Encadenados por el destino

Capítulo 5: Le gusta Evie

Brianna no tenía tiempo de pensar en todo el drama de una familia que ni siquiera era suya, así que miró a su nuevo esposo y espetó:

—Kane, ¿dónde nos alojaremos Evan y yo? Hay mucho que tengo que hacer para asentarnos aquí, y mientras más pronto comience, mejor.

Él frunció el ceño, pero resopló y giró su silla hacia la salida al jardín.

—Vengan conmigo.

Madre e hijo lo siguieron a través de una moderna puerta corrediza y salieron al jardín, un enorme espacio en el que resaltaba una gran piscina, una estructura en el fondo y loma hasta que se perdiera la vista, además de una estructura al costado, de una sola planta. Kane abrió las puertas de vidrio con calma y, al pasar tras él, Brianna una nueva cara que no conocía.

—¡Oh, ya llegaron! —clamó la mujer, de cabellera rubia y unos preciosos ojos azules que no podían ignorarse, pues brillaban con intensidad en su delicado rostro. Ella se levantó del sofá y caminó hacia Brianna y Evan enseguida—. ¡Bienvenidos!

Parecía emocionada, vaya locura.

—Esta es mi madre, Evie. Mamá, esta es… ¿Cómo coño es que te llamas? —inquirió Kane mientras miraba a Brianna con el ceño fruncido, como si de verdad no lo supiera—. Bueno, como te llames… y su mocoso.

Brianna frunció el ceño y casi perdió la calma, pero apretó los labios, intentando mantener la compostura. En ese momento quería meterle un par de patadas en los brazos para dejarlo completamente inútil; sin embargo, antes de que pudiera decir nada, la mujer rubia caminó hasta Kane, alzó el brazo y le dio un fuerte golpe en la cabeza.

Eso dejó a la muchacha de piedra, e Evie se volvió de inmediato una figura respetable en su mente, pues debía tener un carácter muy fuerte para tratar así al ogro que tenía por hijo.

De repente, la sala se enfrió por completo cuando Kane volteó a verla con dureza; sin embargo, la expresión de la rubia se oscureció y espetó:

—¡Kane Rowan Beresford, ¿qué clase de modales son esos?! ¡¿Acaso no te enseñé a respetar a los demás?! Te acabas de casar con la señorita, ¡¿cómo puedes tratarla de esa forma, y a su hijo?!

El rubio arrugó la cara y se fijó en su madre por largos segundos, pero la señora lo confrontó con una entereza que sorprendió a Brianna para bien. Evie era de las duras.

Al segundo siguiente se oyó un chasquido de lengua, y Kane volteó resignado a otro lado.

Él acababa de perder la batalla, y Brianna de recuperar su buen humor.

De pronto, Evie se acercó a ella con una sonrisa en los labios.

—Querida, un gusto conocerte. Soy Evie, la madre de este chiquillo de aquí. —Señaló al hombre en la silla de ruedas—. Es un placer conocerte. Y también a ti, pequeñito, eres muy lindo. ¿Puedo saber cuántos años tienes?

Ella miró con interés por un momento al niño, deteniéndose en sus ojos, y cierta incertidumbre la llenó, pero enseguida se relajó.

Evan la observó con recelo, pero al darse cuenta de que la señora no tenía malas intenciones, dio un paso al frente y se aclaró la garganta.

—Soy Evander Hunt, tengo cuatro años. Mucho gusto.

La serenidad del niño sorprendió a la mayor, que se agachó frente a él y extendió la mano.

—Un gusto, Evander. —Sonrió—. ¿Te han dicho que tienes unos ojos preciosos? K tam…

—Mamá, no hables de los demás con extraños —intervino Kane con voz seria y sin dejar lugar a discusiones.

Evie se levantó y lo miró con el ceño fruncido.

—No son extraños. Son tu esposa y el hijo de tu esposa.

—Es una extraña —sentenció él—. Déjanos solos. Tengo que hablar con ella.

La rubia lo fulminó con sus preciosos orbes, pero luego resopló y se rindió.

—De acuerdo, de acuerdo… Entonces… —Miró a Evan—. Cariño, ¿te gustaría ir a ver tu nueva habitación. ¡Hay un cuarto para ti solito si lo quieres! —exclamó animada al tiempo que su hijo ponía sus ojos en blanco.

—¿Qué…?

Evan, todo juicioso como era, volteó enseguida a ver a su madre.

Aparentaba ser serenidad pura, pero Brianna podía ver cierta emoción en el fondo de sus ojos. En Alemania tenía su propio cuarto, pero se trataba de Evie, ella le gustaba.

Y su madre se dio cuenta.

—Ve, Evan. Tranquilo. Yo estaré bien, ¿sí? Iré enseguida.

Una tímida sonrisa pintó los labios del niño, y asintió con la cabeza.

—Está bien, mami.

Entonces se acercó a la señora, ella extendió la mano, él la tomó, y ambos caminaron hasta un pasillo, alejándose del salón.

—Que no se te suban los humos a la cabeza porque eres mi esposa ahora, ¿está claro? No tengo tiempo de lidiar con niñitas malcriadas y aprovechadas como tú.

La calma del cuarto se transformó en frialdad, y la tensión casi pudo cortarse con un cuchillo ante las palabras repentinas de Kane.

Brianna contó hasta diez para sus adentros y pensó: «¿Cuántos años de cárcel me darán si agarro a este desgraciado, lo muelo a golpes y le arruino esa bonita cara que se gasta?».




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