Enamorarme la primera vez fue mi error

capítulo 9

Estoy tan eufórica, pese a mi inconveniente con David, que me he pasado el resto de la mañana pendiente del reloj, contando los segundos restantes para el mediodía.

A la hora del almuerzo salto de mi silla, me despido rápido de Paige, y bajo a toda prisa.

En el ascensor le mando un mensaje a Daniel, preguntando dónde nos vemos, y me responde que ha tenido un imprevisto y no podrá salir del estudio. A pesar de eso, me dice que compre la comida y la lleve, que podemos comer allí.

Su mensaje me molesta y me decepciona un poco, pero trato de ser positiva, todavía nos veremos, aunque no sea en las condiciones que yo imaginaba.

Salgo de la empresa, me paro en el comercio de la esquina, y pido algo ligero para Daniel. Con eso de que es modelo se cuida bastante, y casi no come carbohidratos.

Quince minutos más tarde, ya con el pedido en mano, tomo un taxi; solo tengo hora y media para comer, y quiero pasar el mayor tiempo posible a su lado.

Cruzar la cuidad es infernal, los tapones me retrasan, estoy ansiosa por llegar, pero respiro para calmarme; después de todo, esto es Nueva York, y el tráfico es parte de su encanto.

Veinte minutos más tarde, al llegar al edificio donde están realizando las pruebas, le envío un mensaje para avisarle que he llegado. Me desespero en frente del edifico mientras espero su respuesta, que llega diez minutos más tarde.

—Siento mucho la tardanza. —Se disculpa cuando se acerca a mí, casi a la carrera.

Lo miro, atontada, está guapísimo con esos Levi’s, ajustados, y esa camiseta azul cielo, cuello V, que resalta aún más el azul de sus ojos. ¡Todo un bombonazo!

Tengo que pestañar varias veces para salir de mi ensimismamiento.

—No te preocupes, lo importante es que ya estás aquí —respondo, dispuesta a empezar a disfrutar de nuestra cita.

Me acerco y le doy un beso, el cual él termina rápidamente.

Frunzo el ceño un poco, desconcertada, al ver su comportamiento tan distante.

—Lo siento, sé que te prometí un almuerzo en todo su esplendor, pero me ha salido este trabajo en último minuto, y no podía zafarme.

Parece realmente afectado por la situación. Así que evalúo las circunstancias, es perder veinte preciados minutos en interrogarlo e intentar averiguar porqué luce tan distante, o pasar un buen rato en su compañía. Me toma un segundo decidirme.

—No le des más vuelta —digo, esbozando media sonrisa—. Mira, te traje una ensalada y una soda con gas. ¿Dónde crees que podemos acomodarnos para comer?

Él se rasca el cuello, parece nervioso, mira a todas partes, menos a mí.

—Este..., sé que te dije que comeríamos juntos, pero no puedo. Solo he bajado para decírtelo.

¡Qué! Tiene que ser una maldita broma.

He cruzado toda la ciudad para que él me salte con esa mierda.

Siento cómo mi cuerpo empieza a arder. Entrecierro los ojos y lo miro, incrédula. 

Estoy tentada de ponerle la ensalada de sombrero, y mandarlo al diablo.

—De verdad quería que saliéramos a comer, pero este trabajo es así, siempre estás corriendo; y en el momento que menos lo piensas, te están llamando. Soy nuevo en esta agencia, y no puedo negarme cuando me consiguen un contrato.

Estoy frustrada y desilusionada, pero sus palabras me parecen sinceras, de manera que miro hacia el cielo y respiro hondo.

—No pasa nada, lo dejamos para otra ocasión.

Daniel sonríe, se acerca a mí y me acaricia la mejilla con los nudillos.

—Te lo voy a compensar. —Me dice, antes de inclinarse y besarme. En esta ocasión el beso es más largo, más profundo y más apasionado, pero igual me sabe a poco.

—Anda, ve a trabajar. —Le digo al terminar el beso.

Sonrío como una tonta. Soy consciente de que se lo estoy poniendo fácil, pero lo entiendo. No es sencillo integrarse ni en un nuevo trabajo ni en una nueva ciudad.

Él agarra el paquete con la comida y regresa disparado por donde mismo vino.

 

 

Arrastrando los pies y con el ánimo por el suelo regreso al trabajo. Voy entrando al edificio cuando veo a Paige que se acerca al ascensor del brazo de David, quien se ha cambiado la camisa.

Me detengo y los observo a distancia, tratando de entender qué es lo que los une y los vuelve tan amigos. Ella es menuda, frágil y, aunque es una chica muy dulce y un poco reservada, está llena de vibra. Solo le falta soltarse un poco las greñas; mientras que él, es tan ermitaño, grande y salvaje. Son físicamente tan opuestos; sin embargo, tan amigos.

David le dice algo, ella sonríe, y ambos están perdidos en lo que sea que él le está contando; hasta que, como si él sintiera que lo estoy observando, levanta la cabeza y me mira por encima del metro sesenta y cinco de Paige. De inmediato siento cómo me arden las mejillas de pura vergüenza, a la vez que me siento incómoda de que me haya atrapado en plan voyeur.




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