Entre Deseo Y Redencíon

Capitulo 9

Cuando Daniel y Eloísa salieron de la habitación, el silencio se hizo aún más pesado. Solo quedábamos Nikolai y yo junto a Alessandra.

Nikolai dio un paso adelante, su mirada clavada en ella con una mezcla de dolor y determinación. Se acercó al otro lado de la cama y, con movimientos cuidadosos, tomó una de sus manos entre las suyas.

—Alessandra… —su voz era grave, pero llena de calidez—. Sé que puedes escucharme.

Yo me quedé en silencio, observando cada uno de sus movimientos.

Nikolai se inclinó un poco más y suspiró.

—Tienes que vivir, солнышко… —murmuró, usando aquel diminutivo ruso que alguna vez le había dicho en el pasado—. No puedes rendirte ahora.

Sus dedos acariciaron con suavidad la mano de Alessandra, como si intentara transmitirle fuerzas.

—Aún tienes mucho por hacer… —continuó—. Tienes sueños por cumplir, promesas que no puedes romper… Pero, sobre todo… tienes que estar con el hombre que siempre has amado.

Su mirada se levantó fugazmente hacia mí, y por primera vez en mucho tiempo, no vi desafío en sus ojos, sino aceptación.

Volvió a enfocar su atención en Alessandra y apretó su mano con más fuerza.

—Él está aquí… Esperándote. No lo hagas sufrir.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.

Nikolai se quedó en silencio unos segundos más antes de soltar un largo suspiro.

—Despierta, солнышко… No es tu momento de partir.

Nikolai soltó un suspiro antes de soltar la mano de Alessandra y girarse hacia mí. Sus ojos azules estaban llenos de algo que no supe identificar al principio… hasta que habló.

—Ella te ha amado desde que era una adolescente.

Sus palabras me golpearon como un puñetazo en el pecho.

—Siempre estuvo atenta a ti, a cada cosa que te pasaba, aunque tú nunca lo notaras. —Se cruzó de brazos y me miró con seriedad—. Tú eras su mundo, Alexander. Lo sigues siendo.

Mi mandíbula se tensó. No me gustaba que me dijeran cosas que no estaba listo para procesar. Pero Nikolai no me dejó opción.

—No cometas el error de perderla —continuó—. Si Alessandra sobrevive… más te vale hacerla feliz.

Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y salió de la habitación, dejándome solo con ella.

Inspiré hondo y me acerqué a la cama, tomando su mano entre las mías. Su piel estaba fría, demasiado frágil.

—Alessandra… —mi voz sonó más ronca de lo que esperaba—. Si lo que dijo Nikolai es cierto… si realmente me has amado todo este tiempo… entonces quiero que me lo digas tú misma.

Acaricié su mejilla con suavidad, sintiendo el peso del miedo en mi pecho.

—Pero para eso… tienes que despertar.

Tragué saliva y me incliné un poco más, acercando mi rostro al suyo.

—No te atrevas a dejarme, preciosa —susurré contra su piel—. No ahora… No después de todo lo que hemos pasado.

Mis labios rozaron su frente en un beso lleno de desesperación y amor.

—Te necesito, Alessandra. Siempre lo he hecho… solo que fui demasiado idiota para darme cuenta antes.

La enfermera entró en la habitación con pasos rápidos y silenciosos, interrumpiendo el momento en el que tenía a Alessandra entre mis brazos, sus frágiles dedos aferrándose a los míos. Ella me miró con una expresión que reflejaba un leve cansancio, pero su profesionalismo nunca vaciló.

—Señor, necesitamos que salga de la habitación. Vamos a proceder con la operación, y necesitamos espacio para preparar todo —dijo con voz suave, casi como si temiera que una palabra equivocada pudiera romper algo en el aire.

La mire en silencio, mi cuerpo tenso, mi mente en conflicto. Sabía que debía salir. Sabía que no podía quedarme allí, pero no quería alejarme ni un solo centímetro de ella. No quería perderla.

Pero algo en el tono de la enfermera me dijo que no había tiempo para discutir. Tomé una respiración profunda, intentando calmarme antes de dejar la habitación, pero mi mente no me dejaba. El miedo a perderla me recorría, y el dolor se acumulaba en cada paso que daba.

Salí lentamente de la habitación, sintiendo la presión de mi pecho aumentar a medida que me alejaba. Cuando llegué a la sala de espera, la oscuridad en mis pensamientos se apoderó de mí. Me senté en una de las sillas, sin importarme que otros estuvieran allí. No me importaba nada.

Cerré los ojos, y fue entonces cuando la ira y el dolor explotaron en mí, como un volcán que había permanecido dormido demasiado tiempo.

Era como si todo lo que había mantenido guardado dentro, todos los sentimientos reprimidos, la frustración, el arrepentimiento… todo se liberara en ese momento. Podía sentir mis manos temblar, y mi respiración se aceleraba, como si estuviera a punto de perder el control.

La rabia, la impotencia, la culpa por no haber estado allí para protegerla, por no haberle mostrado todo lo que sentía antes, todo me golpeaba a la vez. Y, por un breve momento, desee poder romper algo, gritar, descargar toda la frustración. Pero no podía. No podía mostrarme débil.




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