Alexander
El rugido de los motores del jet privado llenaba la pista, el viento soplaba con fuerza, revolviendo los cabellos de Alessandra mientras ella se mantenía en silencio, observando la aeronave con una mezcla de nostalgia y determinación. Yo, en cambio, no apartaba mis ojos de ella.
Nunca había imaginado que un adiós pudiera sentirse tan amargo, aunque este no fuera un adiós definitivo.
Metí las manos en los bolsillos, tratando de calmar la tensión que se apoderaba de mí. Nunca en mi vida había dejado que algo—o alguien—me afectara de esta manera, pero Alessandra no era cualquier persona. Ella era mi tormento, mi obsesión… y ahora, la única persona a la que no quería perder.
—¿Estás lista? —pregunté finalmente, mi voz más ronca de lo normal.
Ella me miró, sus ojos reflejando emociones que no decía en voz alta.
—Sí.
Su respuesta fue simple, pero la manera en que su voz tembló me dijo más de lo que las palabras podían expresar.
Suspiré y me acerqué a ella, acortando la distancia que nos separaba. Alcé mi mano y acaricié su rostro con suavidad, deslizando mi pulgar por su mejilla, sintiendo su piel cálida bajo mi tacto.
—Si te vas, quiero que recuerdes algo —dije, mi mirada clavada en la suya—. Esto no se ha terminado. No voy a dejarte ir así de fácil.
Alessandra entrecerró los ojos y esbozó una pequeña sonrisa, esa sonrisa que siempre me volvía loco.
—Lo sé —susurró.
Un impulso me dominó, uno que no quise detener. La tomé de la cintura y la atraje hacia mí, capturando sus labios en un beso profundo y desesperado. Ella respondió con la misma intensidad, sus dedos aferrándose a mi camisa como si tampoco quisiera soltarme.
Cuando nos separamos, ella respiraba con agitación y sus mejillas estaban levemente sonrojadas.
—Será mejor que suba —dijo en voz baja, con una tristeza que me provocó un nudo en el pecho.
Asentí y la solté con dificultad. No me gustaba verla alejarse, pero sabía que esto era solo temporal.
La observé subir la escalinata del jet, su silueta perfecta desapareciendo en el interior. Justo antes de que la puerta se cerrara, ella volteó una última vez y me dedicó una mirada que se me quedó grabada en el alma.
El avión comenzó a moverse, y yo permanecí en mi sitio, inmóvil, viendo cómo la mujer que amaba se alejaba… pero con la certeza de que pronto la seguiría.
Me quedé en la pista observando cómo el jet desaparecía en el cielo hasta que solo quedó el eco lejano de su partida. Apreté la mandíbula, sintiendo una punzada de vacío en el pecho, pero no me permití quedarme atrapado en ese sentimiento.
Alessandra se había ido, pero solo por unos días. Yo la alcanzaría pronto.
Solté un suspiro pesado y giré sobre mis talones, caminando hacia el auto que me esperaba. Uno de mis hombres me abrió la puerta trasera del Bentley negro, y sin decir palabra, me deslicé dentro.
—A la oficina —ordené con voz firme.
El conductor asintió y arrancó en silencio.
Durante el trayecto, saqué mi teléfono y revisé algunos correos. Mi bandeja de entrada estaba inundada con mensajes sobre reuniones, contratos y temas que, hasta hace poco, habrían ocupado el cien por ciento de mi atención. Ahora, sin embargo, mi mente estaba dividida.
Apreté el teléfono con fuerza. No me gustaba la sensación de no tener el control absoluto sobre una situación… y Alessandra era el único caos que permitía en mi vida.
Cerré los ojos por un momento, recordando su último beso, su manera de mirarme antes de subir al avión.
Una semana. Solo una maldita semana antes de que pudiera estar con ella de nuevo.
Cuando llegamos al edificio, bajé del auto con determinación. La torre Ivanok se erguía imponente en el centro de la ciudad, un reflejo de poder y control. Dos cosas que, por primera vez en mi vida, sentía tambalearse.
Entré al vestíbulo con paso firme, y mis empleados se enderezaron de inmediato al notar mi presencia. Algunos inclinaron la cabeza en señal de respeto, otros se apartaron instintivamente.
—Señor Ivanok —saludó mi asistente, caminando rápidamente a mi lado—. Tiene una reunión en quince minutos con los inversionistas de la filial en Londres. También hay un asunto pendiente con la junta directiva sobre…
—Dile a la junta que esperen. Atiende los detalles menores y solo infórmame lo que realmente requiera mi atención —respondí sin detenerme, presionando el botón del ascensor.
—Sí, señor —respondió con rapidez, bajando la mirada.
Cuando las puertas se abrieron, entré y me apoyé contra la pared de acero, sintiendo la tensión en mis músculos.
Esta semana iba a ser larga. Pero cuando terminara, estaría donde realmente quería estar: con Alessandra.
Las puertas del ascensor se abrieron en el último piso, donde se encontraba mi oficina. Entré con paso firme, ignorando las miradas de mi equipo y los murmullos a mi alrededor.
—Tráeme un café —ordené a mi asistente mientras me desabrochaba el botón del saco y me dirigía a mi escritorio.