Enamorarme la primera vez fue mi error

capítulo 13

El sábado me despierto con la energía a tope, y decidida a cumplir con mi nueva resolución, le mando un mensaje a Paige, para saber a qué hora y en dónde nos encontraremos para correr. Su respuesta no se hace esperar, y me dice que nos juntaremos en Prospect Park, dentro de treinta minutos.

Tomo una ducha rápida, me pongo una licra, unos tenis, una camiseta; me hago una trenza, y agarro una manzana.

Al salir a la calle, el día está hermoso, así que me voy caminando, y de esa forma aprovecho y me doy un baño de sol, que buena falta me hace.

Media hora más tarde, llego a paso, cuando veo a David, parado, de brazos cruzados, contra un árbol.

—¿Qué haces aquí? —Le pregunto, cuando estoy en su campo de visión.

—Esperando a Paige, ¿y tú? ¿Qué haces tan lejos de tu casa?

—Quedé en verme aquí con ella. Ambas hemos decidido empezar a correr.

Mi respuesta parece sorprenderle.

—Yo llevo rato esperándola, así que suerte con eso —dice con sorna—. Ya me decía yo que era extraño. Llevo años corriendo, y nunca ha querido venir conmigo y de repente me dice que se le antoja empezar a hacer ejercicio —prosigue, incrédulo, entendiendo, al igual que yo, la jugarreta que nos ha hecho la pelirroja.

Pero es que, si no me da una buena razón para justificar su ausencia, hablaré con Molly, para que cuando le corte las puntas, la deje como Demi Moore en «Ghost».

No puedo creer que Paige me haya hecho esto. Nuestra chica fuego resultó no ser tan inocente como pensé. Es cierto que desde que David me llevó el jugo el otro día, hemos decidido enterrar el hacha de guerra, pero no como para que surja algo entre nosotros.

—Bueno, ahora es distinto.

—¿Por qué?

—Porque le gusta un muchacho, y quiere verse bien para él.

—¿Y esa también es tu excusa? —suelta, de golpe, mirándome directamente a los ojos, con interés; y su pregunta me agarra desprevenida. Me desconcierta, después de todo, ¿qué puede importarle a él las razones por la que yo hago esto?

—Yo ya tengo a alguien en mi vida, pero sí, eso también va para mí.

Él chasquea la lengua al tiempo que se descruza de brazos y se aleja del árbol.

—Ambas están locas —replica en un tono seco, puede que molesto—. Ustedes se ven bien como están.

—Eso lo dices porque no eres tú quien tiene que verme desnuda. —Le suelto, sin pensar.

Él ladea la cabeza y me mira de arriba abajo, sus ojos se oscurecen, me penetran; y siento la extraña sensación de estar desnuda ante él, me incomoda; y de inmediato, lamento haber dicho esa frase.

—Lo único que digo es que, si van a hacer ejercicio, deben hacerlo por ustedes mismas, no para agradarle a algún descerebrado.

«Daniel no es ningún descerebrado».

Sus palabras me molestan, abro la boca para soltarle una de mis perlas, pero luego la cierro.

Mi vida es mía, y no tengo porqué darle explicaciones.

Tuerzo el gesto, pensando seriamente en dar la vuelta y regresar por donde mismo he venido, pero luego pienso que estoy resuelta a hacer esto y; además, ya estoy aquí.

—¿Ya terminaste de correr?

—No, apenas empiezo.

—¿Puedo correr contigo?

—Si es lo que quieres.

Qué joder con este hombre. ¿No puede sencillamente responder un simple: sí?

Elevo los ojos al cielo y empiezo a correr, antes de que me arrepienta.

Ya me he alejado unos metros, cuando veo que él no me sigue. Giro medio cuerpo y lo veo plantado, ahí, mirándome de una forma extraña.

—Pensé que el arte de correr era precisamente esto que yo estaba haciendo, mover los pies y avanzar —digo con ironía, luego de devolverme y estar a su altura.

—Antes de correr y, sobre todo, si es tu primera vez, debes empezar calentando los músculos.

Lo miro y resoplo. Este hombre me desespera.

Me volteo y, de mala gana, subo un pie en un banco y me bajo, estirándolo, luego repito la misma acción con la otra pierna.

—¿Y tú no te vas a estirar?

—Ya lo he hecho.

Cinco minutos después de haber estirado cada parte de mi cuerpo me giro, y lo encuentro con la mirada a lo lejos, fija en ningún lugar en particular.

«Ni siquiera está mirando si lo hago bien».

Seré idiota, debí marcharme en cuanto supe que Paige no vendría. Es más que claro que mi presencia le molesta.

—Ya está. —Le suelto, malhumorada.

—Bien, ahora ya estás lista para correr cinco kilómetros —replica, y creo que lo dice irónicamente; sin embargo, con este hombre nunca se sabe, así que no estoy segura.

—Dije que quiero estar en forma, no prepararme para correr el maratón de verano.

Él sacude la cabeza, negando para sí mismo. Creo que está exasperado. Bien, porque a mí también me exaspera su actitud.




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