Enamorarme la primera vez fue mi error

capítulo 15

El martes, llego a la casa a las seis, agotada. Quisiera tirarme en mi cama y dormir hasta mañana de un solo tirón, pero no puedo, esta noche hay juego. Es la final del Clásico Mundial, entre Puerto Rico y Estados Unidos; y he quedado con los chicos en el Orean Bar.

Me meto en la ducha y me quedo un largo rato bajo el chorro de agua, para ver si así, logro sacarme un poco el cansancio de encima. Últimamente estoy muerta, y no entiendo la razón.

Aunque puede que tenga una idea, en las mañanas he ido a correr con David, y en las noches Daniel me ha mantenido muy ocupada, practicando el deporte de la alcoba.

Sonrío al recordar las noches de pasión que hemos tenido; desde el domingo no hemos parado, nos hemos visto todas las noches; incluso, hemos dormido juntos. Claro, menos hoy. Esta noche ha tenido que ir a New Jersey para hacer unas fotos, y no regresa hasta mañana en la tarde; y siento que lo voy a extrañar en la soledad de mi cama.

Salgo de la ducha, y aprovechando el calorcito, me pongo un short, jeans; una blusa de tirantes, de dos capas, tipo volantes, blanca; y unas sandalias. Estoy terminando de ponerme el rímel cuando escucho el sonido de mi teléfono. Salgo al salón, y mientras lo cojo, voy bailando y canturreando: «I can’t stop the feeling, so just dance, dance, dance».

—¡Hola, tesoro!

—No puedo ir esta noche a ver el juego con ustedes. —Me anuncia Paige, media histérica, al otro lado de la línea.

—¿Y eso por qué?

—Brad me acaba de llamar, me ha dicho que viene esta noche a reparar mi computadora, bueno, la tuya; da igual, ya me has entendido.

—Sí, te entendí —respondo, sonriendo al notar su nerviosismo.

—¡Dios, Eve, no tengo idea qué voy a decirle!

—Paige, cálmate. Ya lo hemos hablado, solo mantente tranquila, y deja que la conversación fluya de forma natural.

—¿Y qué me voy a poner?

—Ponte algo bonito, pero sea lo que sea, lo importante es ser tú misma. —Le aconsejo, mientras escucho el ruido de unas puertas al abrirse. Ya la imagino inquieta, abriendo y cerrando los cajones de la cómoda, buscando qué ponerse.

—De acuerdo, no debe ser muy difícil: dejar que la conversación fluya, ponerme algo bonito, y ser yo misma —dice, no muy segura, intentando autoconvencerse.

—Exacto. Todo saldrá bien, ya me contarás mañana cómo ha ido todo, ¿de acuerdo?

—¡No, no te atrevas a colgarme! Ahora mismo me vas a ayudar a elegir lo que me voy a poner.

—Pero, Paige, ¿cómo te voy a ayudar a elegir un atuendo, si no estoy contigo? —pregunto sin entender su petición, y con lo histérica que está, capaz y me hace bajar hasta su casa para ayudarla a vestirse.

—Eh..., tienes razón. Ya no sé lo que digo. Es que estoy nerviosa, Eve, Brad me gusta, me gusta mucho; y no quiero meter la pata.

—Está bien, tranquila. Ya veremos qué podemos hacer.

Miro el reloj del teléfono, son las ocho y cuarto. El juego empieza a las nueve. Voy justa de tiempo, pero no puedo dejarla colgada, así de nerviosa, por lo que pasamos a una videollamada; continúo maquillándome y terminando de arreglarme, mientras del otro lado, ella se va midiendo las ropas y mostrándome, para que le de mi visto bueno.

Finalmente, tras media hora, y después de tres cambios de ropas, en los cuales, según yo, ella estaba más que perfecta, llegamos a un acuerdo; y me despedí deseándole suerte.

 

 

 

A las nueve y veinte llego al local. El sitio está a rebosar de gente, no le cabe un alfiler. Busco a mis amigos alrededor del bar, encuentro a Molly, sentada en una mesa, con cara de querer matarme; la miro y me disculpo. Lo sé, he llegado tarde, pero oye, mejor tarde que nunca.

—¿En dónde está Justin? —Le pregunto al llegar a la mesa. Es una suerte que ella llegara antes, porque si no, nos hubiera tocado ver el partido de pie.

—No ha venido —responde, haciendo una mueca con la boca.

Su respuesta me sorprende. A Justin le encanta el béisbol, tanto como a nosotras, nunca se perdería un partido.

—¿Por qué?

—Tenía que ir a donde «su mamá» —dice, al tiempo que dibuja las comillas en el aire.

La cara de Molly me lo dice todo: no le cree nada, está desencantada, triste y desanimada.

«Voy a tener que hablar con mi flacuchento».

—¿No me dijiste que venía Paige con el Yeti?

—Sí, pero Paige no viene, le ha salido una cita con Brad...

—¡Uy! —Me interrumpe—. ¡Hasta que por fin se le dio!

—Y, David, pues no sé. No debe tardar o a lo mejor se rajó y al final no viene —replico, encogiéndome de hombros—. ¿Cómo vamos? —pregunto, mirando en dirección de la pantalla grande.

—Por el momento, nada interesante.

Pedimos dos cervezas, nos concentramos en el juego, dispuestas a pasarla bien y a no pensar en nada más.




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