Enamorarme la primera vez fue mi error

capítulo 6

A las seis y diez llego al local en unos jeans oscuros y una camiseta rosada pálida, de tirantes, aprovechando la cálida brisa de primavera.

Entro, busco con la mirada a Molly, y la visualizo sentada en el fondo, cerca del escenario.

Sonrío, encantada. Escogió un buen puesto.

Al llegar a la mesa me quedo boquiabierta, sin poder creer lo que mis ojos ven.

—¡Mujer, pero ¿qué te has hecho?!

Mi amiga sonríe abiertamente y toma pose de «top model».

—¿No te gusta? Es mi nuevo look.

—¡Pero si tienes el pelo de dos colores!

Me rio, intento evitarlo, pero es más fuerte que yo, y termino muerta de la risa. No es porque tenga el pelo de dos colores, es que lo lleva al puro estilo de Cruela de Vil, a diferencia de que el lado blanco lo tiene azul.

—Dime la verdad, ¿es uno más de tus experimentos fallidos? —inquiero, sin poder parar de reírme.

Molly tuerce el gesto y se desinfla, al mismo tiempo que se deja caer en la silla.

—Quise hacerme unas mechas, y ese fue el resultado.

Me muerdo los labios para frenar mi risa histérica, porque sé lo importante que es para ella. Todos tenemos un sueño, y el de mi amiga es abrir una peluquería, por eso siempre está experimentando con su propio cabello. Lo malo es que casi nunca le sale como ella quiere. Lo bueno de Molly es que tiene una personalidad extrovertida, lleva con orgullo sus libras de más, y sus intentos de corte y tintado de cabello fallidos.

—¿Hace rato que llegaste? —Le pregunto para cambiar de tema.

—No, hace apenas unos minutos.

—Me gusta la mesa que escogiste.

—Ya sabes cómo es, ahorita se llena el local y no hay dónde sentarse. Por lo menos desde aquí podremos burlarnos un poco de los participantes.

Me rio mientras tomo asiento junto a ella. Levanto la vista y le hago un gesto con la mano a Jason, el chico de la barra, para que me ponga lo mismo que está tomando mi amiga.

—¿No me dijiste que venía una amiga tuya del trabajo?

—Sí, de hecho, me pregunto dónde estará, que... —replico, tomando mi teléfono, dispuesta a llamar a Paige. No puedo creer que no vaya a venir.

No logro terminar la frase cuando veo a la pelirroja entrando al bar. Se para en la puerta y mira a su alrededor con torpeza. Parece pez fuera del agua.

Levanto la mano para que pueda vernos, y sus ojos se iluminan al reconocerme.

Camina en nuestra dirección, ganándose varias miradas de algunos de los caballeros del local. No es para menos, es una chica preciosa, pero aún no es consciente de su potencial.

—¡Hola! —La saludo—. Por un momento pensé que nos dejarías enganchadas.

—Pues pensaste bien, porque estuve así... —anuncia, separando apenas unos centímetros su dedo índice del pulgar—, de no venir.

—Me alegro de que lo hayas hecho, ya verás lo bien que lo vamos a pasar. Por cierto, ella es Molly, mi mejor amiga... —digo, apuntando hacia la mencionada—. Molly, te presento a Paige.

Al encontrarse con los ojos de Molly, mi compañera de trabajo se queda pasmada, no es para menos, pero rápidamente trata de ocultar su sorpresa.

Ambas intercambian un: «mucho gusto de conocerte», justo en el momento que tiro una silla e invito a la recién llegada a que tome asiento.

—¿Y qué se supone que haremos aquí? —pregunta Paige.

Molly la mira con los ojos bien abiertos.

—¡Pero ¿tú de dónde has salido?!

Me carcajeo, no lo puedo evitar.

—No me lo vas a creer... —digo en dirección a Molly—. De aquí mismo.

La mirada de Molly se ensancha, incrédula.

Al principio yo tampoco lo podía creer. Aún quedan chicas buenas en Nueva York.

—¡Hija, pero te tenían encerrada! —prosigue Molly.

—Bueno, tampoco es para tanto. —Se queja Paige, creo que un poco ofendida—. Suelo salir de vez en cuando con David.

—¿Y quién es David?

Ladeo la cabeza y hago un gesto con los ojos hacia Molly, dándole a entender que ya sabe de quién se trata.

Mi amiga, que es más rápida que Schumacher durante una vuelta del Fórmula 1, suma dos más dos, y se le ilumina el bombillo. Como la conozco tan bien, le doy una ligera patada bajo la mesa, para que no se le vaya la boca, pero llego muy tarde porque en el mismo momento ella añade:

—¿El rarito de tu trabajo?

Elevo los ojos al aire antes de lanzarle una mirada de disculpa a Paige.

Sé que David es su mejor amigo, y no creo que le haga gracia escuchar que hemos estado hablando de él, y encima, que le hayamos nombrado «el rarito», además de «Tarzán», «bestia peluda», «Yeti», entre muchos otros.

—O sea, ¿que pasó de ser bestia peluda a rarito? —dice con el rostro serio.




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