—¿Certificado de adopción? —repitió la pequeña, frunciendo el ceño. Ella conocía el significado de la última palabra gracias a su maestra Lulu. Se sentó en la cama sujetando con una manito el papel y con la otra a su conejito Whiskers.
Recordó algo que ocurrió hace unos meses atrás en la escuela, cuando su maestra Lulu les había hecho un anuncio; la escuela solicitaba juguetes que ya no usaban y que desearan donar para llevárselos a los niños huérfanos del orfanato en Navidad. Como toda niña curiosa Aime le preguntó varias cosas sobre aquellos niños. La maestra le dijo que eran niños que no tenían un hogar ni una familia, y que desafortunadamente solo algunos eran adoptados por parejas que no podían tener hijos propios. Al principio no entendió qué quería decir con "adoptados", pero su maestra le explicó y así comprendió su significado.
Su pequeño e inocente corazón trató de buscar una explicación razonable para que su padre tuviera ese papel donde mencionaba una adopción. ¿La adopción de quién? ¿Acaso tenía que ver con ella? No, no. Eso era imposible, Las adopciones eran para los niños sin hogar. Ella tenía una familia y un papá que la quería mucho.
A lo mejor él estaba planeando adoptar uno de esos niños sin hogar y darle un hermanito. Sí, sí. Eso tenía que ser. La idea la emocionó y esbozó una sonrisita.
Pensó que sería lindo tener un hermano o una hermanita para jugar, así ya no se sentiría tan solita en las vacaciones cuando su papi tenía que ir a trabajar.
Soltó a su conejito en la cama y siguió leyendo el resto de palabras que llenaban la hoja, intentando comprender su significado. Armando las palabras dentro de su cabecita como un rompecabezas.
—¿Mi corazón, qué haces aquí? —le preguntó Ingrid, el ama de llaves, ingresando a la habitación para guardar unas camisas planchadas. Notó que la niña estaba muy concentrada leyendo lo que sea que dijera en esa hoja.
—¿Nana?
—¿Qué pasa, mi amor? —Ingrid ingresó al vestidor para acomodar las camisas en el closet. Luego de unos segundos, salió y se sentó junto a la niña. La notó triste—. ¿Está todo bien? ¿Qué tienes ahí?
Aime dejó que Ingrid tomara el papel de sus manos.
—¿Es verdad lo que dice ahí? ¿Soy adoptada? —preguntó, moviendo sus piececitos de forma inquieta y rezándole a Diosito mentalmente para que no fuera verdad.
Ingrid se paralizó al momento de escucharla.
¿Pero de dónde había sacado la niña ese certificado? Hasta donde sabía, su jefe lo tenía bien guardado bajo llave en el despacho para evitar que llegara a manos de la niña.
—¿Es verdad que soy adoptada? Nana responde —la niña empezó a ponerse más inquieta.
—Corazón... No... esto no es... —no supo qué hacer ni qué decir. ¡Necesitaba llamar urgentemente a su jefe!—. ¿Mi vida, dime de dónde sacaste esto?
—Estaba aquí en la cama de mi papi cuando vine a buscar a Whiskers.
Era imposible que su jefe lo hubiera dejado ahí, aunque cabía la posibilidad de que él hubiera decidido cambiarlo de lugar y por error olvidó guardarlo. No sabía qué más pensar, la posibilidad de que así fuera era muy remota. Maximiliano Grigory era muy organizado y bastante cuidadoso con ese tema. Él no se arriesgaría a que por un descuido suyo su hija encontrara el documento y descubriera la verdad.
—¿Por qué no respondes, nana?
Ingrid dobló la hoja y la guardó en su bolsillo.
—No debiste leerlo...
—¿Es verdad? ¿Y mi papá no es mi papá? —sus ojitos se llenaron de lágrimas y sintió cómo su pequeño corazón se aceleraba—. Quiero que llames a papi y él me diga si es verdad o no lo que dice ahí.
Las primeras lágrimas escaparon de sus ojos.
***
—Lamento no haber estado presente en la reunión con los socios. Tuve un problemita con Niki. Los vecinos se quejaron porque se estaba paseando en paños menores por el jardín. Ya imaginarás el escándalo qué hicieron, estuvieron a punto de llamar a la policía. ¡Dios! Está loca de remate y me saca de quicio últimamente.
—Tranquilo hombre, hablas de ella como si fuera una delincuente.
—A veces se comporta como una y hace cosas que... —no terminó de decirlo por vergüenza a que su amigo supiera la torrida historia detrás de él y la hijastra de su hermana, a quien se había esforzado por ver como a una sobrina para que luego viniera a su vida y lo pusiera a cuestionar todo.
Max soltó una pequeña risa.
—Por lo que dices parece que no puedes dejarla sola ¿qué harás con ella cuando viajemos a Miami?
—Contrataré a alguien para que la vigile las veinticuatro horas del día. En especial cuando salga de casa.
—¿No es demasiado?
—Te aseguro que cuando se trata de ella, nada es demasiado...
—Bueno, espero que esto no se te salga de las manos.
—Yo también... —musitó bajo, pensando en aquella alocada chiquilla que muy en contra de su voluntad no podía dejar de pensar.
—Cambiando de tema, he considerado posponer el viaje.