Entre Deseo Y Redencíon

Capitulo 7

Alessandra

Había pasado una semana desde que regresamos de las Maldivas, y la rutina en casa había vuelto a la normalidad… al menos en apariencia. Alexander y yo apenas hablábamos en público, y cuando lo hacíamos, era con una frialdad cuidadosamente ensayada. Pero en la privacidad de nuestra habitación, la historia era completamente diferente.

Me desperté temprano, pero esta vez no fui a correr. Me sentía inquieta sin razón aparente. Después de darme una ducha rápida, me puse unos pantalones de lino blanco y una blusa de seda azul marino antes de bajar a desayunar.

Al llegar al comedor, encontré a mi padre sentado en la cabecera de la mesa. Su expresión era seria, su mandíbula tensa. No estaba solo; Eloísa estaba a su lado con su fingida sonrisa de siempre, y Alexander se mantenía en silencio, con una taza de café en la mano, observándome con su mirada inescrutable.

Me detuve por un segundo, pero decidí ignorar la tensión en el ambiente y tomé asiento. Justo cuando me servía café, mi padre habló con voz firme.

—Alessandra, esto llegó esta mañana.

Levanté la vista y vi que me extendía un sobre. Sus dedos lo sostenían con fuerza, como si intentara contener su furia. Lo tomé con curiosidad y lo abrí lentamente.

En cuanto vi el contenido, mi corazón dio un vuelco.

Eran fotos.

Cada una capturaba momentos privados entre Alexander y yo en las Maldivas. En algunas, él me besaba; en otras, me sostenía en brazos en la piscina, o simplemente me miraba con esa intensidad con la que siempre lo hacía cuando creía que nadie lo veía.

Eran imágenes demasiado íntimas para ser malinterpretadas.

—¿Qué significa esto? —la voz de mi padre era dura, acusadora.

Sentí la mirada de Alexander sobre mí, pero no me atreví a levantar la vista. Mi garganta se secó mientras pasaba las fotos una por una, como si así pudiera encontrar una explicación razonable.

—No tengo idea de quién pudo haberlas tomado —dije con calma, aunque mi mente trabajaba a toda velocidad.

—¿Así que es cierto? —Mi padre apretó los dientes—. ¿Tienes una relación con él?

No respondí de inmediato. No tenía sentido negarlo; las fotos hablaban por sí solas.

—¿Es eso lo que realmente te molesta, padre? —pregunté con voz tranquila—. ¿O es el hecho de que no pudiste controlarlo?

Él me miró con furia, pero no negó mis palabras.

—Esto no puede continuar —declaró tajantemente—. No voy a permitir que pongas en riesgo todo por un capricho.

Reprimí una carcajada amarga. ¿Un capricho? Si tan solo supiera…

Miré de reojo a Alexander. Él no había dicho ni una palabra, pero su postura relajada era solo una fachada. Sus nudillos estaban blancos de la presión con la que sujetaba su taza.

Sabía que no se quedaría callado por mucho tiempo.

El silencio en la mesa se volvió insoportable. Mi padre respiraba hondo, intentando contener su ira. Finalmente, se levantó y me miró con esa severidad con la que siempre imponía su voluntad.

—¿Sabes lo que más me molesta de todo esto, Alessandra? —su voz era un filo cortante—. Que ante la sociedad, ustedes son hermanos.

Sentí que algo dentro de mí se rompía al escucharlo decirlo en voz alta. Dejé la taza de café sobre la mesa con un movimiento lento y preciso, antes de alzar la vista para enfrentarlo.

—Alexander no es mi hermano —dije con una calma peligrosa—. Es tu hijastro. No compartimos lazos sanguíneos.

La furia en su rostro se intensificó. Antes de que pudiera reaccionar, él rodeó la mesa y me tomó bruscamente del brazo, obligándome a levantarme de la silla.

—¡Acompáñame! —ordenó con voz dura.

Alexander se movió, pero con una sola mirada, mi padre lo detuvo. No sabía qué había en esa mirada, pero fuera lo que fuera, Alexander se quedó en su lugar, con el rostro tenso y los puños cerrados.

Mi padre me arrastró hasta su despacho, cerrando la puerta con un portazo tras de sí. El aire dentro del lugar estaba impregnado con el aroma del tabaco y madera. Me soltó con brusquedad, y me tambaleé unos pasos hacia adelante.

—Quiero que veas esto —espetó, señalando la pared.

Mi mirada siguió la dirección de su mano hasta que se detuvo en una gran fotografía enmarcada.

Era mi madre.

La imagen mostraba a una mujer de belleza etérea, con una sonrisa que irradiaba dulzura. Mi corazón se encogió al verla, al recordar lo que había perdido tan temprano en mi vida.

—¿Sabes qué diría ella si te viera ahora? —La voz de mi padre era baja, pero cada palabra era como un veneno goteando en mi piel—. Estaría avergonzada de ti, Alessandra.

Lo miré con el pecho ardiendo de rabia.

—No te atrevas a hablar por ella —le espeté—. No tienes idea de lo que pensaría.

—¡Por supuesto que lo sé! —rugió, golpeando la mesa con el puño—. ¡Tu madre tenía principios, valores! No era una mujer impulsada por el deseo, por la rebeldía…




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.