Nos abrazamos. Besé su cabeza con ternura, luego me levanté y la tomé de la mano, guiándola hacia la mesa donde había colocado el anillo. Lo saqué de la caja con cuidado, y, arrodillándome frente a ella sujeté su mano.
—Este es el símbolo de mi amor y compromiso contigo. Quiero que lo lleves siempre. ¿Te casas conmigo?
Ella asintió, y las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras yo deslizaba el anillo en su dedo.
—Es precioso —murmuró con voz temblorosa, como si contuviera algo más.
Nos pusimos de pie y nos besamos de nuevo, el momento se desbordó en una entrega apasionada sobre el sofá. Ella descansaba sobre mi pecho, su mirada fija en el anillo, parecía emocionada.
Sentí una oleada de alivio y felicidad. Por primera vez en mucho tiempo, todo parecía estar en su lugar, como si con ella, a mi lado, el peso de mi pasado con mi padre se desvaneciera.
—Nunca pensé que podrías fijarte en mí —dijo de repente, su voz teñida de una sinceridad que me hizo mirarla con atención—. Aurora es muy linda. La vi hoy, y… me sentí un poco celosa.
Giré mi rostro hacia ella, sonreí y acaricié su mejilla con suavidad.
—Debo confesar que enamorarme de ti fue algo que me costó aceptar —admití—. Tal vez porque pensaba que tú y mi padre… Pero tengo suerte de que me correspondas. Me siento afortunado. Y en cuanto a Aurora, no tienes que preocuparte. Eres la única dueña de mi corazón. Te amo.
La abracé con fuerza, la levanté en mis brazos y nos dirigimos a la habitación. El resto de la noche transcurrió en una atmósfera de alegría y complicidad. Hablamos de nuestros planes, nuestras esperanzas, y, claro, de la cena familiar que se avecinaba. Aunque la idea de anunciar nuestro compromiso en esa reunión no me entusiasmaba, ella parecía convencida de que era lo correcto.
Mientras la noche avanzaba, la sensación de que su presencia a mi lado era lo único que necesitaba se fortalecía. El futuro parecía prometedor, y con ella a mi lado, sentía que podía enfrentar cualquier desafío, especialmente con el apoyo de Georgiou.
Los días siguientes transcurrieron con una rutina similar. Ella trabajaba hasta tarde, y aunque me costaba aceptarlo, verla feliz ayudaba a tolerar que pasara tanto tiempo en la empresa.
El hecho de que mi padre no estuviera presente en la empresa tanto tiempo como ella no solo me daba tranquilidad, sino que también me hacía sentir seguro. Tenía que admitir que las cosas entre nosotros estaban mejorando, aunque algunas heridas nunca sanarían del todo.
Mi trabajo en el restaurante comenzó el viernes, y, aunque hubo cambios notables en la recepción de los clientes, todo marchó bien. El sábado anunciamos nuestro compromiso en la cena familiar.
La palabra de mi padre era ley. Nadie cuestionó cuando la presentó como la auxiliar administrativa de la empresa. Las felicitaciones, aunque llenas de una honestidad forzada, fueron muchas. Ella parecía feliz, y eso, a su vez, me hacía feliz.
No elegimos fecha para la boda, aunque ella parecía aceptar sin reparos la idea de mi padre de casarnos en tres meses.
Durante la celebración, mi padre no perdió la oportunidad de revelar que ya no era su heredero. Ella, por supuesto, no lo tomó bien; lo vi en su rostro, aunque trató de disimularlo.
Todo transcurrió en un ambiente cargado de hipocresía que todos supieron ocultar, por suerte, solo estaban familiares cercanos.
—No te ves tan feliz como esperaba verte —comenté cuando finalmente estuvimos a solas en mi habitación en la mansión.
Ella se quitaba el vestido con movimientos lentos, como si estuviera meditando sus palabras.
—Creí que eras honesto. ¿Fue por mí? ¿Tu padre te dejó sin herencia por mi culpa?
Me acerqué a ella, intentando aliviar la tensión, y le besé el cuello suavemente.
—No, no fue por ti. Es porque no hice lo que él quería. No importa de todos modos, no la necesitamos —dije, pero noté que ella se apartaba un poco. Me rasqué la ceja, tratando de leer sus pensamientos.
—No importa, de verdad. Lo que haya hecho Georgiou no tiene importancia. Vamos a estar bien, te lo prometo. —Intenté abrazarla de nuevo.
—¿Me prometes que no es por mi culpa? —insistió, sus ojos buscando una verdad que no estaba seguro de poder darle.
—No, no es por ti. ¿Entonces estás de acuerdo en casarnos en tres meses?
Se quedó en silencio. La atraje hacia mí y le sugerí que nos ducháramos juntos.
La noche fue más tranquila, pero en los días siguientes volvimos a una rutina donde apenas nos veíamos. Entre sus estudios y el trabajo, no coincidíamos mucho. Mi padre había salido de vacaciones, y mi preocupación ahora era el tiempo que ella pasaba con Rumsey. Llegaba con ropa nueva, flores, cosas que siempre tenían una justificación.
Era el primer mes de nuestro compromiso, y aunque no iba tan bien como había imaginado, quise celebrarlo. La invité al restaurante después de mi jornada laboral para cenar, pero ella no llegó.
Estaba saliendo de la ducha cuando finalmente llegó. Tiró sus cosas sobre la cama y se acercó, tratando de besarme. Me aparté.
—Lo siento, amor, no quise quedarte mal, pero había tanto que hacer en la empresa.
Sentí una punzada de molestia en su tono despreocupado, como si todo lo demás fuera más importante. Me crucé de brazos, tratando de mantener la calma.
—Claro, no te preocupes. Me queda claro que todo importa más que lo nuestro. No sé… desde que supiste que ya no seré el heredero de Georgiou, pasas más tiempo en la empresa que conmigo, llegas con detalles que siempre te dan los clientes, te vistes diferente, y hasta evitas hablar de la boda.
—¿Qué quieres insinuar, Rowan? —respondió con una postura defensiva, aunque evitando mirarme.
—¿Por qué no me dices tú qué es lo que sucede, Odyssey? Pareces otra.
Suspiró, visiblemente irritada. Un silencio tenso se instaló entre nosotros antes de que se acercara con una sonrisa forzada.