Entre amor y venganza

Enojo

Apoyé ambas manos en la pared, dejando que el agua cayera sobre mí. Cada gota parecía llevarse un poco de la rabia, pero también aumentaba la frustración. Había sido claro con ella sobre cómo me afectaba ver su cercanía con mi padre, y aun así… allí estaba.

Cuando finalmente salí de la ducha, me puse los audífonos, intentando perderme en una de esas melodías que me habían ayudado durante mi tiempo en Siberia. Era un refugio al que acudía para escapar, aunque solo fuera por un momento, del peso de todo lo que llevaba dentro.

A la mañana siguiente, salí a trotar temprano, tratando de liberar la tensión que me acompañaba desde la noche anterior. Era domingo, así que no tenía que ir a la empresa. La vi regando el jardín cuando pasé, y aunque noté que me miraba, seguí corriendo sin detenerme.

Volví poco después, el sudor cubría mi frente mientras volvía a subir las escaleras. Tenía pocos amigos en la ciudad, solo buenos conocidos y socios. Hablar no era lo mío; siempre había preferido guardar mis problemas para mí mismo, especialmente desde la muerte de mi madre.

Ella había sido mi mejor amiga, mi consejera. A menudo me encontraba deseando poder hablarle, contarle sobre Odyssey, sobre la confusión que me invadía. Regresé a mi habitación, el retrato de mi madre en la pared me observaba con una mirada que siempre me parecía comprensiva.

Me senté frente a su retrato, como tantas veces lo había hecho antes. La culpa y el dolor se entremezclaban en mi pecho mientras hablaba en silencio con ella, expresando lo que me dolía no poder perdonar a mi padre. Tres golpes suaves en la puerta me sacaron de mis pensamientos. Sabía que era ella.

Me levanté y fui a abrir.

—Señ… —sus palabras se quedaron atrapadas en su garganta al ver mi torso desnudo.

Sus ojos bajaron y luego volvieron a mi rostro con una mezcla de sorpresa y algo más que no quise identificar.

—¿Qué necesitas, Odyssey?

Titubeó, sus dedos jugueteaban nerviosamente con el dobladillo de su delantal.

—Yo… bueno, solo quería preguntar si le apetece desayunar.

—¿Ya llegaron Clío y su hija?

Su expresión cambió, una sombra de tristeza oscureció sus ojos.

—¿Va a desayunar con la señorita? —preguntó en un tono que apenas disfrazaba el malestar.

Di un paso hacia ella, la tensión de la noche anterior todavía latente en mí.

—¿Estás celosa? —pregunté, mi voz bajando mientras cerraba el espacio entre nosotros.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, y la vi retroceder un poco, pero no lo suficiente para escapar. La tomé suavemente del brazo y la atraje hacia mí, cerrando la puerta detrás de ella.

—Yo… yo no… —susurró, pero no apartó la mirada cuando levanté su rostro para que me mirara directamente.

—Lo estás —afirmé, sin dejar de observarla—. Y debes saber que además de estar celoso, también estoy muy molesto. Ayer te fuiste sin terminar nuestra conversación y luego te vi con mi padre, a pesar de que te dije lo mucho que me disgusta verte cerca de él.

—Su padre llegó cuando yo lo hice, y solo lo ayudé cuando me pidió que lo hiciera.

Mis manos se apoyaron en la puerta, atrapándola entre mis brazos. Sus palabras eran un bálsamo que no podía aliviar la tormenta de celos que llevaba dentro.

—Soy muy celoso, Odyssey —dije, mi voz baja, pero autoritaria, mis ojos la miraron, buscando una reacción en su rostro—. No quiero estar en un juego. No voy a desayunar con ellos, porque no me interesa conocer a nadie más que a ti, pero necesito que seas honesta conmigo. Quiero saber si te intereso, para poder decirles a todos quién es la mujer que me vuelve loco.

—Señor…

—Llámame Rowan… o amor, si prefieres —dije suavemente, dejando que mis dedos acariciaran su mejilla. Una pequeña sonrisa asomó en sus labios, lo que me hizo acercarme más—. Tienes una sonrisa muy hermosa, ¿puedo besarte?

Ella tragó saliva, sus ojos se encontraron con los míos, y tras un instante, asintió levemente. La atraje hacia mí, inclinándome para rozar sus labios con los míos, explorando la suavidad de su boca en un beso que llevaba tiempo imaginando. Su toque sobre mi torso desnudo la hizo temblar, una reacción que no pude ignorar.

—Tengo que regresar, señor —murmuró, rompiendo el hechizo.

—Rowan, por favor. Llámame Rowan —insistí, tomando su mano antes de que pudiera alejarse del todo—. ¿Puedo contar con tu presencia en la cena? Quiero hablar y dejar todo claro entre nosotros.

Sus ojos se llenaron de dudas.

—No quiero meterme en problemas. Sé cómo va a terminar esto. Usted se va a divertir conmigo y luego buscará a alguien de su clase.

Mi mandíbula se tensó mientras apartaba la mirada, conteniendo la frustración que sus palabras despertaron. Inspiré profundamente antes de mirarla de nuevo, decidido a no dejar que esa sombra empañara lo que sentía por ella.

—Ya no soy el joven que era antes de irme a Siberia —admití, mi voz más suave. Su expresión me mostraba que lo que le decía le costaba creerlo, pero tenía que intentarlo—. Si te estaba tratando, de ese modo era por celos. Pero no tengo intenciones de lastimarte, de jugar contigo. Quiero que cenes conmigo para hablar sobre nosotros, nuestros sentimientos. Si decides tener algo conmigo, todos lo sabrán y serás la señora de la casa.

Llevé su mano a mis labios, dejando un beso suave sobre ella. Sus ojos me observaban con incertidumbre y curiosidad, reflejando el conflicto interno que sentía.

—No me importa nuestra diferencia social. No me interesa lo que quieran los demás. Te quiero a ti, Odyssey, y si tú me quieres igual, prometo que funcionará.

Ella mordió su labio inferior, nerviosa.

—¿Tú me quieres, verdad?

Asintió, aunque el gesto era apenas perceptible.

—¿Hace cuánto te gusto? —pregunté, acercándome más, intentando leer cada mínima reacción en su rostro.

—Siempre —respondió en un susurro.

La atraje hacia mí en un abrazo firme, sintiendo el latido acelerado de su corazón contra mi pecho.




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