Ya era viernes y mis sospechosos escaseaban, porque no tenía a nadie más por interrogar. Mi estado de ánimo estaba por el subsuelo mientras que mi inseguridad aumentaba como el volumen de la música. Sí, estaba en una fiesta de disfraces celebrando mi graduación cuando mi vida corre peligro.
—¡Ey! ¿Y esa cara larga? —preguntó Luther mientras bailaba con una bebida en su mano. Él andaba solo con un traje caro y un antifaz blanco.
—Es que no lo creo... —murmuré antes de que unas lágrimas rondaran por mis mejillas cubiertas por el antifaz que llevaba—. Estoy en peligro y la primera persona en la que dudé fue en mi padre, pero él no me haría daño. Es más, es la persona que más me ha protegido en toda mi vida.
Luego, sentí como colocó su mano libre en mi cintura y empezó a guiarme hasta una zona cubierta por el telón del escenario que había. La luz era escasa y allí solo estábamos Luther y yo. Duramos unos segundos en un silencio para nada incómodo, él se encontraba abrazándome desde la espalda y ambos veíamos la deslumbrante puesta del sol.
Qué paisaje ni más bonito.
—¿Recuerdas al niño que no le dejaste el dinero que te sobraba? —mi mejor amigo decidió romper el silencio con aquellas palabras.
—Eso fue hace muchísimo... —murmuré—. ¿Por qué lo mencionas?
—¿Sabías para qué quería el dinero? —preguntó con un tono diferente al habitual.
—No y ahora mismo no me interesa. Vamos a la fiesta, ¿sí? —hice un poco más de fuerza para soltarme de su agarre. Sin embargo, no me soltó y cuando lo miré sobre mi hombro, noté que la mirada que me brindaba era totalmente diferente a la que siempre le veía.
—Eres igual de codiciosa como tus padres —comentó con rencor.
—¿De qué estás hablando, Luther? Sabes que estoy en contra de la forma en que mis padres actúan. ¿Por qué me dices eso?
Asustada ante aquella situación en la que me encontraba, decidí menearme para soltarme de su agarre, pero, obviamente, su fuerza era mayor y mi intento fue inútil. Con agilidad, se colocó detrás de mí mientras sacaba algo de su bolsillo.
—Este era el niño que luchaba por conseguir dinero para salvar a su madre que padecía cáncer de mama —me enseñó una foto donde estaba un niño y su madre en una cama de hospital. Luego, deslizó a la siguiente imagen—. Aquí está tu padre después de dejarlo inconsciente y no lo robé nada, porque su maldito dinero ya no me servía. ¿Sabes por qué? ¡Porque mi madre ya murió! —sus gritos taladraban mis oídos e, inevitablemente, la culpa y las lágrimas salieron a flote con cada palabra que emitía—. Tu maldito dinero hubiese ayudado en su terapia, pero fuiste egoísta y por tu culpa mi madre está muerta.
Mis ojos se convirtieron en un manantial de lágrimas y mi cuerpo temblaba a causa del llanto. La culpa y el dolor se instalaron en mi pecho sin intenciones de marcharse de allí, por mucho que lo desease. Quería liberarme de su agarre, revolcarme en el suelo y gritar hasta que mi garganta expulsara sangre, pero fue imposible, Luther seguía sosteniendo con fuerza que me lastimaba.
—Entonces, ¿Mi mejor amigo es aquel niño? —logré preguntar con miedo a la respuesta.
—No, enana —susurró en mi oído—. Tú mejor amigo está ahí.
Me vuelve a mostrar su teléfono móvil, en el que aparecía el cuerpo inerte de Luther, quien debería de estar aquí en la fiesta de su graduación celebrando conmigo. Entonces fue que entendí todo, pero no tuve el valor suficiente para encararlo.
—Eras tú —musité en un hilo de voz antes de sentir como un filo atravesaba mi vestido varias veces seguidas hasta que exhalé mi último suspiro.