Al día siguiente, Valeria aprovechó que no se encontraba en casa de Julián ni se sentía obligada a cumplir responsabilidades de pareja para salir y tomar un poco de aire. Ya era momento de retomar sus actividades y tenía muchas ideas que deseaba organizar y escribir. Solo había un lugar en el que se sentía cómoda cuando lo hacía. Después del desayuno, se dirigió a la “Estancia de la Abuela”, aquel restaurante ubicado a orillas de una playa relajada y tranquila, donde su creatividad siempre fluía sin inconvenientes.
Ese día no tuvo tiempo para conversar con Alexandra, quien se levantó más temprano para ir a trabajar; sin embargo, le envió un mensaje vía móvil para informarle. Ya habían pasado varias semanas desde la última vez que visitó ese lugar.
Al llegar, notó que nada había cambiado y todo estaba tal como lo recordaba: el pequeño restaurante a orillas de la playa, continuaba igual de tranquilo que siempre, con sus mesas de madera ubicadas bajo la churuata y su gran vista al mar. Ese día, solo había un par de mesas ocupadas, pero esto ya era algo que ella estaba acostumbrada a ver. En parte, esto era una de las cosas que más le había agradado de ese mágico lugar: su tranquilidad. La otra era la gran atención y, como de costumbre, fue recibida con la misma amabilidad y cariño de siempre.
—¡Hola, Abuela! —saludo Valeria, con mucho cariño a la anciana dueña del restaurante.
—¡Hola, mi niña! Hace rato que no venías por aquí. —respondió la anciana cariñosamente.
—¡Estuve varias semanas de viaje! Tenía muchas cosas que hacer. —dijo Valeria—. ¿Usted cómo ha estado? —preguntó.
—¡Bien, mi niña! Dentro de lo que cabe. Así somos los viejos. —respondió la anciana sonriendo.
—¡Me da mucho gusto que esté bien! ¿No le molesta si me siento en la misma mesa de siempre? —preguntó Valeria.
—¡No, hija! Para nada. Tu sabes que eres bienvenida en este humilde lugar. —contestó la Abuela.
—¡Gracias, Abuela, por ser tan amable conmigo! —contestó Valeria.
Valeria, se sentó en la mesa que estaba acostumbrada a ocupar. La brisa del mar y el sonido de la olas eran para ella un método de relajación que disfrutaba, sin mencionar la vista al horizonte con esos tonos azules del mar y el cielo que tanto agradaban a su vista.
Allí aprovechó la tranquilidad y serenidad, que según ella, siempre le había brindado aquel lugar, y así dió vida, a través de la escritura, a esas ideas que estaban dando vueltas en su imaginación. También aprovechó parte de este tiempo para conversar con Julián a través del móvil, quien ansiosamente le pidió verla durante la noche, tal cual como ella había estado esperando que hiciera, de acuerdo al plan que se había trazado, sintiéndose muy satisfecha por aquel control imperceptible que creía ejercer sobre él.
Julián, por su parte, ese día tuvo una jornada laboral bastante tranquila y relajada. Aparte de hablar con Valeria a través del móvil, también tuvo bastante tiempo de sobra, y lo aprovechó para conversar y bromear con sus compañeros, principalmente con Roberto, su mejor amigo.
—¡Cuéntame, Julián! ¿Cómo sigues con tus enredos? —pregunto Roberto.
—¡Hermano, si te cuento! Valeria se fue ayer para el apartamento, y bueno, no me gustó mucho la idea esa de irse, porque siendo muy sincero, ¡anoche la extrañe increíblemente! ¿Pero qué más puedo hacer? Digo, aparte de tratar de distraerme mientras ella vuelve. —contestó Julián.
—Pues, conociéndote bien, como te conozco. Parece que eso no te molesta, amigo. Pero bueno, aprovechando que te soltaron la cadena, ¿que te parece si vamos por unos tragos al billar junto a los demás, después de salir del trabajo? Nada de mujeres. Solo nosotros. —preguntó Roberto.
—¡No, hermano! La verdad, no quiero que Mariana te vaya a castigar por andar conmigo —contestó Julián, riendo—. Aunque en realidad, eso es una idea bastante buena, así dejo de pensar en algo más que tengo en mente. —Culmino de decir.
—¡Ten cuidado, Julián! Esas mujeres van a terminar haciendo una sopa contigo. ¡Te lo digo por experiencia! —advirtió Roberto, sonriendo, ante las intenciones que había detectado en su amigo.
Mientras que para los demás el día parecía marchar con mucha normalidad, para Alexandra todo era muy diferente, porque sentía que llevaba un gran peso sobre sus hombros. En el trabajo, esa sensación la mantenía muy intranquila. Esa sensación de disconformidad y ese malestar anímico eran muy evidentes para Mariana, quien era muy observadora y siempre estaba muy pendiente de ella, como la buena amiga que solía ser, acercándose y preguntando.
—¿Te pasa algo? —preguntó Mariana.
—¡No, amiga! Estoy bien. —contestó Alexandra.
—Si no te conociera, tal vez te creería. ¿Cuéntame qué es lo que te pasá? —preguntó Mariana nuevamente.
—Si, tienes razón… es verdad, y me tiene ahogada. —contestó Alexandra.
—!Sabes que puedes hablar conmigo sobre cualquier cosa! Dicen que dos cabezas piensan mejor que una… solo tienes que decirme. —dijo Mariana.
—¡Ay, amiga! Estoy mal. No dejo de pensar en Julián. —dijo Alexandra.
—¡Pues alégrate entonces, amiga! El me comentó esa noche en la playa que tú también le gustabas, y “mucho” fue la palabra que utilizó cuando lo dijo. —respondió Mariana.
—Si, eso lo sé… él mismo me lo confesó. Pero ese no es problema. Es algo más delicado y hay tanto que nunca te he contado. —dijo Alexandra.
—¿Prefieres hablar en otro lado? —preguntó Mariana.
—¡Sí, por favor! Aquí no me siento cómoda hablando de esto. —respondió Alexandra.
—Aún falta un par de horas para salir, déjame ver qué puedo hacer. —dijo Mariana.
Mariana, quien siempre había sido una empleada responsable y que además era la que más confianza tenía con el supervisor de la empresa, se acercó a él y pidió libre el resto de la tarde, tanto para ella como para Alexandra, obteniendo sin ninguna dificultad aquel permiso, gracias a qué ambas ya habían culminado con sus tareas y no tenían nada pendiente.
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Editado: 17.05.2025