Entre Deseo Y Redencíon

Capitulo 10

Había pasado una semana. Siete días de incertidumbre, de noches sin dormir, de mirar el rostro inmóvil de Alessandra con la esperanza de ver un mínimo cambio.

Me encontraba sentado junto a su cama, como lo había hecho todos los días. Mi mano envolvía la suya, sintiendo el frío de su piel, la fragilidad de sus dedos entre los míos. La habitación estaba en completo silencio, solo interrumpido por el suave pitido de las máquinas monitoreando sus signos vitales.

—Alessandra… —susurré, con la voz rasposa por la falta de sueño—. ¿Cuánto más piensas hacerme esperar?

Apoyé la frente en el dorso de su mano, cerrando los ojos con fuerza. Nunca había sentido tanto miedo en mi vida. La idea de perderla, de que no abriera los ojos, me estaba destruyendo lentamente.

Justo cuando pensaba que todo seguiría igual, sentí un leve movimiento en su mano. Me congelé. Abrí los ojos y observé su delicada mano moverse apenas en mi agarre.

Mi corazón se detuvo por un segundo.

—Alessandra… —susurré con urgencia, apretando suavemente su mano—. ¿Puedes escucharme?

Su respiración pareció cambiar ligeramente. Sus pestañas temblaron y, con una lentitud desesperante, sus párpados comenzaron a abrirse. Primero, solo un parpadeo débil, como si la luz le molestara. Luego, sus ojos azul profundo se enfocaron en el techo antes de moverse lentamente hacia mí.

Cuando nuestras miradas se encontraron, sentí un golpe en el pecho, una mezcla de alivio, sorpresa y una emoción que no podía describir.

—Alex… —murmuró con voz débil, casi inaudible.

Me incliné más hacia ella, sin soltar su mano.

—Aquí estoy, mi amor —susurré, incapaz de contener la emoción en mi voz—. Estoy aquí…

Sus labios intentaron formar una leve sonrisa, pero el esfuerzo la agotó. Pude ver la confusión en su mirada, la lucha de su cuerpo por despertar completamente.

—Descansa, no hables aún —le pedí, acariciando suavemente su rostro con mi otra mano—. Estás a salvo.

Sus ojos volvieron a cerrarse por un momento, pero esta vez no fue un sueño profundo. Solo estaba cansada, pero estaba aquí, de vuelta.

Un nudo se formó en mi garganta y cerré los ojos por un instante, permitiéndome sentir el alivio que me embargaba. Lo habíamos logrado. Alessandra estaba despertando.

Y yo nunca la dejaría ir.

El tiempo parecía haberse detenido mientras esperaba que Alessandra despertara completamente. Cada movimiento suyo, cada parpadeo, era una señal de que estaba regresando.

Finalmente, después de unas horas en las que solo abría los ojos por momentos y volvía a dormirse, su mirada se fijó en mí con más claridad. Su respiración era más estable, y cuando intentó moverse un poco, supe que ya estaba más consciente.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté, acariciando suavemente su mejilla.

Ella frunció el ceño, como si estuviera intentando recordar qué había pasado. Su voz salió ronca, apenas un susurro.

—Cansada… y adolorida.

Su respuesta fue un alivio, pero también una confirmación de lo débil que estaba. Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió y el doctor entró acompañado de una enfermera.

—Señorita Alessandra, es un placer verla despierta —dijo con una sonrisa profesional—. ¿Cómo se siente?

Ella respiró hondo y trató de incorporarse un poco, pero algo en su expresión cambió de inmediato. Sus ojos se abrieron con pánico, su respiración se aceleró y su mano apretó la mía con fuerza.

—No… —murmuró, con la voz temblorosa.

El miedo en su mirada me alarmó.

—¿Qué pasa, amor? —le pregunté de inmediato.

Alessandra bajó la mirada hacia sus piernas, intentando moverlas, pero nada sucedió.

—No las siento —susurró, y entonces su expresión se transformó en puro terror—. No siento mis piernas.

Mi corazón se detuvo por un segundo.

—Tranquila —dijo el doctor con tono calmado, aunque su mirada se volvió más seria—. Vamos a revisarte ahora mismo.

Alessandra me miró con desesperación, sus ojos azules reflejando un pánico que nunca antes había visto en ella.

—Alex… —su voz se quebró—. No puedo moverlas.

Mi mandíbula se tensó, tratando de mantener la calma por ella.

—Vamos a ver qué pasa —dije, tomando su rostro entre mis manos—. Respira, mi amor. Estoy aquí contigo.

El doctor comenzó a hacer varias pruebas, tocando distintas zonas de sus piernas y pies, pidiéndole que intentara mover los dedos. Pero nada.

La angustia en su rostro creció, y vi cómo se mordía el labio con tanta fuerza que parecía que se haría daño.

—¿Qué me pasa? —preguntó, su voz al borde de la desesperación.

El médico suspiró y miró la tablet donde tenía los resultados de su operación.

—Alessandra, sufriste una fuerte lesión en la columna debido al impacto del accidente. No quiero que te asustes, pero la inflamación en la médula espinal puede estar afectando la movilidad de tus piernas.




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