Entre amor, dudas y traición

Capítulo 10: Dulce sonrisa.

Julián eligió afrontar el porvenir de los siguientes días, con este pensamiento en mente: “dar importancia a quien realmente la merezca”. Se prometió a sí mismo que ya no seguiría persiguiendo la sombra de la ausente Valeria; Quizás, ella volvería algún día y al llegar ese momento, tendría mucho que explicar. Mantenía algunas dudas sobre lo que creyó escuchar en aquella conversación con ella y su significado, aunque, la realidad es que solo era un pretexto más y una manera de continuar justificando las malas acciones de esa mujer; esto gracias al amor que sentía por ella, ese sentimiento causante de los males que lo tenían ahogado y que se negaba a morir.

Sin embargo, a pesar de que su corazón le pedía que continuará confiando, su sentido común ya le había dado vuelta al partido y comenzaba a ganar el encuentro por una notable paliza, indicando que la realidad era lo más obvio y evidente así cerrará sus ojos para no ver. Ante esto, su propio orgullo se negaba a permitir que continuara amando a una mujer en esas condiciones, sin saber qué hacía y mucho menos con quién lo hacía. Por su propia protección y recuperación emocional desplegó un escudo de indiferencia hacia ella. No estaba muy seguro de que eso fuera lo mejor, pero lo que sí esperaba era que pronto le llegará el momento para voltear la cara de la moneda y cobrar la factura.

“¡Buenos días mi amor! Espero que hayas dormido bien. Hoy tengo mucho que hacer y estaré full. Apenas tenga algo de tiempo, te llamaré. Te amo”.

Ese fue un mensaje de Valeria que llegó en su móvil mientras iba camino al trabajo, uno que al verlo pensó «más de lo mismo, es una película repetida» y decidió no responder porque ya habían perdido su impacto, así como él estaba perdiendo el interés en ella.

Ese día, Julián se presentó en el trabajo con un mejor semblante y una actitud, en apariencia, renovada. Si bien no se sentía alegre, tampoco deseaba continuar demostrando ni reflejando su estado de ánimo; los demás no tenían porque sentir pena ni lástima por él. Estaba consciente que todo lo que estaba pasando era algo que había buscado desde el principio; el premio por insistir en enamorar a esa chica ,que conoció en un viaje de autobús. Bastante razón había tenido Alexandra, todas las veces en que dijo que “las cosas no eran lo que parecía ser”, y el tan iluso soñador, tonto ciego de amor, no supo verlo.

—¡Roberto! —exclamó Julián, para llamar la atención de su amigo.

—¡Julián! ¿Cómo estás? Tienes un mejor semblante hoy. —contestó Roberto.

—¡Bastante mejor amigo! Muchas gracias. —dijo Julián.

—¿Gracias? ¿Por qué? —preguntó Roberto.

—¡Por la ayuda! Dale mis gracias también a Mariana… Son muy buenos amigos. —contestó Julián.

—¿Pero? Nosotros no hemos hecho nada. —dijo Roberto.

—¡Claro que sí! Sin ustedes, Alexandra jamás habría ido a verme. —dijo Julián.

—¡Ah, Ya! No te preocupes, amigo, no es necesario que lo agradezcas… para eso estamos los amigos. —dijo Roberto.

—¡Lo sé, amigo! Pero ya no será necesario… ya verás que de ahora en adelante, estaré bien. —contestó Julián.

—Eso espero, amigo ¿Te parece si este fin llevamos a las chicas por ahí? Piénsalo y me dices luego ¿Ok? —dijo Roberto, para luego marcharse a la carrera a un lugar donde estaba siendo requerido dentro de la obra.

—«Claro que sí amigo… justo eso quería proponer». —pensó Julián, mientras miraba a su amigo marcharse.

Julián estaba muy seguro de que, para superar del todo su situación, tendría que hacer mucho más que, solo, tener una actitud distinta. Distraer su mente y disfrutar serían acciones que seguramente darían mejores resultados. Además, pasar un poco de tiempo con Alexandra era algo que ella se merecía y que él también deseaba.

—¡Hola, Alexandra! —saludo Julián, luego de hacerle una llamada telefónica.

—¡Hola, Julián! ¿Cómo estás? —respondió ella.

—¡Bien! Bastante mejor… y todo gracias a ti. —dijo Julián.

—¡Me alegro mucho por ti! Pero no era necesario que me llamaras para eso. —dijo Alexandra.

—¡Lo sé! Pero solo fue la excusa que se me ocurrió para hablarte. —dijo Julián.

—Siempre has podido hablarme… No recuerdo haberte prohibido eso. —dijo ella.

—¿Puedo verte? —preguntó Julián.

—Tal vez…. Bueno si ¿Porque no? Claro que sí… Esta noche en el Luna Azul de la Avenida Victoria. Ve a las siete y media.

—¡Allí, estaré! —contestó Julián.

El Luna Azul era un café nocturno con un ambiente muy agradable que ofrecía una atmósfera tranquila y acogedora, perfecta para relajarse y disfrutar de una buena taza de café o de un delicioso postre. Los encargados de ese establecimiento solían añadir al lugar ciertos toques de experiencia cultural, con los distintos eventos de noche de poesía, karaoke y micrófono abierto que continuamente organizaban, lo cual lo convertía en el sitio ideal para una cita informal o simplemente para desconectarse del ajetreo del día a día.

Julián, nunca había visitado ese lugar al que lo había citado Alexandra, ni tampoco había oído mencionarlo. Su experiencia en la costa estaba limitada, en gran medida, a sus andanzas con Valeria. Esos encuentros, en su mayoría, se habían caracterizado por ocurrir en sitios aislados, discretos y hasta escondidos; por así decirlo, cómo aquellos en aquel motel donde daban rienda suelta a todos sus deseos carnales. Nunca antes se había puesto a analizarlo, pero incluso, hasta esas ocasiones que disfruto con Valeria hasta más no poder, le parecían muy sospechosas dada su naturaleza furtiva.

Al llegar al Café Luna Azul, quedó maravillado por la decoración del ambiente. En las paredes de ladrillos rojos, estaban colgados diferentes cuadros retros, y el mobiliario, de madera oscura, contrastaba con cojines de terciopelo en tonos claros. La iluminación era suave y tenue, procedente de algunas lámparas con forma de candelabros antiguos colgados del techo, lo que daba al lugar un toque bohemio. Al fondo, había un pequeño escenario con una gran pantalla a un lado y guirnaldas de luces intermitentes. En ese mágico refugio, se encontró con Alexandra, quien lo esperaba sentada en una de las mesas.




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