Enseñar a Mamá a Quererme

Capítulo 4

 

Aquellas palabras que alguna vez le suplicó a Dios nunca tener que escuchar salir de la boca de su pequeña, acababan de ser dichas. Max empujó su plato a un lado, sintiendo un nudo en el estómago. Ya no tenía apetito. ¿Cómo podía comer algo después de escuchar a su hija decir que quería conocer a su madre biologica?

—Si voy a ayudarla, primero tengo que conocerla —dijo la pequeña con ilusión. Sus ojos verdes se iluminaron con un brillo especial al imaginar a su otra mamá.

¿Su cabello sería igual de largo y lindo que el suyo?

¿Cómo era el color de sus ojos?

¿Tendría una bonita sonrisa?

Aunque al principio le asustó enterarse que tenía otra mamá y otro papá, después de pensarlo mejor se dio cuenta de que no era tan malo. Además su mamá Sara le dijo en su sueño que no tuviera miedo y que tratara de ayudar a su otra mamá. Si ella se lo pidió era porque todo estaría bien, no tenía de qué preocuparse.

—Eso es imposible, Aime —dijo Max, perdiéndose en sus pensamientos.

Le costaba aceptar que estuviera pasando todo eso, que su niña quisiera conocer a su madre biológica. Era como estar en medio de una pesadilla.

Para empezar, él nunca quiso que la niña supiera que era adoptada. Prefería ocultar ese secreto para evitar que sufriera. Era duro ver cómo su pequeña se interesaba en conocer a unos padres que seguramente nunca la quisieron y que fueron capaces de abandonarla cuando apenas tenía unos días de nacida. Para Max no existía ningún tipo de justificación para abandonar un hijo. Era verdad que en algunos casos algunos padres se veían en condiciones de pobreza extrema y tenían que dejar a sus hijos, pero así mismo, había otros padres que solo los abandonaban porque sí, y no sentían ninguna clase de remordimientos.

¿Cuál de esas era la razón por la que habían abandonado a su hija o existía otra razón?

Sinceramente no quería saberlo. Muchas veces era mejor dejar el pasado en el pasado para no descubrir cosas que pudieran lastimar en el presente y atormentar en el futuro.

—¿Por qué, papi?

Max apretó los labios en una línea recta.

¿Cómo le decía a su pequeña que tenía miedo de conocer el pasado detrás de su origen? No por él, sino por ella. No quería que se golpeara de frente con una cruel verdad y sufriera.

—Porque no —dijo sin más.

—Esa no es una respuesta —contestó ella y se le quedó mirando con insistencia.

Max suspiró.

—Escucha, cariño. Primero que nada no sabemos quién fue tu... la mujer que te...

—¿Qué me dejó en ese orfanato? ¿Mi otra mamá? —respondió ella con una calma desconcertante, ya que a su padre parecía dificultarle mucho decir aquello.

—Aime, esto es complicado, muy muy complicado. No es posible que tú y esa mujer se vean algún día.

—Pero ella me necesita.

—No, no es así —dijo subiendo el tono de su voz y la pequeña se encogió en su asiento. Su padre nunca le había subido la voz. Max se puso de pie y se acuclilló frente a su pequeña—. Cariño, lo lamento —dejó una caricia en su mejilla—. Necesito que lo entiendas, no hay forma en que puedas conocer a esa mujer. No sabemos nada de ella, incluso podría estar en otro país.

—No —ella negó—. Yo sé que está cerca, mi mami me lo dijo. Solo debo buscarla.

—Esto se está saliendo de control. Aime, solo fue un sueño, estás confundida. Tu madre no te pediría hacer algo como eso.

—No me crees —acusó ella, mirándolo desilusionada mientras se ponía de pie. Un nudo comenzó a formarse en la garganta de la pequeña—. Está bien, papi. No me creas, pero yo sé que fue real. Mi otra mami me necesita y voy a ayudarla. La buscaré sola —agregó y se alejó corriendo.

—¡Aime! —la pequeña no se detuvo.

Max la perdió de vista y se llevó las manos a la cabeza.

¿Qué iba a hacer ahora su pequeña?

Aime ingresó a su habitación para buscar su mochila. Se cercioró una vez más de que tuviera todo listo y fue a lavarse los dientes.

Después de unos minutos salió del cuarto de baño y buscó a Conejito.

Whiskers estaba dormido sobre sus almohadas. Lo tomó con sus pequeñas manos.

—Whiskers, tú me vas a ayudar a buscar a mi otra mamá —le susurró al conejo.

Abrió la mochila y escondió al pequeño animal dentro de ella.

—Cariño, ven un momento —le dijo su padre cuando bajaba por las escaleras.

—¿Qué pasa? —preguntó seria.

—Sobre lo que hablamos antes... Lo lamento en verdad. No quiero que esto nos distancie.

—Está bien, papi, ya entendí —se acercó para besar su mejilla como lo hacía cada mañana antes de ir a la escuela—. Te quiero, papi.

Max la abrazó.

—Y yo a ti, mi amor. En la noche seguimos hablando de esto.

—El recorrido ya está esperando —les avisó Ingrid.

Max soltó a su pequeña y tomó la lonchera que Ingrid sujetaba. 




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