Julian despertó con Valeria en la mente. Desde días atrás, ella se había convertido en el sol que iluminaba su mundo trás cada amanecer; en su primer pensamiento del día. Ese sábado no fue la excepción, y más aún, después de la velada romántica que culminó magistralmente, con el ansiado beso. Ese día, lo primero que hizo fue tomar su móvil, y sin mucho que pensar hizo lo que, para él, ya era un ritual matutino: redactó el habitual mensaje de buenos días para Valeria. Pensó en invitarla cómo espectadora del encuentro de sóftbol en que iba a participar junto a sus compañeros, aunque finalmente se arrepintió ante la idea de planear algo más emocionante para esa noche. La mañana inició de maravillas, y la comunicación con Valeria resultó muy afectiva. Entendió que todo continuaba del mismo modo en que lo había dejado la noche anterior. Tomó un desayuno rápido, y se alistó para asistir al juego.
Al llegar al estadio se encontró con todos sus compañeros y amigos, incluyendo a Roberto. Se jugaron algunas bromas a las que ya se había acostumbrado, una extraña ceremonia de amistad que solo ellos entendían, pero que servía para reforzar la confianza y camaradería del grupo. Ese día, todos asistieron en compañía de algún invitado para verlos jugar, animar y hacer barra. Algunos fueron con amigos más cercanos y otros con algún familiar, a diferencia de Julián, quién llegó solo al estadio y no invitó a nadie. Sin embargo, Roberto se adelantó aquella mañana y sin consultar previamente, invitó a un par de amigas que ambos conocían, tomando a Julián por sorpresa.
—¡Ven, Julián! Aún falta algo de tiempo para jugar. Hablemos un rato con Mariana y con la tuya. —dijo Roberto en tono sarcástico.
—¿Con quién? ¿Con Valeria? —respondió Julián, pensando en ella como si no existiera nadie más.
—¿Valeria? No, vale, con Alexandra. Ella está en las gradas con Mariana. —respondió Roberto.
—¿Alexandra? —contestó Julián, con la incertidumbre de un conflicto que se acercaba y que prefería evitar.
—Claro, no olvides que ella y Mariana son amigas. —respondió Roberto.
—No vale. ¿Cómo crees? Me da pena verla a la cara. —dijo Julián, tratando de ubicarla con la vista para asegurarse de que no lo estuviera observando, como si fuera un pequeño roedor antes de moverse.
—¡Ja, ja, ja! —carcajeo Roberto—. ¿Ahora le tienes miedo? —pregunto burlonamente—. El cazador ahora teme a la piel del tigre después de haberlo matado. —agregó y siguió riendo.
—No es eso, lo que pasa es qué… —trato de decir Julián, pero fue interrumpido por Roberto.
—¡Vamos! Necesito tu ayuda. —dijo Roberto, obligando a Julián a hacerle compañía.
Alexandra asistió a ese juego para complacer a Mariana. No compartían juntas desde la noche en que conocieron a Julián y a Roberto en la fiesta. Llevaba unos lentes oscuros para el sol y su negra cabellera recogida en una trenza. Además, vestía una blusa corta de tirantes y unos leggins ajustados que, en conjunto, eran un potente imán para atraer las miradas de los hombres al no dejar sus atributos a la imaginación. Distraer su mente y disfrutar un poco de aquel juego, era su único propósito esa mañana, pero jamás pensó en encontrarse con Julián. No, claro que no, eso no era parte de sus planes y mucho menos, después de estar consciente de que él estaba relacionado con Valeria. Por este motivo, ese encuentro inevitable estaba destinado a ser incómodo, pero Alexandra era alguien que, antes de esconderse, prefería darle la cara al problema. Ella no estaba dispuesta a permitir que esa situación la arropará, y trataría de andar un paso adelante, dispuesta a ajustarse a cualquier cambio de ritmo en el son que le tocase bailar.
—¡Alexandra! —exclamó Roberto para llamar su atención— ¡Voltea para que alegres tu día! —dijo luego, logrando que, al volver la mirada, se encontrará sorpresivamente con la de Julián.
—¡Ju-Julian! —exclamó Alexandra sorprendida— ¡Hola! ¿Cómo estás? —agregó luego, tratando de disimular su alegría, aunque en realidad era un sentimiento distinto el que había generado la presencia de Julián.
—¡Hola, Alexandra! Es un gusto saludarte —contestó Julián con algo de pena en sus palabras, ante lo imprudente que había resultado Roberto.
Julián, otra víctima más de la sensualidad que exhibía Alexandra; no pudo evitar ser traicionado por su subconsciente cuando, sin pensar, sus ojos se movieron automáticamente y escanearon el cuerpo de Alexandra de arriba abajo. Ella notó esa mirada, y él, sorprendido, trató de disimular la situación, pero ya era tarde.
¡Hola, Mariana! Es un gusto verte también. —saludó Julián a Mariana, tratando de evitar que ella también notara lo avergonzado que se sentía.
—¡Holaaaa, Julián! —contestó Mariana— ¡Me alegra mucho verte otra vez! —dijo con cariño—. Aunque espero me disculpes, pero necesito hablar un momento con Roberto —dijo después, tomando la mano de este, con la intención de irse con él a otro lugar—. Los dejaremos solos un rato; aprovechen para ponerse al día, pero no se vayan a ir juntos, aún falta el juego y también muchas horas para el amanecer. —agregó con picardía, haciendo referencia a la noche en que ellos se conocieron, para finalmente retirarse junto a Roberto.
Aquella situación premeditada dejó a Julián y Alexandra a solas, y como ya no había nadie para tener que disimular, lejos de ser un momento romántico, terminó por convertirse en una guerra de dime, que yo te diré.
—¿Quizás debí probar un poco más, antes de que te fueras detrás de Valeria? —dijo Alexandra con malicia.
Su expresión: la de una loba que mira a un tierno corderito. Ella lo observó de arriba abajo, devolviendo la misma mirada que él le había dirigido instantes atrás. Julián frunció el ceño y la miró a la cara, sin decir nada.
—¿Lo pasaste bien anoche? —preguntó Alexandra, levantando sus lentes oscuros para que el viera la rabia en sus ojos.
—¿Pensé que eran buenas amigas? —respondió Julián, evitando responder a la pregunta y tratando de poner freno al vendaval de ironías que estaba por venir.
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Editado: 17.05.2025