La calma que había rodeado la cena desapareció al verla salir con la bandeja; había creído que no estaría esa noche. Quise levantarme antes de que su presencia alterara el momento, pero debía quedarme; teníamos visita.
—¿Desea algo más, señor Rowan? —preguntó con una paciencia silenciosa que solo alguien en su posición podría manejar.
Levanté la vista y la observé fijamente, sintiendo una oleada de celos. ¿Cómo podía alguien sin conexión personal causarme tanta frustración?
—Señor… —su voz temblaba ligeramente, apenas audible.
—Odys, dame un poco más —ordenó mi padre, sin levantar la vista de su plato.
Tensé la mandíbula al ver cómo ella servía a mi padre con una familiaridad que me desquiciaba.
Me limpié la boca y dejé caer la servilleta sobre el plato.
—Rowan, hijo, ¿a dónde vas? —preguntó mi padre, sorprendido.
Ignoré su pregunta y me dirigí a mi habitación. La irritación me llevó a tirar de mi corbata. Ella era solo una empleada, pero sus gestos y su cercanía a mi padre me volvían loco.
¿Cómo podía enfrentarlo? Estaba convencido de que ella era la amante de mi padre. Sabía que él no era ningún santo. Sus aventuras habían causado la muerte de mi madre, un hecho que nunca iba a olvidar ni perdonar.
«No debiste regresar», me reproché con frustración mientras me pasaba la mano por el cabello.
Alguien llamó a la puerta; sabía que era él. Abrí con determinación. Sin embargo, allí estaba ella, la mujer que, tras mi regreso de Siberia, había alterado mi vida.
—Señor, su padre me ha pedido que le traiga un vaso de agua y otro de jugo —dijo con la cabeza inclinada, como si quisiera desaparecer.
Estaba seguro de que sentía vergüenza de su relación con mi padre, y no la culpaba. Era una buscadora de fortuna y mi padre, un viejo cínico que no entendía su posición.
—No le he pedido nada. Vaya a atender a su amante, Odyssey.
Ella levantó la vista, mostrando desconcierto.
—Perdón, señor, no comprendo…
Negué con la cabeza, frustrado por su actitud desinteresada.
—¿Cree que soy tonto? ¿ Cree qué no me doy cuenta de lo que está pasando entre usted y mi padre? —dije, incapaz de tolerar más.
La bandeja se deslizó de sus manos, cayendo al suelo.
—No, señor, le aseguro que no hay nada entre su señor padre y yo. Él ha sido muy amable conmigo y yo… Solo correspondo a su amabilidad.
—¿Meterse a su cama es su modo de ser amable? —las palabras salieron de mis labios con una frialdad que me sorprendió.
Ella me abofeteó. Mi sorpresa se convirtió en una mezcla de celos y enojo.
—Señor, lo siento. No era mi intención… Por favor, discúlpeme —agachó la cabeza, susurrando—. Le juro que no tengo nada con su padre. Solo he recibido su amabilidad, él ha sido como un padre para mí.
Vi una lágrima caer y me acerqué, olvidando mi ira. Levanté su rostro con suavidad.
Cerré la puerta detrás de ella y me acerqué. Ella retrocedió, claramente intimidada por mi presencia.
—Mírame, Odyssey. Mírame y júrame que no tienes nada con mi padre.
—Señor, le juro por la memoria de mis padres que no tengo ninguna relación con el señor Georgiou…
Mi mano se posó sobre su mejilla, y con una intensidad demandante, dije:
—Júrame que no eres su amante.
—Yo… Yo… Señor, no tengo nada con su…
La interrumpí con un beso. Sus manos intentaron apartarme, pero no cedí. Sus nervios eran evidentes en cada movimiento.
Mi pasión se desbordó, y la besé con la intensidad de los sentimientos que me había causado su presencia desde mi regreso de Siberia.
Ella rompió el beso y salió corriendo. Una mueca se formó en mis labios mientras ajustaba mi camisa. Decidí volver a la sala.
—Me disculpo por mi actitud —dije al retomar mi lugar.
Había dos empleadas presentes, pero no ella. No encontraba una excusa para ir a la cocina y asegurarme de que estuviera allí. Mi padre, y la señora Clío Crawler hablaban sobre lo bueno que sería emparentar las familias.
Era hijo único, al igual que la hija de la mujer que, desde mi regreso, habían intentado hacerme conocer.
—Aurora no ha podido venir, pero seguro le hubiera encantado verte, Rowan —dijo Clío.
—Iré a la cocina por algo —me levanté.
—Las empleadas pueden ocuparse de lo que necesites —protestó mi padre—. Para eso las pago. No seas maleducado con Clío.
Me senté con desdén. Volví mi atención al plato, ignorando a los presentes, hasta que sentí su aroma y la busqué con la mirada. Ella se acercó a otra empleada y dijo algo en voz baja.
Parecía nerviosa y evitó mirar en mi dirección. Pensé que iría a la cocina, pero en lugar de eso, se dirigió a su habitación.
No tenía una excusa para seguirla. Suspiré y continué escuchando la tediosa conversación. Unos minutos después, la vi salir.
Su atuendo indicaba que iba a sus clases. Desde que acepté mis sentimientos por ella, había investigado su situación. Apenas estaba intentando finalizar su educación superior.
Sabía que mi padre tenía debilidad por las mujeres jóvenes, y ella no era la excepción; podía verlo en su mirada. Aunque había asumido que ella no le era indiferente, saber que no había nada entre ellos me dio esperanza.
La conversación continuó hasta dos horas después, cuando me levanté para despedir a Clío.
Mi padre la acompañó hasta la puerta y me dirigí al estudio. Me concentré en unos documentos hasta que la puerta se abrió. Levanté la vista, sabiendo que no era ella con su habitual café o jugo.
—Veo que no has olvidado lo que pasó —dijo Georgiou, sentándose frente a mí.
—No vamos a tener esta conversación nuevamente. ¿Cuál es tu problema?
—Aurora es una buena candidata para que te prometas.
—Hazlo tú. Si regresé fue por tu estado de salud, no voy a casarme, al menos no con la mujer que tú elijas. No me interesa Aurora ni ninguna otra mujer con la que hayas hecho un trato. ¿Algo más de lo que quieras hablar?