Apenas escuchar la voz, la cara de Evan se transformó en alegría, y tras encontrar la fuente, salió corriendo en su dirección.
—¡Tía Amy! —chilló al llegar hasta ella.
La mujer, una dama morena y castaña, se agachó y lo recibió con los brazos abiertos.
—¡Mi pequeñito, pero si estás enorme! —clamó alegre y lo abrazó con fuerza, para luego cargarlo del suelo.
—¡Tú también has crecido mucho, tía! —dijo él, y Amelia puso mala cara al instante, lo que a Brianna le sacó una risita mientras se acercaba.
—Amy, llegaste pronto —comentó la rubia.
—Había menos tráfico del que pensaba. Además, estaba ansiosa por verlos después de casi dos años. ¿Cómo salió todo?
—¡Quedé! —espetó Evan y volvió a abrazarla—. Mamá dice que quiere que estudie con otros niños, pero no sé…
—Oh, cariño, lo harás bien. —Amelia empezó a peinar sus cabellos mientras lo mecía—. Eres muy inteligente, así que seguro saldrá de maravilla.
Evan no dijo nada, solo se quedó recibiendo el cariño, siendo observado por su madre, que no dejó de sonreír.
—¿Quieren ir a comer algo? Luego podemos hacer las compras —sugirió Amelia.
—Perfecto.
Todos subieron al auto, y a Brianna le sorprendió que Amelia ya tenía preparada una silla para niños.
Fueron a comer, y luego empezaron a recorrer las tiendas, pues debían comprar la lista escolar de Evan y algo de ropa.
Amelia era una de las mejores amigas de Brianna, alguien a quien conocía desde pequeña, cuando fue al internado, y con quien se había mantenido el contacto toda la vida. Ambas trabajaron juntas por un tiempo en Alemania, pero Amelia volvió a Irlanda un par de años atrás, aunque seguía trabajando para el Grupo Seele desde la distancia.
En medio de la caminata, el celular de Brianna sonó con una notificación, y al fijarse descubrió un asunto curioso: «Invitación a la celebración de Conor Kelly».
El nombre le llamó la atención, así que lo abrió. El correo venía de parte del asistente de Conor, un viejo amigo suyo, y básicamente consistía en una invitación a la próxima fiesta de bienvenida de este, que era un pianista de fama mundial, y que se asentaría en la ciudad por un año para impartir clases en la Real Academia Irlandesa de Música.
La parte inferior decía «Por favor, proporcione una dirección para poder enviarle la invitación en físico. El señor Kelly ha dispuesto que usted sea una invitada especial», lo que hizo a Brianna fruncir el ceño.
—¿Pasa algo? —cuestionó Amelia a su lado.
—No… solo una invitación a un evento —susurró la rubia.
¿Debería hablarle de eso a Kane? Probablemente, pero el mero hecho de tener que lidiar con él en un evento tan pronto le daba dolor de cabeza.
Siguieron en lo suyo. Compraron ropa para Evan y algunos implementos para la nueva escuela.
A la salida, Evan tarareaba contento una canción unos pasos delante, y Amelia y Brianna conversando sobre algo.
El niño daba pasitos como marchando, bastante contento, cuando de repente apareció un cuerpo grande y, antes de que pudiera esquivarlo, terminó tropezando.
—¡Disculpe! —dijo enseguida, trastabillando hasta equilibrarse, un par de pasos más atrás, y miró hacia arriba.
Ahí estaba una chica castaña, cuyos ojos verdes lo taladraron con ira al instante, lo que sorprendió al pequeño, aunque no sintió miedo.
La mujer tiró la vista a un lado, y la rabia centelleó en su mirada al segundo siguiente, cuando encontró a una Brianna que tardó un par de segundos en darse cuenta de lo que pasaba.
—¡¿Es que acaso no ves por dónde vas?! —gritó la chica de la nada, sorprendiendo a todos los que se encontraban alrededor, y luego se fijó en Brianna y añadió—: Aunque claro, andando con este par es muy obvio.
Brianna frunció el ceño enseguida, preguntándose si acaso estaba metida en una de esas novelas clichés que a Dylan tanto le gustaban, porque la situación se le parecía mucho.
Aquí estaba ella, su flamante medio hermana, Ivette, y a su lado… el pandorga de Owen.
Sin embargo, no estaba dispuesta a caer en su juego e, ignorando el mirar sorprendido del varón, llevó las manos a los hombros de su hijo y lo echó hacia atrás.
—Evan, ven acá. No está bien estar cerca de extraños.
El nene asintió apenas, extrañado por todo lo que pasaba, pero no tuvo tiempo de reaccionar mucho más, porque enseguida Ivette, que sumó dos más dos y unió los puntos, espetó:
—No me digas que… ¿acaso tuviste un hijo con ese pros…?
—Cállate —instó Brianna con dureza, aunque no particularmente molesta.
La castaña soltó una carcajada y miró al hombre a su lado.
—Owen, ¿puedes creerlo? ¡No solo te engañó, sino que sacó a un monito malcriado de ahí!
La calma de Brianna explotó en ese momento; sin embargo, antes de que ella pudiera decir nada, una fina voz resonó:
—No soy un mono, ¿acaso eres estúpida?
La sorpresa inicial de Ivette ante las palabras del pequeño al que acababa de insultar enseguida se transformó en indignación e ira, y gritó antes de pensarlo dos veces y poder contenerse:
—¡Pues sí lo eres, y tu madre es una maldita puta que…!
Pero sus palabras se vieron cortadas cuando una bofetada la silenció, dejando mudos a todos los que curioseaban alrededor, una tensa calma que solo fue rota por la voz de la rubia:
—No contamines a mi hijo con tu ordinariez, desgraciada.
• • •
¡No te metas con Evan! Este niño es todo un caso, ¡pero me encanta! ¿A ustedes no?