Entre acordes de guitarra

Capítulo 1

2 de febrero, 2009:

Hoy es el día. El día de llevar al trabajo a tu hijo. Llevo mucho tiempo esperando por esto, por fin podré demostrarles a los demás que mi papá es tanto o más genial que el del tonto Speedy. Todos creen eso sólo porque su padre sale en televisión por trabajar en el canal del clima y, ¿a quién quieren engañar? Ninguno ve el canal del clima. Además, yo creo que alguien que llame a su hijo “Speedy” no tiene nada de genial. Tampoco me gusta que ese tonto se empeñe en intentar que mis compañeros se burlen de mí por no tener esos zapatos de moda que tienen ruedas. Aún recuerdo lo que me dijo.

“¿No te gustan estos zapatos? ¿Por qué tus papás no te los compran? ¿Eres pobre? Porque si no lo eres, deberías tener un par de ellos”. A lo que yo respondí: “¿Has recibido alguna vez un golpe? Porque si no es así, yo puedo darte un par de ellos, como sigas insinuando que soy pobre”.

¡Me acusó con la profesora y ni siquiera lo toqué! ¡Fue simplemente una advertencia! Y no somos pobres. Nuestra casa es linda y tenemos un auto. Lo que pasa es que… no les quiero pedir esos zapatos a mis padres porque sé que ese dinero lo pueden gastar en algo mejor. Algo que llevo desde hace unos días pensando en pedirles: una guitarra.

Mi mami es la mejor. Su comida es muy rica. Taaan rica que me chupo los dedos cada vez que la como y no puedo resistirme a robar galletas de chispas de chocolate de la tanda diaria que hace para vender. Papá también le roba algunas y ambos sabemos que eso le molesta, así que prometimos mantenerlo en secreto. Ella jamás lo sabrá. Mi padre también es el mejor. En definitiva, el sujeto más cool de la galaxia. Combate monstruos conmigo, siempre me lleva al parque de diversiones, me enseña a jugar béisbol y… ¿Lo mejor de todo lo que hace? ¡Magia! ¡Mi papá hace magia!

No estoy mintiendo. El trabajo de papá es hacer magia y hoy lo acompañaré para observarlo hacerla frente un gran grupo de personas. Kaden Chase es un mago. Un mago de instrumentos. Él puede tocar cualquier cosa y con el sonido logra hipnotizar a todo el mundo, ¡lo juro! Puede tocar la guitarra, el bajo, la batería, la flauta y otras cosas que ya no recuerdo. A todos les encanta.

Hoy todos los chicos de mi clase irán con sus padres al lugar donde papá toca y cuando él los haga sonreír y bailar a todos sin querer, se darán cuenta. Sabrán la fuerza con la que el gran mago Kaden les hechiza sin que puedan evitarlo. Eso es, sin duda, mejor que escuchar a un sujeto aburrido hablar de nubes frente a una cámara. No puedo esperar a que todos le aplaudan para levantarme de mi silla y gritar: ¡Toma eso, Speedy! ¡Mi papá es mejor que el tuyo y son feos tus estúpidos zapatos con rueditas!

—¡Thiago, cariño! ¡¿Estás listo?! ¡Tu padre te espera en el auto! —grita mamá, desde algún lugar de abajo.

—¡Ya voy, ! —le respondo con otro grito mientras intento amarrar las agujetas de mis zapatos para poder bajar. ¿Cómo era? Dos orejitas de conejo, una arriba y otra la rodea, o algo así. Como resultado obtengo una maraña extraña y enredada que podría hacer las de red de pesca en una escala muy pequeña. Me resigno, haciendo dos nudos sencillos y ocultando los restantes largos entre el interior de mis zapatos y mis pies. Odio atar mis cordones. Cuando ya me encuentro abajo y me dispongo a salir, mamá me frena.

—Alto ahí, jovencito. ¿No hay un beso para mami antes de irte? —Corro hacia ella, la abrazo por la cintura y me pongo de puntillas para darle un beso en la mejilla. Soy alto para mi edad, pero no más que ella. De todas formas, sé que algún día lo seré. Mamá me da un beso en la cabeza y me entrega una gran bolsa con un montón de galletas—. Repártelo a tus compañeros, cielo.

—Está bien —digo antes de volver a apretarla entre mis brazos y salir de la casa. En el auto, papá está cambiando las emisoras de radio.

—¿Qué tienes ahí, pequeñín?

—Galletas. Mamá quiere que las ofrezca a mis compañeros. ¡Y no me digas pequeñín! —Papá ríe mientras abre la bolsa sobre mis piernas y toma una de las delicias que mi madre hace—. Tengo nueve años, soy grande.

—Claro. Un gran problemático, querrás decir —añade antes de masticar su galleta y arrancar el auto.

—No soy problemático —refunfuño, cruzándome de brazos.

—Ah, ¿sí? ¿Y por qué cada semana llama tu maestra para contarnos sobre tus “asombrosas hazañas” en el salón de clases? —Nos acercamos a un semáforo que cambia a color rojo antes de que lo logremos pasar, así que paramos y papá me observa.

Conozco esa mirada que me está dando. Es la de justifica tu respuesta. La llamo así porque es como si él se convirtiera en uno de esos molestos exámenes en los que debo argumentar la razón del resultado que elijo —en este caso: mis palabras o acciones—, y si lo convenzo, lo deja estar. De lo contrario, estoy castigado. Mamá también tiene esa mirada, pero es más aterradora. Verdaderamente aterradora.

—Ya te dije —Agito mis brazos en un gesto exasperado—, Speedy le mintió a la maestra Claire, diciéndole que lo golpeé, pero no fue así. Sólo le dije que lo haría si seguía diciendo que éramos pobres. La segunda vez fue porque, también él, ocultó el desayuno que me preparó mamá. ¡Y yo no me iba a quedar sin comer por su culpa! —Aún tiemblo de furia al recordarlo—. No me quiso decir donde había puesto mi comida, así que le arrebaté su sándwich y me lo comí. —Miro el paisaje por la ventana y vuelvo a cruzar mis brazos. Ahora estoy enojado con papá. La luz verde indica que podemos seguir y eso hacemos unos quince minutos, más o menos, hasta que llegamos a la escuela de música donde el gran mago Kaden practica y enseña magia. Un Hogwarts musical.

—Correcto, y… ¿qué hay de lo que pasó hace tres días? ¿Eso fue un accidente? —Bajamos del auto y le respondo mientras caminamos por la escuela:

—Él me empujó primero porque mi carrito de control remoto le ganó al suyo en las carreras que hacemos en el receso. No es mi culpa que Speedy sea un debilucho que no soportara que yo lo empujara de vuelta y cayera al suelo. 
—Vaya, ese-niño-Speedy sí que es malo contigo —dice y alborota mi cabello. Recorremos un largo pasillo hasta llegar a la última puerta a la derecha. El salón de papá.



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En el texto hay: humor, musica, amor

Editado: 11.02.2022

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