Cuando llegaron las 6, decidí apagar el móvil para evitar más llamadas de mi padre y la posibilidad de leer una cancelación de nuestra cita. Preparé una ensalada de verduras, sabiendo que era lo que le gustaba, algo que había notado de manera discreta.
Me peiné el cabello marrón, me afeité, y me vestí con un atuendo informal. Apliqué mi perfume favorito y me repetí una y otra vez: «Ella va a venir, lo hará», mientras me miraba al espejo.
Me senté a esperar, miraba el reloj, me levantaba de vez en cuando, la impaciencia empezó apoderarse de mí. A las 7:48 pm, miraba por la ventana, esperando que ella llegara. La frustración crecía cuando pensaba que tal vez había decidido no ir.
Finalmente, decidí que lo mejor sería olvidarlo, que no tenía sentido insistir. Tal vez lo mejor era regresar a Siberia y resignarme a mi amargura. Miré la mesa, las velas aromatizadas ya estaban casi apagadas. Suspiré, me dirigí a la mesa, apagué las velas y serví un poco de vino.
Justo cuando estaba a punto de rendirme, llamaron a la puerta. Mi corazón se aceleró mientras me acercaba a abrir.
—Hola, ¿llegué a tiempo? —preguntó, con una sonrisa que iluminaba su rostro.
Miré mi reloj, 7:58 pm.
—Justo a tiempo, además estás hermosa —dije, acercándome para darle un beso en la comisura de los labios, aunque hubiera deseado hacerlo en sus labios.
—Hueles delicioso —comenté, mientras la acercaba un poco hacia mí. Su vestido floreado combinaba a la perfección con su cabello suelto y su maquillaje suave—. Sigue, por favor, creí que no vendrías.
—Había mucho que hacer, además el señor Georgiou tuvo una extraña conversación conmigo.
La miré con desconcierto.
—¿Conversación? —inquirí guiándola a la mesa.
—Sí, me preguntó sobre mis planes, mis aspiraciones. Hizo muchas preguntas específicas sobre mis proyectos al finalizar mi carrera. ¿Cree que me va a despedir? —preguntó, girándose hacia mí con evidente angustia.
Sus facciones se me hicieron más atractivas que nunca, aunque mostraba nerviosismo e inseguridad. Me acerqué y enredé un mechón de su cabello en mis dedos, buscando transmitirle calma.
—Primero, quiero que me tutees. Eres la mujer que me vuelve loco, así que actúa como tal —dije con un tono suave—. Y segundo, no te preocupes por eso. Si algo sucede, te ayudaré a encontrar un empleo en tu área, o incluso podrías no trabajar. Oye, ¿cómo puedes ser tan hermosa? ¿Cómo logras que me gustes tanto?
Mis dedos se deslizaron suavemente por su mejilla, y ella cerró los ojos temblando ligeramente al sentir mi caricia.
—Me atrevo a decir que te amo —continué, sintiéndome liberado—, porque este sentimiento ha crecido tanto que me ha traído hasta aquí. Pensé que no sentías nada por mí, que tu atención estaba en Georgiou.
Suspiré cuando abrió los ojos y los enfocó en mis labios.
—Me alegra tanto saber que es mutuo. Dame la oportunidad, Odyssey —le pedí con humildad—. Sé que tienes miedo, pero te prometo que no voy a lastimarte, y no permitiré que nadie más lo haga. Quiero hacerte tan feliz como me harías si, además de admitir tus sentimientos, aceptas ser mi mujer.
Rocé sus labios con mis dedos, y podía sentir cómo su corazón latía acelerado, al igual que el mío. Había tenido relaciones antes, pero lo que sentía por ella era nuevo y abrumador. Este sentimiento me impulsaba, me llenaba y me hacía actuar como un idiota perdidamente enamorado.
—Se suponía que las velas estarían encendidas —comenté, con un toque de timidez—, que sería un poco más romántico o al menos decente, pero no soy muy bueno en esto. ¿Quieres ser mi mujer? Ante todos, algo público, real.
Ella me miró, sus ojos llenos de dudas, y luego agachó la cabeza. Sentí una punzada en el corazón.
—Yo… yo siempre he estado enamorada de ti —confesó con voz temblorosa—. Incluso durante tu estadía en Siberia, cuando respondía el teléfono y eras tú, mi corazón se alegraba de saber que estabas bien. Pero sabía que era una fantasía. Tú nunca notaste mi presencia. Siempre has tenido mujeres a tu nivel. No me creo menos, pero conozco mi lugar, Rowan.
Hizo una pausa, buscando las palabras correctas.
—No puedo ofrecerte la refinación y clase a la que estás acostumbrado. No puedo ofrecerte más que a una empleada de servicio, porque aunque logre graduarme, eso seré siempre ante los ojos de tu familia y de las personas que esperan más de ti. Tal vez esto sea un capricho que podríamos dejar pasar, tal vez…
—¿Capricho? —interrumpí, sintiendo un nudo en mi garganta—. ¿Viniste para decirme que, a pesar de sentir lo mismo, prefieres olvidarlo por tus miedos y prejuicios?
Levanté su rostro para que me mirara y respondiera.
—Tal vez deberíamos evitar más sufrimiento —dijo, con un tono de resignación—. Tu padre habló de lo bonito que sería que te cases con Aurora. Es una mujer hermosa, de tu…
La silencié con un beso antes de que pudiera terminar la frase. Al principio quiso apartarse, pero insistí y se dejó llevar.
—No me interesa nadie más que tú, me ofreces tu amor y es todo lo que necesito, vale más que cualquier cosa —le aseguré, emocionado—. Pero si prefieres dejarte llevar por tus miedos y prejuicios, si prefieres que olvide este amor, está bien. Supongo que no debiste venir. Lo mejor es que te vayas, si prefieres verme con otra, es lo mejor.
—No quiero verte con otra, pero… —empezó a decir, su voz entrecortada.
—Sin peros. Dime que sí y confía en mí. No es un capricho. Odyssey, te amo. Este sentimiento me ha estado consumiendo todo este tiempo, ya no quiero esperar. No puedo hacerlo.
—¿Y tu padre? ¿Tu familia? —preguntó, su preocupación fue evidente.
—Soy un hombre adulto —respondí con determinación—, es mi decisión y tendrán que aceptarla.
—¿Y si no? —insistió, casi desesperada.
Suspiré profundamente.
—No importa —dije al fin—. La relación con mi padre no es buena. Mis tías y los demás tendrán que entender o atenerse a que me aleje.