La vida parecía haberse terminado en ese momento, cuando su abuela la invitó a su casa para un almuerzo que llamó sorpresa. La copa en el suelo fue un claro indicativo de que no se equivocaba, pues la había tomado con la guardia baja cuando le presentó a Mike como su prometido.
Eris sabía que había hecho todo bien. Fue una buena persona, una hija y nieta ejemplar, con la mejor de las calificaciones, se graduó con los máximos honores y su trabajo como socia de una oficina de cómics le había otorgado cierto prestigio en la industria.
Dedicó la mayor parte de su vida a sus estudios y luego a su trabajo, pero cuando su abuela Hye Ri le hizo el comentario sobre conseguirle un prometido, ella pensó que estaba simplemente gastándole una mala broma, pero ahora, había un hombre inclinado ante ella con un anillo en manos pidiéndola en matrimonio.
Las costumbres en su familia eran claras, no podía rechazar a un hombre que fue aprobado por la cabeza de la familia que, en su caso, era su abuela.
El hombre esperaba una respuesta y ella ni siquiera lo conocía, su abuela había estado preparada para pegarle si decía que no. Pensó que, al vivir en el continente americano, podría hacer caso omiso de las costumbres coreanas y más aún, las que su familia dictaba.
—Ni siquiera nos conocemos —fue lo único que pudo decirle en ese momento, puesto que estaba realmente en shock por lo que sucedía.
—Te he visto y sé que eres la mujer perfecta para mí. La única qué deseo desposar. Prometo ofrecerte mi amor, todo mi mundo es tuyo. Por favor, di que sí.
Sus hermanas no habían dicho nada, no podían. Su abuela ya las había obligado a contraer matrimonio y ninguna pudo decir no. Tener a una abuela que podía echarte en cara las desgracias por las que vivirías, era el peor de los castigos; ella no dejaría vivir en paz a Eris, la golpearía para castigarla y la deshonraría con toda la familia Kang.
Su padre ni siquiera decía nada, su madre, mucho menos, quien fue obligada a casarse con un hombre que no amaba, aunque en la actualidad no pareciera que fue así.
—Eris, respóndele al muchacho que le va a dar un calambre. La sopa de cangrejo se enfría y me desperté con un buen palo de metal listo para usar.
Eris tragó saliva. Entendía que la vida que conocía, de completa soltería y enamorada de su trabajo, terminaría justo allí. No quería casarse y mucho menos con un hombre que ni siquiera removía un espíritu en ella.
No dudaba que fuera un buen hombre, pero ella estaba acostumbrada a salir, cuando se lo permitía, con hombres con apariencia de bad boy sin ningún tipo de compromiso y este estaba de rodillas frente a ella diciéndole que fue amor a primera vista.
Su abuela le mostró el palo en una esquina. Se ahogó una maldición y asintió.
«Maldita política dónde tu familia elije a tu pareja».
—Creo que nadie escuchó, Eris —la sentencia de su abuela era evidente.
Ella quería llorar, golpearse contra los muros, arrastrase por el piso e incluso cavar su propia tumba. No habría marcha atrás cuando dijera:
—Acepto.