Entre amor y venganza

Incomodidad

Su mirada se llenó de confusión. Me acerqué a ella, busqué las palabras adecuadas, luego sujeté sus manos.

—No te preocupes por mí. No puedo negar que me afecta, pero entiendo que es por tu futuro. No quiero ser un obstáculo. Solo te pido que no sigas con esa actitud hacia Georgiou, que sea solo por el empleo. No dejes que te haga sentir mal o…

Me interrumpió con un beso, rodeó mi cuello, nos concentramos dejándonos llevar un momento por el deseo, esta vez fui yo quien la apartó, besé su frente.

—Te amo —dijo en un tono tierno—. ¿Seguro que no te molesta? —susurró, sus labios todavía rozando los míos, sus ojos parecían analizar mi actitud, quizás en busca de alguna señal de duda.

Sonreí, como pude, acariciando su mejilla con suavidad para ocultar la tormenta que se agitaba en mi interior. Claro que me molestaba, pero no quería arrastrarla a los problemas que tenía con mi padre, lo nuestro había sido de repente y no quería entorpecer sus proyectos.

—Podría buscar trabajo en otra empresa —dijo, con un tono evidente de tristeza—. No quiero que sientas que soy un problema, no quiero que pienses que…

—Lo sé, y no me importaría hacerme cargo de todo —la interrumpí acariciando su mentón—. Pero sé lo importante que esto es para ti. Mañana hablaremos con Georgiou y descubriremos lo que realmente te ofrece.

Se relajó y se abrazó a mí. La rodeé con mis brazos, sintiendo cómo su tensión se desvanecía un poco. Dejamos el tema ahí y seguimos con lo que estábamos haciendo. Ella comenzó a contarme sobre su vida en los últimos años, y yo escuchaba, aunque mi mente a menudo se alejaba hacia mis conflictos con mi padre.

Su pasado seguía envolviéndome como una sombra. Las mentiras que causaron la muerte de mi madre, los secretos que antes de marcharme descubrí, las cosas que creía saber de él me atormentaban.

—Voy a preparar la cena mientras terminas de ordenar tus cosas —le dije, buscando distraerme.

Desde la cocina, escuché cómo tarareaba una melodía que reconocí de inmediato. Me concentré en el sonido de su voz, intentando usarlo como un ancla para no hundirme en mis propios pensamientos.

Cuando terminé de cocinar, ella se había sentado en la barra de la cocina, mirándome con una mezcla de curiosidad y preocupación.

—Tu padre nunca me ha dicho nada directamente, pero prometo que no dejaré que se convierta en un problema entre nosotros —dijo, con un tono que era a la vez seguro y comprensivo—. No he querido preguntar por qué sé que no te gusta hablar del tema, pero… ¿Hay algo más, aparte de la muerte de tu madre, que no puedas perdonarle a tu padre?

Sentí que mi garganta se cerraba. Tomé un sorbo de jugo, intentando ocultar mi incomodidad, y forcé una sonrisa.

—¿Quieres que te ayude con tus tareas? —pregunté, cambiando de tema.

Ella me miró por un momento, como si estuviera esperando una conversación, y luego sonrió. Empezó a recoger los platos mientras yo la observaba, mi mente debatiéndose entre contarle la verdad o mantenerla en la oscuridad. ¿Cómo podría explicarle que dudaba de mi propio padre? Que esas demandas por abuso, esos rumores, podían ser ciertos. Que tal vez no era solo un hombre infiel, y con debilidad por las jóvenes, sino algo más.

Ella terminó de ordenar y se volvió hacia mí, secándose las manos con una toalla. Caminó hasta mí y sostuvo mi rostro entre sus manos.

—Te amo —dijo de repente, con una seguridad que me sorprendió.

La atraje hacia mí, buscando refugio en su abrazo, pero entonces su móvil sonó. Ella se apartó, disculpándose, y se dirigió a la habitación para contestar. Aproveché el momento para tomar aire y recomponerme.

«Debes dejar esto atrás. No es tu problema. Sigue adelante, demuestra que eres diferente a él» me dije a mí mismo. No permitiría que los errores de mi padre siguieran siendo mi carga.

Decidí seguirla a la habitación, pero cuando me acerqué, la oí hablar por teléfono. Estaba compartiendo sus preocupaciones con alguien, probablemente una amiga. Iba a retirarme para darle privacidad, pero la escuché mencionar nuestra relación y cómo todavía no se sentía del todo segura conmigo. Aún temía que pudiera hacerle daño.

Sentí una punzada en el pecho. Sin querer escuchar más, me retiré a la sala y me recosté en el sofá. Cerré los ojos, buscando algo de calma, pero el sueño comenzó a vencerme hasta que sentí que se acercó y subió sobre mí.

—Hola, ¿estás cansado? —me preguntó con una sonrisa, aunque sus ojos revelaban que todavía estaba preocupada.

—No, o eso creo —dije, intentando sonreírle—. ¿Empezamos con tus tareas?

Ella asintió, y fuimos juntos a la habitación. Mientras buscaba sus cosas, revisé mis ahorros. Tenía lo suficiente para mantenernos por unos meses, si fuera necesario. Nos recostamos en la cama y, mientras hacíamos sus tareas, compartimos besos y caricias.

—Jamás voy a lastimarte, sé que aún no estás segura de lo nuestro, pero te amo y nada lo cambiará, ¿De acuerdo?

Asintió y se acercó para besarme. La alejé cuando la pasión me estaba ganando.

—Me estás volviendo loco, no tienes idea de cuánto te deseo, hermosa.

—Yo… yo también quiero, pero quiero estar segura de que no seré un pasatiempo.

—Está bien. Mejor vamos a dormir.

Nos despedimos, ella se recostó sobre mí.

La noche pasó y, poco a poco, el sueño la venció. Yo, en cambio, seguía despierto, atrapado en mis pensamientos.

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A la mañana siguiente, me desperté con los ruidos en la cocina. Ella estaba preparando el desayuno. Me acerqué por detrás y la abracé, apoyando mi cabeza en su hombro.

—Te levantaste temprano. Tienes clases a las diez, ¿no? —le susurré, disfrutando de su olor.

—Sí, pero tengo que reunirme con unas compañeras antes. ¿Podemos ir a la empresa después del mediodía? —me preguntó, girando un poco la cabeza para mirarme.




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