Pretendía llamarlo y hacerle saber lo infame que estaba siendo, pero entonces percibí el aroma de Odyssey y me giré.
—¿Es adecuado? —preguntó, deslizándose las manos por su vestido, que le llegaba hasta los tobillos.
—Lo es. Estás hermosa —respondí, acercándome para besarla y abrazarla—. Te ves hermosa con todo, incluso sin nada.
La abracé de nuevo. Decirle que no le darían el empleo podría ser demasiado para ella en ese momento. Necesitaba encontrar un trabajo pronto, y también quería convencerla de que se enfocara en sus estudios. Suspiré cuando mi móvil volvió a sonar, y vi el nombre de Georgiou en la pantalla.
—¿Crees que sea para retractarse? —preguntó ella, con un destello de esperanza al ver la llamada entrante.
Le ofrecí una sonrisa y colgué la llamada, abrazándola e instándola a salir.
—¿Por qué no respondes? —preguntó, deteniéndose—. Puede ser que quiera retractarse.
—Ya iré a hablar con él, no te preocupes —respondí mientras cerraba la puerta.
Ella tenía una idea equivocada de la clase de hombre que era mi padre; todo eran apariencias. Caminamos hasta el auto, tratando de convencerla de que todo estaría bien entre él y yo, aunque en el fondo sabía que no era cierto. A mi padre no le gustaba ser desafiado. Sabía que, al igual que cuando decidí irme a Siberia, había tomado represalias en mi contra, lo haría de nuevo por haberla elegido a ella.
Abrí la puerta del auto para ella, pero la detuve antes de que subiera.
—Siento que todo haya sido tan rápido. Si no te di tiempo de pensarlo, fue porque me dejé llevar por los celos, pero no me arrepiento. Estoy muy feliz de tenerte aquí.
Acaricié su cabello.
—Es verdad que me hubiera gustado esperar, pero también estoy feliz —respondió ella, aunque su voz reflejaba algo de dudas—. Me haría aún más feliz que tu padre estuviera de acuerdo.
Levanté las cejas, pero no dije nada. Ella subió al auto, y yo me di la vuelta para hacer lo mismo. Pretendía empezar a conducir, pero recordé un consejo de mi madre; no quería mentirle. Sabía que si no hablaba con Georgiou, las cosas podrían no ir tan bien como deseaba.
—Estoy muy enamorado de ti, Odyssey. Quiero que estés segura de eso.
—Yo… yo no creí que fuera posible. Nunca imaginé que tú y yo…
La interrumpí con un beso.
—Si hubiera sabido de tus sentimientos, lo habría hecho antes. ¿Estás lista para esto?
—Sí, lo estoy, también estoy emocionada.
Acaricié sus labios de nuevo, luego comencé a conducir hacia el restaurante favorito de mi madre. Los que me conocían me miraban con extrañeza; ella se puso nerviosa hasta que Kenneth se acercó.
—Muchacho, hacía mucho que no venías. Buenos días, señorita —dijo él, extendiendo la mano con amabilidad.
—Hola, Kenneth. Ella es Odyssey, mi mujer. Hermosa, él es Kenneth, el mejor amigo de mi madre, como un tío para mí.
—Muchacho, ¿dijiste tu mujer?
Asentí con la cabeza.
—¿Qué van a comer? —preguntó él.
—Elige, hermosa.
Ella sonrió, y nuestros pedidos fueron tomados. Kenneth se alejó hacia la caja, y decidí acercarme cuando ella respondió una llamada.
—Has hecho algunas remodelaciones aquí, por lo que veo —comenté, buscando iniciar una conversación.
—Sí, las he hecho. Pero parece que tú has hecho más cambios. Parece una buena chica —respondió, mirando en su dirección.
—Lo es —dije, observándola mientras se ponía de pie—. Es la mujer de mi vida, Kenneth. Ojalá pudiera decírselo a mamá.
—Se habría sentido orgullosa de escucharte hablar así. Si es la correcta, no la dejes ir. En un momento les traerán la orden; tengo mucho trabajo y poco tiempo.
—¿Necesitas un empleado?
—Un administrador. Tengo algunos candidatos que entrevistar.
—¿Crees que puedas tenerme en cuenta?
—Tienes buen sentido del humor. Tu padre no me perdonaría que te sacara de la empresa.
—Ya lo hizo —respondí, y le resumí la situación.
Kenneth lo analizó unos minutos y aceptó dejarme a cargo del restaurante. Le agradecí luego de acordar horarios y salario, y regresé a la mesa, donde ella seguía hablando por teléfono.
Realicé un par de llamadas y compré algunas cosas en línea que serían útiles para ella. La orden fue servida sobre la mesa, y ella se sentó unos minutos después.
Comenzamos a disfrutar del saludable desayuno, permaneciendo en silencio, intercambiando miradas y alguna que otra caricia en sus labios o mejillas.
Al finalizar, los camareros no tardaron en recoger los platos.
—Te ves pensativo, ¿pasa algo? —preguntó con evidente preocupación.
—No quiero mentirte. Georgiou me despidió de la empresa, pero acabo de encontrar trabajo; administraré el restaurante.
Me miró con asombro y se levantó de la mesa, comenzando a caminar. Saqué mi cartera, dejé unos cuantos euros sobre la mesa, y la alcancé.
—Oye, ¿qué sucede? ¿Por qué te molestas?
—No quiero esto. No quiero que te alejes de tu familia, no quiero que pierdas todo por mí. No quiero que te quedes sin nada, sin…
—¿Sin nada? ¿De qué hablas?
—Rowan, quizás este no fue el mejor momento. Yo no quiero ser un problema entre tú y tu familia.
—¿Estás segura de que es eso? La relación nunca ha sido buena, y ya te dije que no debes preocuparte, a menos que lo que realmente te importe sea otra cosa.
Negó con la cabeza y se cruzó de brazos.
—No es solo eso, Rowan, tengo miedo. Lo que mal empieza, mal termina.
Suspiré y la abracé.
—Nada va a salir mal, te lo prometo. Georgiou y yo estaremos bien pronto. Vamos a comprar la despensa y algunas cosas necesarias, luego regresamos a casa.
Se negó a caminar hasta que la convencí. Su semblante estuvo decaído, y en los supermercados donde realizamos las compras, apenas opinó. Se veía preocupada, y las miradas de las personas no ayudaban.
En el último supermercado al que entramos, que también tenía una sección de ropa, la vi desviarse mientras yo buscaba máquinas para afeitar.