Enemigos con derecho

CAPÍTULO 1

Cinco meses habían transcurrido; cinco meses de tortura, por que eso era; una tortura, martirio, suplicio, tormento o como quieran llamarlo, pero fingir amar a un hombre al cual solo deseas matarlo no era fácil. 

No podía negar que el tipo era todo un caballero, era de la vieja escuela; muy detallista, me regala ramos de flores, chocolates, serenata, cenas románticas, era muy bueno para conquistar a una mujer.   

— ¿En qué piensas mi amor? — Preguntó, me encontraba con Otto, es decir Marcus en un elegante restaurante, siempre le gustaba llevarme a lugares costosos, era como si quisiera jactarse de lo millonario que era, dinero que había obtenido de sus malos negocios. 

— Imaginaba lo genial que sería pasar una noche contigo —mentí, en verdad agradecía que Marcus no quisiera ni tocarme, según él solo sería después del matrimonio, algo de lo cual ni siquiera tenía certeza que en algún momento me pediría, llevábamos cinco meses de relación. Nunca pensé que tardaría tanto tiempo, para estas fechas yo suponía estar libre de esta misión, pero ni siquiera estaba ni a la mitad de cumplir lo prometido. 

— Pasará en menos tiempo de lo que piensas — Mencionó 

— ¿A qué te refieres? — De pronto vi como un cuarteto de cuerdas se acercaba a nuestra mesa, empezaron a ejecutar una armoniosa melodía, romántica y tranquila. Un mesero llegó con una bandeja y se la entregó a Marcus, en él se puso de pie, se colocó frente a mí y empezó a arrodillarse

— Sofía, mi amor. ¿Te casarías conmigo? —  Esto si de verdad que fue una sorpresa. Puse mi mejor cara, incluso hasta lágrimas salieron de mis ojos, tenía que reconocer que era una buena actriz y que todos estos meses la había perfeccionado, podía decir con certeza que podía ganar un Grammy o tal un Oscar. 

— ¡Claro que acepto mi amor! — Extendí mi mano y dejé que él pusiera el anillo, tenía un enorme diamante, esta joya debía valer un montón. No paraba de derramar lágrimas, disimulaba lo conmovida que me encontraba con la noticia. 

Él se puso de pie, me dio un abrazo y después un beso, el cual correspondí. Esto era realmente repugnante, creo que mis labios estaban ya anestesiados y soportaban los suyos, en un principio sentía ahogarme con mi propio vómito.  

Me separé de manera inmediata, y escuché aplausos de las personas alrededor de nosotros, tenía una enorme sonrisa, la cual supuestamente reflejaba felicidad y alegría. Terminamos de cenar y después de aquella propuesta Marcus me llevó a mi apartamento. 

— Me gustaría que antes que el día de la boda llegué, vengas a la casa a vivir —mencionó Siegel. 

— ¿Lo dices en serio? — pregunté emocionada.

— Sí, quiero que organices todo desde la casa, no quiero estar más tiempo separado, necesito a mi prometida a mi lado — ¡Dios mío! Había logrado mi propósito, entraría a su casa y obtendría las pruebas suficientes para destruirlo, esta noche no podía ser más perfecta. 

— ¡Otto no puedo creerlo! — Me lancé hacia él y lo abracé — ¡Prepararé toda esta noche! — Me separé y vi como tenía una gran sonrisa en su rostro. Tenía en mis manos a Siegel, estaba enamorado y eso me daba la ventaja sobre él. 

 — Por la tarde vendré por ti, lo único que necesitas es una maleta con ropa, lo que haga falta te lo compraré — Decía mientras acariciaba una de mis mejillas. Asentí como respuesta. Él tomó mi mentón y se acercó lentamente a mis labios, soporté cinco segundos y de inmediato me separé. 

— Mi amor, debo irme para preparar mi maleta, mañana quiero tener todo listo para ir a nueva casa. — me excusé 

— Nos vemos mañana mi amor — Me despedí y subí a mi apartamento. Estaba feliz, había logrado mi propósito, mi jefe iba a estar muy contento de saber que al fin lo había logrado, ellos tenían puesta su fe en mí y yo iba a demostrarles que no era un error en asignarme en esta misión. 

Lo primero que hice al llegar fue poner música en un alto volumen, me quité los zapatos y empecé a quitarme la ropa poco a poco al ritmo de la música; solté mi cabello y empecé a dar vueltas en mi sala. Parecía como una niña bailando por todo el lugar. 

Me lancé a uno de los sillones mirando hacia el techo, estaba en ropa interior y admiraba el enorme diamante que se encontraba en mi dedo. Nunca en mi vida había tenido una joya de este tipo y mucho menos un ofrecimiento de matrimonio. 

Esto parecía contradictorio al tener dos hijos: Luis Alexander, el mayor y Benjamín el pequeño. Pero en ninguno de los dos casos el padre de mis niños me había pedido matrimonio, mucho menos casarme con ellos.

Todo lo contrario a mis dieciséis años fui ultrajada, me violaron de manera bestial. Salía de la escuela y antes de llegar a casa un tipo me interceptó y destruyó mi vida. El resultado de aquella violación fue mi primer hijo, aún recuerdo que mi hermano estaba en el ejército, pero al saber la noticia regresó a casa, mi padre no encontraba consuelo y ambos solo querían matar el maldito violador. 

Fue algo tan duro de superar, miles de sesiones con la psicóloga; además me costaba tanto aceptar a mi hijo, pero al final comprendí que no era su culpa. Después de aquel suceso ingresé a una escuela de defensa personal, ahí conocí a Diego, uno de mis instructores, era rico y pensé que tal vez con él podría rehacer mi vida; nos enamoramos, bueno creo que él nunca en realidad me amó. 

Al pasar de los meses decidimos vivir juntos, pero él no quiso que llevara a mi hijo conmigo, así que decidí dejarlo con mi madre 

¡Qué gran estupidez! 

Puse a un hombre por delante de mi hijo. Con él aprendí que el dinero no es sinónimo de seguridad, amor, salud, bienestar ¡Para nada! Ese hombre solo me demostró lo que en realidad era el verdadero infierno, nunca me golpeó, pero si hirió mi alma, sus golpes siempre fueron psicológicos y aprendí que esos son más duros de sanar. 

Creí que si quedaba embarazada podría cambiar nuestra vida, pero no fue así. Un día tuve el valor de abandonarlo y regresar con mi madre. Desde ese momento el amor había quedado anulado en mi vida, nunca más sentí mi corazón acelerarse; mi respiración agitarse o el deseo de estar en la cama con alguien, no; hasta que Oliver Siegel llegó a mi vida, él era amigo de Julie, la esposa de mi hermano y desde el primer instante que lo vi el tipo me pareció un total pretencioso y en algún momento pensé que era igual que Diego, un don Juan con un montón de billetes en la bolsa.




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