¿Su mujer?
La impresión llenó a una Brianna que no podía creer que el tipo que la había insultado días atrás ahora la proclamara como suya, al tiempo que sentía un cosquilleo cálido en su cintura, justo donde él posaba su mano.
La sorpresa bañó a todos en el salón, porque nadie jamás había visto a Kane actuar de esa manera; sin embargo, una risa resonó entre ellos.
—¿Y qué puedes hacer tú, un tipo en silla de ruedas? —espetó Owen con suficiencia, haciendo menos al rubio con una carcajada desdeñosa.
Desde su regazo, Brianna percibió que la tensión y la ira crecían en el interior de quien ahora era su esposo, lo veía en sus ojos, de ese raro color azul, aunque por fuera se mantenía sereno.
Entonces se levantó, aunque le tomó la mano, para sorpresa de él, decidiendo en silencio que ambos jugarían juntos este juego ante las élites porque, a fin de cuentas, estaban casados.
Owen volvió a reír tras ver esto, y el desprecio en su mirada creció tan rápido como los murmullos a su alrededor.
Una pizca de diversión brilló en sus ojos y avanzó un paso, cruzándose de brazos con bravuconería.
—Oh, ¿te comió la lengua un ratón, o es que también dejaste de sentirla? —soltó y se echó a reír.
Ivette se rio, algunas de sus amigas también, pero no el resto, y Brianna, tal como muchas otras personas en el salón, intuyó problemas.
Por lo general estaba mal burlarse de la discapacidad de una persona, ¿pero de Kane Beresford? Owen no tenía idea de en qué se había metido.
El castaño, queriendo hacerse el chulo, y molesto por no recibir el arrebato que esperaba, decidió ir más allá.
En un segundo, se adelantó con el puño en alto, presto para pegarle a Kane y demostrar su punto.
Brianna quiso meterse, pero todo pasó demasiado rápido.
En un instante, vio cómo Kane ponía el freno de su silla y alzaba los brazos; lo vio interceptar el golpe y hacer una maniobra que desestabilizó a Owen, casi tirándolo en su regazo.
Presa del impulso, Owen se fue a un lado, guiado por un Kane que, haciendo uso exclusivo de la fuerza de su tronco y brazos, levanto en peso al castaño y lo tiró contra el suelo en menos de lo que el resto de los presentes comprendió lo que pasaba, haciéndolo impactar con fuerza contra la superficie.
Un quejido dolorido se extendió, a la par que los murmullos impresionados estallaron, y la tensión creció.
Brianna miró impresionada a su ahora esposo, en tanto Ivette salía corriendo en auxilio de su hombre, ayudándolo a incorporarse.
La furia de Owen se desbordó y se levantó de un salto. Tenía la cara roja y un visible golpe que sangraba en la frente.
Se fue de nuevo contra un Kane que enseguida quitó el freno de su silla y lo jaló de la chaqueta del traje con tanta fuerza que lo hizo caer de vuelta hacia él de costado.
Haciendo uso de la fuerza de sus brazos, lo agarró por el cuello y empezó a apretar.
Ahí estaba, el tipo en silla de ruedas, del que algunos acababan de burlarse, sometiendo al idiota engreído que se creía en control de todo, pero que ahora intentaba con desesperación sacarse las manos del otro de encima para poder respirar.
—Tienes una boca demasiado grande —dijo Kane de pronto, en un tono tan bajo y áspero que algunos curiosos retrocedieron con miedo—. ¿Tal vez debería hacerla más pequeña?
Subió la mano a la boca de Owen y la apretó con fuerza.
El castaño no pudo ocultar su miedo a pesar de lo mucho que lo intentó, y sus ojos dejaron ver que estaba arrepentido de haber comenzado esta escena en primer lugar.
Brianna, aún aturdida por cómo se había desarrollado todo, no pudo evitar complacerse al verlo en ese estado, y eso solo creció cuando Ivette intentó liberar a su asqueroso noviecito, sin éxito.
—¡Señor Beresford! —chilló, con los ojos llenos de lágrimas—, ¡basta!
Pero Kane no se detuvo; de hecho, presionó más.
Ninguno de los presentes se atrevió a meterse, la mayoría conocedores del poder de la familia Beresford en el país, otros simplemente demasiado asustados hasta para moverse.
Owen empezó a dejar de luchar, haciendo evidente que perdía la batalla.
En ese momento, Brianna se acercó y puso la mano sobre el hombro de su esposo, apretando un poco para atraer su atención.
Él volteó a verla, encontrando un semblante sereno, como un lago en calma.
—Es suficiente —murmuró, sin ninguna emoción particular.
Él, sin decir nada, sin discutir, sin dudar, soltó a Owen al segundo siguiente, y este cayó al suelo, jadeando mientras intentaba llevar algo de aire a sus pulmones.
Conor, el anfitrión, se adelantó. Se veía molesto, con el ceño fruncido y mirar displicente, y se dirigió a Owen, que apenas se incorporaba, con una mano en su cuello:
—Señor Murphy, es hora de que se vaya.
Sus palabras acallaron de nuevo a la multitud, y Owen lo miró con inquietud; sin embargo, fue Ivette la que gritó
—¡¿Qué?! ¿Acaso no sabes quiénes somos? ¡Soy la heredera de los Hunt, y él es el heredero de los Murphy! ¿Tienes idea de lo que estás haciendo?
—¿Y qué? —contestó el pianista como si nada, sin dejar de mirarlos—. Esta es mi fiesta, y yo decido quién está y quién no. Bri es mi amiga, y ustedes… ¿remedos de gente, los llamó? —Enarcó una ceja—. No dejaré que nadie que osa insultar a mis amigos en mi propia celebración se quede aquí.
Enseguida le hizo una seña a los de seguridad, quienes, entre gritos, tomaron a la pareja y se dispusieron a sacarlos.
—¡Brianna, le diré a papá, y él te pondrá en tu lugar! —gritó Ivette mientras intentaba luchar con los guardias, pero no hubo caso.
Ambos fueron expulsados del evento.
Cuando Conor volteó hacia la rubia, la vio suspirar, y a Kane tomar su mano. Ambos se miraron, y una rara conexión apareció ahí, lo que lo hizo sentir una rara punzada en el pecho, y frunció el ceño.
Necesitaba tomar el control.
—Bien, todos, ya no tendremos más perturbaciones. Por favor, disfruten de la fiesta —anunció a los presentes e hizo una seña al escenario. La música comenzó a sonar, y caminó hacia Brianna—. ¿Están bien?