Alessandra
El sol de Los Ángeles arde con la misma intensidad con la que lo recordaba, aunque han pasado diecisiete años desde la última vez que estuve aquí. Nada parece haber cambiado en la ciudad, excepto yo. Ahora soy una mujer completamente distinta a la niña que se marchó huyendo de una casa que nunca me perteneció.
Ajusto mis lentes de sol y exhalo lentamente mientras el auto atraviesa las imponentes rejas de la mansión Moretti. La misma fachada de piedra gris, los mismos jardines meticulosamente cuidados, la misma sensación de vacío que siempre me envolvía cuando vivía aquí.
—Bienvenida de nuevo, señorita Moretti —dice el chofer con amabilidad, pero no respondo. Mis ojos están fijos en la entrada principal, donde dos figuras esperan.
Daniel Moretti, mi padre. Alto, imponente, con la misma mirada calculadora de siempre, vestido con un impecable traje oscuro. A su lado está Eloisa, su esposa, una mujer cuya belleza sigue siendo impactante pese a los años. Fría, sofisticada, inalcanzable.
No debería afectarme. Pero lo hace.
El auto se detiene y bajo con la misma elegancia con la que camino por las pasarelas de Moscú. No soy la niña insegura que se fue de aquí; ahora soy Alessandra Moretti, una de las diseñadoras más influyentes del mundo, y no pienso permitir que me hagan sentir como una extraña en la casa donde crecí.
—Alessandra —la voz de mi padre suena firme, sin rastro de emoción.
—Daniel —respondo con el mismo tono.
La sombra de una sonrisa aparece en su rostro antes de que desplace su mirada sobre mí, evaluándome. Sé lo que está pensando: que me veo diferente, más fuerte, más segura. No la niña que dejó ir sin una sola objeción.
—Has cambiado.
—El tiempo hace eso con las personas.
Eloisa no dice nada, solo me observa con la misma frialdad de siempre, como si mi presencia fuera un inconveniente menor en su perfecta existencia. No la culpo; para ella, yo siempre fui un estorbo.
Respiro hondo y levanto la barbilla. No vine aquí a revivir el pasado. Vine a ver a mi padre, a cerrar ciclos.
Pero cuando estoy a punto de preguntar por él, una tercera figura aparece en la entrada.
Y el aire se espesa.
Es como si el tiempo se ralentizara. Alexander.
El niño silencioso y distante que conocí ya no existe. En su lugar, hay un hombre que impone con solo su presencia. Más alto de lo que recordaba, de hombros anchos y porte impecable, vestido con un traje oscuro que parece hecho a su medida. Sus ojos, de un gris impenetrable, se clavan en mí con intensidad, como si intentara descifrar en qué me he convertido.
Mi pulso se acelera. No por sorpresa, sino por la incomodidad de sentir su mirada recorrer cada centímetro de mí. Nunca fuimos cercanos. Nunca nos llevamos bien. Pero él siempre estuvo ahí, en mi vida, como una presencia imposible de ignorar.
—Alessandra.
Su voz es profunda, controlada, con un matiz que no alcanzo a identificar.
—Alexander —respondo con una serenidad que no siento.
Durante un segundo, nos sostenemos la mirada. Un segundo que se siente eterno. Algo en su expresión me incomoda, como si estuviera viendo algo que yo no puedo entender.
—Has cambiado —dice finalmente.
No sé por qué, pero sus palabras me provocan un escalofrío.
Y entonces, sonríe. Apenas un movimiento en sus labios, pero suficiente para hacerme sentir que este reencuentro no es casual. Como si él ya estuviera esperando mi regreso.
Como si todo apenas estuviera por comenzar.
El silencio que sigue a su sonrisa es denso, cargado de una tensión que no logro descifrar del todo. Alexander nunca solía sonreírme así. En realidad, nunca me sonreía en absoluto. Cuando vivíamos bajo el mismo techo, nuestras interacciones se limitaban a miradas fugaces y conversaciones superficiales. Pero esta sonrisa… no sé qué significa.
—Han pasado muchos años —comenta con voz grave, observándome con un aire indescifrable.
—Diecisiete —respondo sin apartar la mirada.
Él asiente lentamente, como si estuviera saboreando mis palabras. Es ridículo, pero siento que este reencuentro es un juego en el que no conozco las reglas.
—Supongo que ahora eres toda una mujer de negocios —agrega con un tono que no logro interpretar.
—Supongo que ahora eres todo un magnate —replico con la misma indiferencia.
—Lo soy.
No hay modestia en su respuesta. Tampoco arrogancia. Solo una certeza inquebrantable. Alexander siempre fue reservado, difícil de leer. Pero ahora… hay algo más en él. Algo que me hace querer retroceder, incluso cuando mi orgullo me impide hacerlo.
Daniel interrumpe nuestro extraño intercambio clearing his throat.
—Deberíamos entrar —dice con su tono habitual de mando.
Sin esperar respuesta, se gira y cruza la enorme puerta de la mansión. Eloisa lo sigue de cerca, lanzándome una última mirada impasible antes de desaparecer en el interior.