con el turismo, pero como los empleos están tan escasos, terminé haciéndole caso, y dos semanas más tarde entré a trabajar.

Nunca me ha dicho nada, pero estoy segura de que él tuvo mucho que ver con que me aceptaran.




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