Enseñar a Mamá a Quererme

Capítulo 10

 

Javier no perdió el tiempo, mandó a traer algunas de sus pertenencias de la casa de un amigo en donde se estaba quedando después de que Max lo echó a la calle y ordenó que guardaran todo en la recámara principal. 

—Está será mi habitación a partir de ahora, de todos modos ya no la vas a ocupar, cuñadito —celebró, sirviéndose una copa de whisky—. Todo salió perfecto.

Una perversa sonrisa se formó en sus labios al pensar en lo que había hecho y todo lo que estaba por pasar.

Ahora que se deshizo de su cuñado, lo primero que tenía que hacer era hablar con el abogado para convertirse en el nuevo tutor de Aime y reclamar los bienes que ahora iba a administrar. No planeaba hacerse cargo de la niña, tan pronto fuera posible la iba a mandar a un internado hasta que cumpliera la mayoría de edad, después ya vería cual sería el destino de ella. No iba a preocuparse por eso cuando podía relajarse y disfrutar de la fortuna de su cuñado. 

¿Es que por qué tenía que esperar tantos años para poder recibir algo de la herencia de su hermana cuando había otros medios para disfrutar de todas las riquezas que le correspondían? 

Tocaron la puerta.

—¿Quién?

—Señor, es hora del almuerzo y la niña Aime no quiere salir de su habitación, no desayunó y tampoco tomó sus pastillas.

Javier abrió la puerta de golpe haciendo que la muchacha se sobresaltara.

—¿Qué pastillas?

—Las... Hay unas que... —tragó saliva y retrocedió—. Estuvo enferma hace unos días y la medicaron. 

—Bueno pues encargate de que las tome, a mí no me molestes con esas tonterías. 

—Pero no quiere, ya le insistí. La pobre no ha dejado de llorar por la muerte de su papá y el despido de Ingrid.

Javier rodó los ojos y la miró fastidiado.

—Vuelve a insistir. Y si no te abre la puerta usa tus llaves para abrirla como veo que no usas el cerebro para pensar en otras alternativas. A mi no me molestes que me da igual si se pone mal y se muere, así toda la herencia de mi hermana sería mía —Qué tipo más miserable, pensó la muchacha—. Bueno ve, y abre esa jodida puerta de una vez. No me obligues a  derribarla de una patada.

—Si.. iré a buscar las llaves a la cocina.

—¿La cocina? Mejor quitate, no hay necesidad de estar yendo y viniendo por los berrinches de esa mocosa —la empujó contra la pared y se precipitó hacia la habitación de Aime.

—Señor, la va a asustar más —dijo la muchacha tratando de alcanzarlo.

Javier golpeó la puerta con el puño.

—¡Mocosa, abreme la puerta! —ordenó. 

Aime se cubrió las orejas. Seguía escondida dentro del armario, incapaz de controlar las lágrimas que escapaban de sus ojitos enrojecidos e hinchados. 

—¡Con un demonio, abre la puerta! —siguió gritando y golpeando la puerta. Logró romper la cerradura y entró a la habitación. 

Aimé se aferró a su conejito. Javier, al ver que la niña no estaba en la cama, se puso a patear algunas cosas. La niña sollozó y él la escuchó.

Abrió el armario y la encontró..

—¡Dejame en paz! ¡No quiero verte! —le gritó ella.

—Mira, mocosa, no me hagas perder la paciencia que ya demasiada te he tenido estos años. Sal de ahí y vete a comer en la cocina. 

—No quiero, no quiero  —sollozó, apretando los ojos con fuerza.

—Te dije que vayas, y haz silencio que ya no soporto tus chillidos.

Haló el brazo de Aime para obligarla a salir del armario, al ver que se resistía le arrebató al conejo de las manos.

—¡Whiskers! 

Se puso de pie para intentar recuperar a su conejito, pero Javier lo aventó a la cama haciendo que el pobre animalito cayera al piso.

—Mi conejito.... —lloró mientras corría en auxilio del pobre animalito. 

—Señor, por favor —intervino la muchacha, suplicándole con la mirada para que no se acercara a la niña.  

—Hazte cargo —dijo entre dientes y se retiró.

La muchacha se acercó rapidamente a la niña para ver cómo estaba el pobre animalito. 

—Es malo... —dijo Aime entre sollozos. 

—Tranquila, ya se fue... 

Aime se aferró a ella en busca de consuelo. 

Después de un rato, la muchacha le pidió que le dejara revisar al conejo. Aparentemente parecía estar bien, aunque un poco asustado al igual que ellas.

—Parece que se torció una pata. En la cocina hay unas benditas, le colocaré una. ¿Vamos?

Aime asintió, limpiándose el resto de lágrimas de sus mejillas.

—No quiero que él esté aquí, quiero a mi papi —dijo poniéndose a llorar de nuevo.

Apenas pudo calmarse bajaron a la cocina y le sirvieron la comida. No podía estar así sin comer. Luego le ofrecieron las pastillas mientras se encargaban de cuidar a Whiskers. 

—Ya terminé no quiero más —dijo Aime. Parecía que finalmente había dejado de llorar y estaba más calmada.




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