Alessandra
El gimnasio estaba en silencio, salvo por el sonido de nuestros ejercicios. La conversación sobre el apodo “princessa” había abierto una ventana hacia los sentimientos y expectativas que había estado tratando de dejar atrás. Me sorprendió lo sincero que Alex fue al abordar el tema, y eso me hizo reflexionar.
—No te preocupes por el apodo, Alex. Si quieres seguir llamándome así, está bien —dije, intentando transmitir que no había resentimientos—. Ya me he acostumbrado a él, aunque a veces me recuerde ciertas cosas que preferiría olvidar.
Alex asintió, mostrando una comprensión que no esperaba. La conversación fluía de manera natural, y me sentí un poco más a gusto al hablar con él.
—Me alegra saberlo —dijo Alex, sonriendo. Luego, cambió de tema con un toque de curiosidad—. Por cierto, ¿sabes algo de defensa personal? Pareces tener un enfoque bastante disciplinado en todo lo que haces, así que me preguntaba si también entrenas en eso.
Lo miré, sorprendiéndome por su pregunta. En efecto, había aprendido técnicas de defensa personal en mi tiempo en Rusia, no solo por seguridad personal, sino también como una forma de mantenerme en forma.
—Sí, sé un poco de defensa personal. La aprendí mientras vivía en Rusia —respondí, con una sonrisa—. Si quieres, podemos hacer una sesión rápida.
Alex parecía interesado y dispuesto. Después de ajustar un poco el equipo, comenzamos a practicar algunos movimientos básicos. La energía en el gimnasio cambió mientras nos enfocábamos en el entrenamiento. Me sentí cómoda al mostrar mis habilidades y, a medida que avanzábamos, la atmósfera se volvió más dinámica.
Alex, con su actitud competitiva, me desafió en varios movimientos. Me gustó la forma en que abordaba el entrenamiento: serio pero juguetón. Sin embargo, no me esperaba que, en medio de una demostración de técnicas, Alex me derribara con un movimiento rápido y preciso.
—¡Vaya, parece que has estado practicando bastante! —dijo Alex, mientras yo quedaba en el suelo, atrapada en una posición en la que no podía moverme fácilmente.
Me reí, a pesar de estar en una posición incómoda.
—Tienes razón, he estado entrenando. Pero no creas que será fácil mantenerme aquí —dije, con una sonrisa desafiante.
Alex me miró con una expresión de satisfacción mientras mantenía el control de la posición.
—¿Qué tal, princessa? ¿Te rinde esto? —preguntó, con un toque de broma en su voz.
—No tan rápido —respondí, tratando de liberarme—. Solo estoy evaluando tus habilidades.
Finalmente, con un movimiento rápido, conseguí liberarme de la posición y me levanté. Ambos nos reímos mientras nos dábamos la mano en señal de respeto.
—Buen trabajo —dije—. Eres más rápido de lo que esperaba.
—Igualmente, princessa —respondió Alex—. Es bueno saber que también tienes una habilidad para defenderte.
El entrenamiento terminó con una sensación de camaradería y respeto mutuo. Aunque la dinámica entre nosotros seguía siendo compleja, esos momentos compartidos en el gimnasio ayudaban a suavizar las tensiones .
La mañana llegó con una calma renovada. Después de nuestra intensa sesión de entrenamiento, Alex y yo nos dirigimos a la cocina para un desayuno que prometía ser una mezcla de simplicidad y calidez familiar. El aroma del café y los croissants frescos llenaban el aire mientras nos sentábamos a la mesa con Daniel, Eloisa y Perla.
Perla, como siempre, estaba llena de energía y curiosidad. Su entusiasmo era contagioso, y no tardó en comenzar a conversar animadamente con todos. Mientras disfrutábamos de un desayuno ligero, Perla decidió hacer algunas preguntas, dirigiéndose directamente a Alex con su característica franqueza.
—Alex, ¿crees que mi tía Alessandra es bonita? —preguntó Perla, mientras tomaba un bocado de su panecillo—. Y, ¿tienes novia?
La pregunta sorprendió a todos, y Alex se sonrojó ligeramente. Me eché a reír ante la inocencia y la valentía de Perla. Era claro que la pequeña no tenía filtros y decía lo que pensaba sin preocuparse por las implicaciones.
—Bueno, Perla —comencé, tratando de intervenir con una sonrisa—, es un cumplido que te agradezco. Y Alex, por supuesto, es libre de responder.
Alex miró a Perla con una sonrisa divertida, su rostro mostrando una mezcla de sorpresa y diversión.
—Bueno, Perla —dijo Alex—, Alessandra es, sin duda, una mujer muy atractiva y talentosa. En cuanto a si tengo novia, no, no tengo una en este momento.
Perla parecía satisfecha con la respuesta y siguió comiendo como si acabara de realizar una tarea importante. La conversación en la mesa se volvió más relajada, con risas y charlas ligeras que ayudaban a suavizar cualquier tensión residual.
—Gracias, Alex —dije, sintiéndome aliviada al ver que la conversación había sido amigable. La interacción con Perla había añadido un toque de normalidad y diversión a la mañana.
Después del desayuno, la atmósfera en la casa parecía más ligera y llena de una sensación de familiaridad y calidez. La presencia de Perla y sus preguntas inocentes habían desviado la atención de cualquier tensión subyacente, y el día prometía ser una continuación agradable de nuestras interacciones y descubrimientos.