Bruno estaba confuso y abrumado, se encontraba en un estado de desesperación que lo llevó al límite. Su mente, llena de pensamientos caóticos y recuerdos difusos, no le permitía concentrarse en una sola idea. La presión de la situación lo estaba consumiendo, y el agotamiento que sentía era tal que, en un momento de quiebre, perdió el conocimiento desmayándose. La oscuridad lo abrazó, llevándolo lejos de la confusión y el estrés que lo habían atormentado.
Cuando finalmente abrió los ojos, la luz del entorno lo deslumbró y le costó unos instantes adaptarse a la nueva realidad. Al hacerlo, se sorprendió al darse cuenta de que no se encontraba en su habitación, sino en un hospital. A su lado estaban sus amigos, quienes lo miraban con preocupación reflejada en sus rostros. La sensación de extrañeza lo invadió, y su mente comenzó a configurarse mientras intentaba entender lo que había sucedido.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Bruno, aún desorientado, mientras se palpaba la cabeza dolorida. Un leve mareo le recorrió el cuerpo, pero su curiosidad por obtener respuestas era más fuerte.
—El médico nos ha dicho que te desmayaste. Cuando nosotros llegamos, te encontramos en el suelo y no pudimos evitar llamar a la ambulancia, al ver que no despertabas —explicó Cloe, aliviada al comprobar que su amigo estaba consciente y aparentemente fuera de peligro.
Bruno, aún intentando conectar los puntos de lo que había ocurrido, observó las manos de Cloe. En ellas se encontraba el libro maldito, aquel objeto que había sido el responsable de su angustia y sus peores temores. La visión de ese libro lo golpeó como un balde de agua fría.
—¡Aleja ese libro de mí! —gritó Bruno, como si una fuerza desconocida lo impulsara, su voz resonó con una intensidad que asustó a sus amigos.
—Eh, Bruno, ¿qué te pasa? —preguntó Cloe, visiblemente asustada por la reacción de su amigo.
—Eso, tío, no nos asustes, parece que estás poseído —dijo Jon, alarmado, mientras miraba a Bruno con preocupación.
—Ese libro está maldito y vis... —empezó a decir Bruno, su voz temblorosa traía consigo la carga de su experiencia.
—¿Maldito? Vamos, Bruno, no digas chorradas —interrumpió Cloe, riendo de forma nerviosa. Su risa, sin embargo, no logró ocultar su inquietud.
—Creo que cuando te desmayaste te golpeaste la cabeza e imaginaste todo eso —aclaró Jon, intentando aportar una explicación lógica al extraño comportamiento de Bruno.
—Dejadle acabar... ¿Y si tiene razón? —sentenció Melisa, mostrando una preocupación genuina que contrastaba con la actitud de los demás.
—Vamos, Melisa, deja de ver películas, eso no pasa en la vida real —dijo Cloe, desestimando las palabras de su amiga y tratándola como si fuera una más que vive en un mundo de fantasía.
Bruno, sintiéndose incomprendido, intentó calmarse. Su mente seguía insistiendo en que había algo muy real y peligroso en aquel libro.
—Creedme, por favor, no os acerquéis a ese libro que está maldito —exclamó Bruno, su voz casi suplicante. Pero sus amigos, al escuchar aquello, estallaron en risas, lo que solo aumentó su frustración.
—Bueno, ya hablaremos, me voy, no quiero seguir escuchando tus bobadas —dijo Cloe, dejando el libro en la mesita de noche antes de marcharse con rapidez, como si la sola presencia del libro le incomodara.
—Lo siento, tío, pero ya hablaremos cuando lo que digas tenga coherencia —dijo Jon, acelerando el paso para alcanzar a Cloe, dejando a Bruno y Melisa solos en la habitación.
La única que permaneció en la habitación fue Melisa, quien miró a Bruno con una mezcla de preocupación y curiosidad.
—Te escucho, dime, ¿qué pasó antes de que te desmayaras? —preguntó Melisa, interesándose por lo ocurrido.
Bruno tomó aire, tratando de organizar sus pensamientos. Recordaba vívidamente lo que había sentido antes de caer inconsciente.
—El libro cambió de letras y en vez de poner «Yo no lo hice, fue él», ponía «Léeme». Me asusté y me desmayé —explicó, con voz entrecortada. Recordar aquel momento lo llenaba de ansiedad, como si la sombra de lo desconocido aún lo persiguiera.
Editado: 11.05.2025