Encadenados por el destino

Capítulo 1: Conociendo a Abadón

Dos semanas más tarde, Brianna llegó al aeropuerto de la mano de alguien que observaba a todas partes con curiosidad, como si estuviera buscando algo que no se le había perdido.

Ella se daba cuenta de lo tenso e inquieto que estaba por todo este nuevo escenario, por lo que apretó su agarre para darle un poco de seguridad, lo que lo llevó a verla.

—Todo estará bien, cariño —susurró y sonrió.

Alzó la vista y encontró un letrero a la distancia.

«Señorita Hunt», decía en letras simples, y era sostenido por un tipo castaño, joven y bastante apuesto. Caminaron hacia allá, y al tenerlo de frente preguntó sin miramientos:

—¿Vienes de parte de Kane Beresford?

Él la miró a ella y a su acompañante, abrió los ojos de par en par, sorprendido, y luego asintió levemente con la cabeza.

—Sí… eh… yo… tengo que llevarla al Registro Civil para que se…

—Para casarme, ya lo sé. ¿Nos vamos? Tengo cosas que arreglar ahora que volví al país —comentó la muchacha sin darle demasiada importancia a la cuestión, lo que pareció sorprender al chico.

—Cl… claro —musitó y resopló—. Por cierto, soy Riley Webber, asistente del señor Beresford —se presentó con educación.

Brianna se limitó a asentir con la cabeza y lo siguió hasta la entrada, subieron a un auto negro y fueron directo al Registro Civil, donde la esperaba su futuro esposo, barra probable hombre desdichado porque, siendo sinceros, ¿qué tipo bueno para algo necesitaba que su abuelo le comprara una esposa?

Claro, era un tipo en silla de ruedas, lo que de seguro complicaba mucho las cosas. Al final, ¿quién quería casarse con un discapacitado? Ella tampoco lo haría de no ser por ese mensaje que recibió, y porque bajo ningún motivo dejaría que su padre destruyera la empresa que su madre construyó con tanto esfuerzo.

Brianna no le había dado demasiada importancia a su futuro esposo. Apenas buscó su nombre y descubrió que era un arquitecto industrial que tomó el control de la empresa familiar tras el fallecimiento de su padre años atrás, y que quedó confinado a una silla de ruedas tras un accidente automovilístico. Vio una foto suya y le pareció un poco repelente, pero nada más.

De camino, Brianna vio curiosa por la ventanilla desde el asiento trasero. La ciudad no había cambiado tanto como ella esperaría en cinco años, pero se sentía lejana, como si no perteneciera ahí. Y así era.

Llegaron al edificio del registro y, de la mano de su pequeño acompañante, bajó sin más. Sus cosas ya estaban llegando desde Alemania, así que no había mucho que hacer.

—Síganme, por favor —instó Riley, y así lo hicieron.

Brianna miró curiosa a los lados, y vio a muchas personas que venían a hacer lo mismo que ella, a casarse; sin embargo, la atmósfera a sus alrededores era diferente: emoción, felicidad, ansiedad y espera… ¿qué sentía ella? Curiosidad, sí, porque se casaría con un tipo al que no conocía de nada.

Pero haría casi cualquier cosa por saber la verdad.

Pasaron de esta gente, y uno de los empleados los guio a una sala privada donde, apenas abrir la puerta, sintió como si una brisa fría le removiera todo por dentro.

Un escalofrío la recorrió, y el corazón saltó en su pecho al verlo. Estaba sentado en una silla de ruedas por completo negra, con la espalda tan derecha que hasta parecía tener una varilla, y consultaba su celular con calma.

A pesar de estar sentado se notaba que era alto, quizá casi dos metros, y tenía las largas y ya delgadas piernas enfundadas en un pantalón de traje negro, con los pies apoyados en el reposapiés.

Sin embargo, lo que más impresionaba era su aura distante, como si no estuviera ahí, sino a miles de metros en la cima del Everest.

El soplo de su presencia la hipnotizó por un instante, y sintió que la rodeaba y prensaba fuerte, poderosa, algo extraño viniendo, no solo de un desconocido, sino de alguien en silla de ruedas.

Sí, era su error considerar que por defecto un paralítico sería más accesible.

Cuando él alzó la cara y Brianna se fijó en su gesto molesto, volvió en sí y el desafío se encendió en su interior. Esta farsa de matrimonio sería interesante.

—Señor Beresford, he traído a la señorita Hunt y…

La voz de Riley se acalló cuando aquel sujeto se fijó en él, y sus fríos orbes, de un raro color azulado que no parecía del todo natural taladraron a los tres recién llegados.

Sí… era guapo, tenía un aire sexi, masculino y marcado que no se perdía por su condición, y una elegancia que se dejaba entrever en cada mínimo movimiento. En primera instancia parecía un tipo duro, pero ella no pudo evitar notar un chispazo de calidez en el fondo, oculto en lo profundo de las ventanas de su alma, que la dejó pensando.

No obstante, cuando su atención se fijó en la personita que sostenía la mano de la muchacha, esta se alarmó por la crudeza de su expresión.

—¿Y ese quién es? ¿Acaso tienes un hijo? Maldita sea.

La hostilidad que abandonó su boca la dejó boquiabierta por un segundo, y quiso replicarle, pero se mordió la lengua al sentir que su mano era apretada con fuerza por su pequeño, uno ante el que no podía exhibir una faceta tan cruda.

De forma inesperada, el nene espetó:

—Soy Evander Hunt, ¿quién eres tú?

• • •

¿Qué les parece Evan? Parece un nene de armas tomar




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