Entre Deseo Y Redencíon

Capitulo 2

Alessandra

El sol aún no ha salido completamente cuando me levanto de la cama y me estiro lentamente. Los días en esta casa siempre fueron fríos y vacíos, pero esta vez es diferente. Esta vez no pienso quedarme encerrada en sus sombras.

Me visto con un conjunto deportivo negro, me ato el cabello en una coleta alta y me coloco los AirPods. En cuanto la música comienza a sonar, me desconecto del mundo.

Salgo a la calle y comienzo a correr, sintiendo cómo el aire fresco de la mañana golpea mi piel. Correr siempre ha sido mi forma de liberar tensiones, de aclarar mi mente. Y en este momento, necesito desesperadamente hacerlo.

El regreso a esta casa ha removido más emociones de las que estaba dispuesta a aceptar. Ver a Alexander de nuevo… No debería haberme afectado tanto. Pero lo hizo.

Sigo corriendo a un ritmo constante, mis pensamientos desordenados mezclándose con la música. No quiero pensar en el pasado, pero es imposible evitarlo.

Después de varios kilómetros, el cansancio comienza a instalarse en mis músculos. Respiro profundamente y regreso a la casa, entrando por la puerta trasera que da a la cocina.

Y ahí está él.

Alexander está de pie junto a la cafetera, vestido con pantalones oscuros y una camisa negra ligeramente desabotonada. Tan impecable como siempre. Tan peligroso como siempre.

Sus ojos se elevan hacia mí en cuanto entro, recorriéndome de arriba abajo sin ningún disimulo. Siento el calor de su mirada sobre mi piel, pero lo ignoro.

—Madrugas mucho —comenta con su tono tranquilo, llevándose la taza de café a los labios.

—Siempre lo he hecho —respondo sin emoción, caminando hacia la nevera para sacar una botella de agua.

—No lo recuerdo —dice con una leve sonrisa, como si estuviera disfrutando de provocar una reacción en mí.

Lo miro por encima del hombro.

—No creo que recuerdes muchas cosas de mí, Alexander.

Sus ojos brillan con algo que no logro descifrar, pero antes de que pueda responder, mi teléfono vibra sobre la encimera de la cocina.

Lo tomo y veo la pantalla. Videollamada entrante: Nikolai.

Sonrío, aceptando la llamada, y en cuanto la imagen aparece, veo a mi mejor amigo, con su cabello rubio desordenado y su típica expresión despreocupada.

—Привет, красавица! (¡Hola, belleza!) —su voz suena fuerte y clara, y su ruso perfecto me hace sentir de nuevo en casa.

—Доброе утро, Ник. (Buenos días, Nik.)

—Te ves cansada —bromea—. ¿Demasiadas emociones desde que volviste?

Ruedo los ojos con una sonrisa.

—Digamos que esta casa sigue siendo la misma de siempre.

Nikolai ladea la cabeza y su expresión se vuelve traviesa.

—Entonces, te alegrará saber que pronto dejarás de estar sola. Voy a visitarte.

—¿Qué? —parpadeo sorprendida.

—Exacto. En unos días estaré allí. No puedes deshacerte de mí tan fácil.

—Eso no lo dudo —respondo con diversión.

Pero en ese momento, noto que Alexander se ha cruzado de brazos y me observa con una expresión neutral. Demasiado neutral.

Nikolai parece notar algo también, porque su ceja se arquea.

—¿Estás sola?

—No exactamente —murmuro, sintiéndome extrañamente incómoda.

—Interesante —dice en ruso con un tono juguetón—. No puedo esperar para ver qué clase de compañía tienes por allá.

Antes de que pueda responder, Alexander se acerca y se apoya en la encimera justo a mi lado.

—¿Quién es? —pregunta en un tono casual, aunque hay algo en su voz que me pone en alerta.

No le respondo. Simplemente termino la llamada con Nikolai y dejo el teléfono sobre la mesa.

—No es asunto tuyo —digo con calma, sin mirarlo.

Pero él se queda ahí, demasiado cerca, con una intensidad en su mirada que me hace sentir que este es solo el comienzo de algo que no sé si podré controlar.

Y por primera vez en mucho tiempo, no estoy segura de si quiero hacerlo.

El silencio entre nosotros se vuelve pesado. Puedo sentir la mirada de Alexander sobre mí, intensa, inquisitiva, esperando una respuesta que no pienso darle.

Tomo mi botella de agua y doy un sorbo, fingiendo indiferencia.

—¿No vas a responderme? —pregunta con calma.

—No.

Alexander deja su taza de café sobre la encimera y se cruza de brazos. Sus ojos se oscurecen ligeramente, pero su expresión sigue serena.

—Así que un amigo vendrá a visitarte.

No es una pregunta, pero asiento de todas formas.

—Sí, mi mejor amigo.

—¿Desde cuándo?

—Desde hace años.

Me inclino sobre la encimera, apoyando los codos y mirándolo con una leve sonrisa.




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