Entre Deseo Y Redencíon

Capitulo 5

Alessandra

Desperté sintiendo el calor de su cuerpo envolviéndome, la familiaridad de su aroma llenando mis sentidos. Era una mezcla de algo fresco y masculino que me hacía sentir segura y, a la vez, emocionada. Abrí los ojos lentamente, encontrando a Alexander dormido a mi lado, su rostro sereno, con el cabello desordenado y una ligera sonrisa en los labios.

Un impulso irrefrenable me llevó a sonreír al verlo así, vulnerable y tranquilo. Pero, con un repentino golpe de realidad, me di cuenta de que no quería que nos descubrieran. La última cosa que deseaba era crear más complicaciones en nuestra situación ya complicada. Con cuidado, me deslicé de sus brazos, sintiendo su calidez alejarse.

Salí de la cama sin hacer ruido, intentando no perturbar su sueño. Caminé despacio hacia la puerta, sintiendo un cosquilleo de emoción y nerviosismo. La noche había sido mágica, pero el día de hoy sería diferente.

Al llegar a mi habitación, cerré la puerta detrás de mí y me quité el vestido que había llevado a la gala, buscando un atuendo cómodo para mi carrera matutina. Mientras buscaba en mi armario, noté algo en el espejo: un chupete en mi cuello y otro en mi pecho.

Me detuve, mirándome fijamente. Era una imagen extraña y divertida, pero me hacía recordar la noche anterior, los momentos de alegría y la conexión que habíamos compartido.

Con una risa suave, traté de quitarme los chupetes, sintiendo una mezcla de vergüenza y diversión. ¿Qué pensaría Alexander si me viera ahora? Decidí no preocuparme por eso. Era solo un recordatorio de lo que habíamos hecho.

Después de ponerme unas mallas y una camiseta cómoda, salí de la habitación lista para correr. La brisa fresca me dio la bienvenida al abrir la puerta principal, y respiré hondo, llenándome de energía. Corría para despejar mi mente y organizar mis pensamientos.

Mientras corría por el jardín, recordé la conversación de la noche anterior, el beso, y cómo había sentido que todo lo que había guardado en mi corazón estaba empezando a florecer. La tensión, el miedo y la emoción se mezclaban en un torbellino dentro de mí.

No sabía lo que nos depararía el futuro, pero algo era seguro: estaba lista para luchar por lo que quería, y eso incluía a Alexander.

Regresé a la casa con la respiración acelerada y el pulso todavía elevado por la carrera matutina. El aire fresco había despejado mi mente, pero no había logrado borrar los recuerdos de la noche anterior ni la sensación de sus labios sobre mi piel.

Entré por la puerta de la cocina, disfrutando el contraste del calor dentro de la casa. El aroma del café recién hecho llenaba el ambiente, mezclándose con el sonido lejano de la actividad matutina en la mansión.

Pero lo que realmente llamó mi atención fue la imponente figura de Alexander, apoyado contra la isla de la cocina con los brazos cruzados sobre el pecho. Llevaba una camisa negra ligeramente desabrochada y unos pantalones de tela oscuros, su cabello aún desordenado. Sus ojos fríos y penetrantes me recorrieron con intensidad, como si estuviera analizándome.

—En la madrugada, me quitaste mi cigarro y me dijiste que no te arrepentías —dijo con voz grave, sin apartar la mirada de mí—. Y, sin embargo, cuando desperté, no estabas a mi lado.

Mi cuerpo se tensó ante sus palabras, pero mantuve la compostura.

—Tenía ganas de correr —respondí con naturalidad, caminando hacia la nevera para tomar una botella de agua—. No sabía que tenía que pedir permiso para levantarme.

Alexander dejó escapar un suspiro bajo, pero su mirada no perdió intensidad. Se movió con la elegancia depredadora que lo caracterizaba y se acercó a mí. Antes de que pudiera reaccionar, sentí su mano sujetar mi cintura y su otra mano deslizarse hasta mi cuello, donde uno de los chupetones aún era visible.

—Podrías haberme despertado —murmuró contra mi oído, su aliento cálido rozando mi piel—. Me habría gustado verte antes de que intentaras huir.

No me moví, pero mi corazón latía con fuerza. Su cercanía era una prueba de fuego para mi autocontrol.

—No estaba huyendo, Alexander.

Él sonrió con esa expresión entre arrogante y peligrosa que me ponía a prueba. Luego, sin darme tiempo a reaccionar, inclinó la cabeza y sus labios atraparon los míos en un beso profundo y posesivo.

Solté la botella de agua que tenía en las manos y me aferré a su camisa con fuerza, sintiendo el fuego que encendía en mí con cada movimiento. No había suavidad en su beso, solo deseo crudo, una necesidad de marcar su territorio, de dejar claro que lo que había ocurrido entre nosotros no era un error.

Cuando se separó ligeramente, sus labios aún rozaban los míos.

—Buenos días otra vez, preciosa —susurró con voz ronca.

El calor subió por mi piel, y supe que ese día apenas estaba comenzando.

El aire se volvió denso entre nosotros. Sus labios aún rozaban los míos, como si se negara a alejarse por completo. Mi respiración estaba alterada, y mi mente luchaba entre dos impulsos: alejarme antes de perder el control o rendirme a lo que su cuerpo exigía del mío.




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