Esa noche, Merida salió tarde de la empresa. Llegó a su departamento ubicado en el sexto piso de un lujoso edificio, y cómo cada noche se aseguró de cerrar bien la puerta, poniendo triple seguro. Las luces se encendieron de forma automática gracias al sistema que hizo instalar, le aterraba la oscuridad.
Trataba de evitar estar en lugares con poca luz porque le recordaban aquella fatídica noche.
Avanzó hasta la cocina y dejó su bolso sobre la isla de cerámica. Luego buscó un vaso para servirse un poco de agua.
Bebió el líquido y fue hasta su recámara para desvestirse y meterse en la tina a tomar un baño de espuma.
Su madre le envió un mensaje para saber si ya estaba en casa, pero como Merida se encontraba en el cuarto de baño no pudo escuchar la notificación, y quizás aunque hubiera escuchado no le habría respondido. Estaba molesta con ella desde aquella discusión que tuvieron en su oficina hace unas horas atrás.
A Merida le dolía sentir que su madre no la comprendía y que en su lugar siempre tratara de buscar una razón para animarla, no se daba cuenta de que nada de eso ayudaba. Era fácil para el resto decir cosas motivacionales y ver la vida de forma optimista, pero no para Merida que desde que aquel canalla la lastimó, sintió que su vida había terminado.
Había pasado más de ocho años, pero ni pasando un millón podría olvidarlo. Era el responsable de destruir su vida, de quitarle su alegría y cada una de las ilusiones que tenía para ser feliz.
Ella Jamás pensó que sería madre a los dieciocho años como resultado de aquella violación. A esa edad ella solo deseaba poder cursar su carrera universitaria, quería enamorarse y entregarle su primera vez a alguien especial, no a un monstruo que la obligó. Muchas veces culpó a Dios por el destino tan cruel que le dio, ella no lo merecía, nadie merecía pasar por algo como eso.
—No, no. ¡Por favor, no me haga daño! —Merida se retorcía entre las sábanas, incapaz de despertar de aquella pesadilla. Ese hombre la estaba lastimando. Ese hombre era cruel, a él no le importaba sus suplicas ni sus lágrimas—. ¡BASTA! —gritó con todas sus fuerzas y logró despertar. Abrazó sus rodillas con fuerza, sin poder evitar contener el llanto. Todo su cuerpo temblaba—. No puedo más... Ya no... Ya no puedo...
Las lágrimas caían sin cesar por sus mejillas, como un torrente imparable que reflejaba el dolor y la desesperación que llevaba dentro. En la soledad de su habitación, se sentía perdida en un mar de angustia y tristeza, sin encontrar consuelo ni alivio para el tormento que la consumía día tras día.
Quería olvidar, pero el recuerdo de aquella noche la perseguía como una sombra oscura, envolviéndola en un manto de miedo y desesperanza. Cada vez que cerraba los ojos, revivía el horror de la violación, sintiendo cómo su cuerpo temblaba de terror y su corazón se llenaba de un dolor insoportable.
Se sentía sucia, mancillada, como si nunca pudiera volver a ser la misma persona que era antes.
Merida anhelaba desesperadamente encontrar una luz que pudiera guiarla fuera del abismo de su dolor. Pero cada vez que intentaba levantarse, sentía cómo el peso de su sufrimiento la arrastraba hacia abajo, hundiéndola en un pozo sin fondo de desesperación.
***
—Papi... —Aime sacudió el hombro de su padre para que despertara.
Max abrió los ojos y se pasó las manos por el rostro. Acababa de quedarse dormido. Estuvo en vela toda la noche pensando en lo que su hija le dijo y cómo de un momento a otro terminó sabiéndose la verdad de su adopción. Aime parecía haberlo tomado de la mejor manera, pero estaba preocupado porque no sabía qué pasaría en adelante.
No conocía los motivos que llevaron a su madre biologica a abandonarla, pero estaba seguro de que no podía ser por las razones que Aime creía.
Su pequeña niña de buen corazón que siempre intentaba ver lo bueno en cualquier situación.
—Buenos días, mi oruguita —besó su mejilla—. ¿Dormiste bien?
—Soñé con mami —dijo triste. Antes de quedarse dormida estaba bastante tranquila. ¿Qué había soñado exactamente para que su estado de ánimo cambiara tan de repente?
—¿Y qué pasó? Si la soñaste, tuvo que ser un sueño muy bonito.
—Mami estaba triste —hizo una pequeña pausa y tragó saliva—. Me dijo que ella me necesitaba.
—¿Mamá te dijo eso? —trazó una caricia en su mejilla mientras la pequeña asentía—. No te preocupes, solo fue un sueño.
—Sí, pero fue muy real. Estábamos jugando en el jardín con mis muñecas y ella dijo que mi otra mamá me necesita y quiere que yo la ayude.
Max se quedó callado, preocupado por las palabras de su hija. Aquello sonaba absurdo, pero a la vez lo inquietaba.
—Cielo, ya es hora de que vayas a prepararte para ir a la escuela —dijo tratando de cortar ese tema.
—Papi... —la pequeña sostuvo su mano para evitar que se bajara de la cama y lo miró fijamente—. Le prometí a mami que lo haría.
El rostro de Max se tensó. Esa situación comenzaba a salirse de control.
—Aime, lo que sea que mami te haya dicho solo fue parte de un sueño. No tienes que hacerlo.