Enredada en los sueños del magnate

23.compañero del diablo

Muntaha dirigía a las sirvientas, repartiendo instrucciones precisas sobre qué debía limpiarse y cómo. Se movía con agilidad, vigilando de reojo a Zayan, que estaba sentado con las piernas cruzadas, un cuaderno de ejercicios básicos de inglés sobre el regazo.

Desde hacía varios días, Muntaha alimentaba en silencio una esperanza: había notado algo extraordinario en él. La memoria de Zayan era aguda, sorprendentemente aguda. Si le daba tiempo, paciencia y una guía dulce, tal vez él pudiera recuperar algunas de las habilidades que había perdido. Tal vez incluso lograría perfeccionar su inglés.

Zayan estaba absorto en el cuento cuando la puerta crujió al abrirse.

Ibrahim entró con paso lento, cargando un montón de bolsas de compras, y se plantó justo en medio de la habitación, bloqueándole la vista.

En cuanto Muntaha lo vio, todo su cuerpo se tensó. Desde que Ibrahim había regresado a la casa, ella había hecho todo lo posible por evitarlo, siempre envuelta en su velo. Había algo en su mirada que le provocaba un escalofrío helado en la columna, una sensación de peligro que nunca la abandonaba cuando él estaba cerca.

Ibrahim carraspeó de forma exagerada, atrayendo su atención. Sus labios se curvaron en una sonrisa perezosa.

Muntaha levantó la vista y, aunque sus ojos estaban cubiertos, el desprecio en su mirada era tan afilado como el cristal. Se mantuvo erguida, los hombros firmes, indiferente.

—Parece que aún estás molesta conmigo, bhabhi —dijo Ibrahim con un suspiro fingido, pretendiendo inocencia—. No fue para tanto. Tal vez malinterpretaste mis intenciones.

Muntaha no respondió. Su rostro era una máscara imperturbable.

Sin desanimarse, Ibrahim rió con ligereza.

—Vamos, perdóname. Solo estaba bromeando con mis amigos ese día. No quise hacer daño —dijo, hilando mentiras con la facilidad de quien las tiene por costumbre—. Incluso traje regalos para compensar.

—Estás exagerando. No hay motivo para que yo esté molesta contigo —respondió Muntaha con frialdad.

—Bueno, pero creo que herí a mi querido hermano mayor —añadió Ibrahim, alzando las bolsas para que brillaran las etiquetas de lujo, como anzuelos.

Después, se agachó junto a Zayan, que se había encogido visiblemente al verlo.

—Zayan bhai, fui grosero contigo ese día, ¿verdad? Mira —dijo, sacando un puñado de bombones envueltos en papel brillante—. Los traje solo para ti. Te encantan los dulces, ¿no?

Al verlos, el miedo de Zayan se disolvió en una sonrisa de alegría. Sus ojos brillaron, grandes e inocentes. Por un instante, la habitación pareció más liviana.

Ibrahim se puso de pie de nuevo, lanzando una sonrisa fugaz hacia Muntaha.

—¿Ves, bhabhi? Zayan bhai ya me perdonó. Ahora te toca a ti.

Muntaha no respondió, pero una inquietud viscosa se le instaló en el pecho. Echó una mirada hacia las bolsas que Ibrahim sostenía todavía abiertas. Dentro había ropa carísima, perfumes de diseñador, bolsos, incluso joyas que centelleaban bajo la luz. El estómago se le revolvió.

—Es para ti —insistió Ibrahim, con dulzura forzada—. Un regalo de bodas. Nunca tuve la oportunidad de darte uno antes, ¿sabes? No lo rechaces. Me dolería.

Las sirvientas se miraron entre sí, incómodas.

Sin querer provocar un escándalo, Muntaha apretó los labios y asintió con sequedad.

—Está bien.

No lo decía en serio. Solo quería que se fuera.

Ibrahim sonrió más ampliamente.

—Gracias, bhabhi —dijo, inclinando la cabeza como si acabara de ganar un premio.

Pero algo en esa sonrisa —demasiado suave, demasiado persistente— hizo que la piel de Muntaha se estremeciera.

Pensó que aquello sería el final.

No lo fue.

----------

Durante los dos días siguientes, Ibrahim buscó pretextos una y otra vez para acercarse a ella. Dejaba más regalos: perfumes, joyas, maquillaje de lujo, hasta pañuelos de seda. Cada tarde traía una nueva entrega, otra caja, otro recordatorio de su presencia que se volvía cada vez más insoportable.

Muntaha se sentía atrapada bajo una montaña de cosas caras que no deseaba.

Ya era suficiente.

Una tarde, reuniendo todos los regalos aún sin abrir en sus brazos, se presentó ante Ibrahim con Zayan a su lado.

En cuanto la vio, los labios de Ibrahim se extendieron en una enorme sonrisa.

Bhabhi, qué sorpresa más grata. Hoy sí que me alegra que vengas a mi habitación —dijo en voz alta, asegurándose de que sus amigos lo oyeran.

Muntaha no entró. Se mantuvo en la puerta.

—Ibrahim —dijo con firmeza, dejando los bultos en el suelo—. No puedo aceptar esto.

Él parpadeó. La sonrisa se borró.

—Ya me diste más de lo suficiente antes. No necesito nada más. Y esto —señaló una caja especialmente pesada—, este collar debe haber costado una fortuna. No lo voy a guardar.

Bhabhi —respondió con fingida herida—, son solo detalles. Regalos. No es para tanto.

Pero Muntaha negó con la cabeza, decidida.

—No estoy acostumbrada a tanta ostentación —dijo en voz baja—. Por favor, entiende.

Y sin esperar más discusión, se dio la vuelta y se fue, dejando los regalos atrás como cargas abandonadas.

Apenas se marchó, los amigos de Ibrahim, que estaban tirados por ahí, soltaron carcajadas.

—Parece que vas a perder tu apuesta después de todo —dijo uno, dándole un codazo.

La mandíbula de Ibrahim se tensó. Esta vez, su sonrisa no volvió.

—Jamás —murmuró entre dientes.

----

Más tarde esa noche, mientras el crepúsculo se desvanecía en oscuridad, Ibrahim volvió a buscarla.

Se recostó con desparpajo contra el umbral del salón, su silueta recortada contra el resplandor cálido de la lámpara. Muntaha estaba sentada en silencio, las manos rodeando una delicada taza de té, el vapor ascendiendo como susurros alrededor de su rostro.

Bhabhi —dijo con suavidad, su voz una mezcla ensayada de encanto y picardía—. Solo te he visto en esta casa trabajando todo el día. ¿Por qué no salimos a cenar esta noche?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.