El niño se volvió de carne y hueso. Pero fue envejeciendo poco a poco hasta volverse un señor de unos 50 años. La transformación de ese niño, que había sido una figura de sombra, era un recordatorio constante de lo efímero de la vida y de las decisiones que tomamos. Bruno, al ver cómo su vida se desmoronaba, se sintió atrapado en un mar de emociones.
«Chicos, Melisa ha desaparecido» —escribió Bruno por el grupo de amigos, su corazón latiendo con fuerza en su pecho. La angustia y el miedo se apoderaron de él mientras esperaba una respuesta. Las palabras parecían flotar en el aire, llenas de un significado que solo él comprendía en ese momento.
«¿Quién es Melisa?» —preguntó extrañada Cloe, su curiosidad no podía ser ignorada. La confusión de sus amigos solo aumentaba el dolor que sentía Bruno.
«Eso, ¿quién es? ¿Es tu novia o algo?» —dijo Jon, su pregunta resonaba en la mente de Bruno como un eco lejano. La idea de que Melisa pudiera ser solo un nombre más en su vida lo enfureció.
«No, es Melisa, nuestra amiga» —escribió Bruno entre lágrimas, su corazón roto no podía soportar la indiferencia de los demás.
«Esa tal Melisa no es mi amiga, ni la conozco» —declaró Jon, y esas palabras fueron como un puñetazo en el estómago. La realidad era cruel, y Bruno lo sabía. No podían recordar lo que él había vivido, la conexión que tenían había sido borrada de su memoria.
El señor que antes era el niño de la sombra leía la conversación desde atrás, observando cómo la desesperación se apoderaba de Bruno. Con una voz grave y profunda, comenzó a hablar.
—Es imposible que se acuerden, solo los que hemos estado presentes nos acordaremos. De todas formas, hubo un chico de tu edad que iba a quedarse encerrado, pero en cuanto le dijimos lo que había que hacer se suicidó. Se llamaba Javier —explicó, su tono era casi clínico, como si estuviera hablando de un simple hecho en lugar de una tragedia.
Bruno sintió una mezcla de ira y tristeza. La revelación de que otros habían sufrido como él no hacía más que intensificar su dolor.
—Me has quitado lo único que amaba en este mundo. ¡Ya estás volviendo al puto libro! —gritó lleno de ira y tristeza a la vez. Su voz resonó en la habitación vacía, un grito desgarrador que parecía atravesar las paredes del hospital.
—Eso no funciona así. Solo pueden entrar personas de tu edad o más pequeños. El libro quiere gente joven —dijo el señor de la sombra, y sin más, se fue por la puerta del hospital en el que aún seguían, dejando a Bruno sumido en sus pensamientos.
Ya le habían dado el alta en el hospital. Las luces parpadeantes y el ruido de las máquinas se desvanecieron mientras Bruno se encontraba solo con su dolor. Miró por la ventana, viendo cómo la noche caía lentamente sobre la ciudad, como una manta oscura que ocultaba el mundo. Para cuando se dio cuenta de la hora, ya eran las 22:55. Se dio cuenta de que había que volver a casa, aunque su corazón no estaba listo para enfrentar la soledad que lo esperaba.
Mientras caminaba hacia la salida, su mente se llenaba de recuerdos de Melisa. Cada risa, cada conversación, cada momento compartido parecía flotar en el aire a su alrededor. Era como si la esencia de Melisa estuviera atrapada en el espacio entre él y la puerta.
Bruno sintió que la tristeza lo invadía, y su pecho se apretaba a cada paso. Salió del hospital y se encontró en la fría noche, el viento soplaba suavemente, como si intentara consolarlo. Sin embargo, no había consuelo para él. La realidad era que Melisa ya no estaba, y su ausencia se sentía como un agujero en su alma.
Caminó por las calles desiertas, sintiendo cómo la soledad lo envolvía cada vez más. A su alrededor, las luces de la ciudad brillaban, pero ninguna de ellas podía iluminar la oscuridad que sentía en su interior. Al llegar a casa, se detuvo un momento antes de abrir la puerta.
—¿Qué haré sin ti, Melisa? —susurró al vacío, sin esperar respuesta. Con el corazón pesado, entró allí, donde la rutina diaria parecía seguir su curso normal, ajena al caos emocional que lo consumía.
Pasaron los días, y Bruno intentó seguir adelante. Se sumergió en sus estudios, pero cada hoja que leía le recordaba a Melisa. Cada risa compartida con sus amigos se sentía vacía sin su presencia. La vida seguía, pero él se sentía atrapado en una especie de limbo, un espacio entre lo que había sido y lo que podría haber sido.
Un día, mientras revisaba sus mensajes, vio una notificación del grupo de amigos.
«¿Vamos a salir esta noche?» preguntó Jon. Bruno dudó. ¿Para qué salir? Sin Melisa, todo parecía carecer de sentido. Pero, en un impulso, decidió unirse. Quizás, solo quizás, podría encontrar un momento de alegría en medio de su pena.
Esa noche, se reunió con sus amigos. La risa y la conversación llenaron el aire, pero Bruno se sentía como un espectador en su propia vida. Se esforzó por sonreír y participar, pero cada broma y cada historia parecía recordarle lo que había perdido.
Mientras sus amigos hablaban y reían, él se perdió en sus pensamientos. La imagen de Melisa, con su risa contagiosa y su luz brillante, llenó su mente. Fue en ese instante que se dio cuenta de que, aunque ella ya no estaba físicamente, su espíritu vivía en cada recuerdo, en cada sonrisa que compartieron.
Tal vez no podía cambiar lo que había sucedido, pero podría honrar su memoria. Decidió que seguiría adelante, no solo por él, sino también por ella. Su vida había significado algo, y Bruno se comprometió a recordar eso, a llevar su luz con él en cada paso que diera.
Y así, aunque el dolor de su ausencia siempre estaría presente, Bruno comenzó a encontrar una nueva forma de vivir. Con el tiempo, aprendió a abrazar la tristeza y la alegría como dos caras de la misma moneda. La vida continuaba, y él estaba listo para enfrentarse a lo que viniera, llevando a Melisa en su corazón, como un faro que lo guiaba a través de la oscuridad.
Editado: 11.05.2025