El último mes había sido un torbellino de emociones y desafíos. Poco a poco, había comenzado a recuperar la movilidad en mis piernas, aunque aún dependía de la fisioterapia para fortalecerlas por completo. Hoy era un día especial, no solo porque tenía una cita para ver a mi bebé, sino también porque Alexander regresaba a Los Ángeles para atender la empresa.
Las cosas entre nosotros habían estado bien. Extrañamente bien. No habíamos tenido discusiones ni tensiones desde que desperté en el hospital. Alexander estaba a mi lado todos los días, apoyándome en mi recuperación y asegurándose de que no me faltara nada. Se había convertido en mi refugio y, aunque no lo decía en voz alta, sabía que le preocupaba dejarme sola.
Sin embargo, no todos estaban contentos con nuestra relación.
Daniel, mi padre, seguía mostrándose distante y molesto cada vez que Alexander y yo estábamos juntos. No decía nada directamente, pero su mirada lo decía todo. Para él, lo que teníamos era un error, algo que nunca debía haber sucedido.
—¿Lista? —La voz de Alexander me sacó de mis pensamientos. Estaba apoyado en el marco de la puerta de nuestra habitación, con su maleta al lado.
—Sí —asentí con una sonrisa—. Estoy lista.
—Te acompañaré a la consulta antes de irme al aeropuerto —dijo, acercándose a mí.
—¿No tienes que estar ya en camino? —pregunté, mirándolo con curiosidad.
—Nada es más importante que ver a nuestro bebé contigo.
Mi corazón se encogió al escucharlo decir "nuestro bebé" con tanta naturalidad. Extendí mi mano hacia él, y Alexander la tomó sin dudar.
—Vamos —dije, sintiéndome más segura con él a mi lado.
Nos dirigimos al hospital, donde la Dra. Petrova nos esperaba para el ultrasonido. Me recosté en la camilla mientras Alexander se mantenía de pie junto a mí, sosteniendo mi mano.
—Bien, veamos cómo está este pequeño —dijo la doctora mientras aplicaba el gel frío en mi abdomen y movía el transductor.
La imagen apareció en la pantalla, y de inmediato el sonido de los latidos llenó la habitación. Era un ritmo fuerte y constante.
—Todo se ve perfecto. El bebé está creciendo muy bien —informó la doctora con una sonrisa.
Miré a Alexander, quien no apartaba los ojos de la pantalla. Sus facciones estaban serias, pero había una luz en su mirada.
—Es increíble —murmuró.
Mi pecho se llenó de emoción. Cada vez que veía a nuestro bebé, me daba cuenta de lo real que era todo esto. No estaba sola en esto. Alexander estaba conmigo, y aunque pronto volvería a Los Ángeles, sabía que siempre estaría presente en la vida de nuestro hijo.
Cuando la consulta terminó, Alexander me ayudó a incorporarme.
—Ahora sí, debo irme —dijo con un suspiro.
—Lo sé —murmuré, sintiendo un nudo en la garganta.
—Regresaré pronto, Alessandra. Y quiero que me prometas que te cuidarás.
—Lo haré. Y tú también cuídate —dije, mirándolo a los ojos.
Alexander me tomó por la cintura y me besó con intensidad, como si quisiera dejarme claro que, aunque se fuera, seguía siendo mío.
—Nos vemos pronto —susurró contra mis labios.
Lo observé marcharse, sintiendo un vacío en mi pecho. Sabía que esto era necesario, pero aún así… ya lo extrañaba.
Cuando salí del hospital, respiré profundamente, tratando de calmar la sensación de vacío que había dejado la partida de Alexander. A pesar de que entendía la razón de su viaje, no podía evitar sentirme inquieta.
El chofer de Alexander, un hombre de mediana edad con un porte impecable, estaba esperándome junto al auto. Cuando me acerqué, me abrió la puerta con una leve inclinación de cabeza.
—Señorita Alessandra, el señor Alexander dio órdenes precisas de que la lleve directamente a casa.
Lo miré con sorpresa.
—¿Directamente? Pero tenía pensado pasar por la empresa primero…
—Lo lamento, señorita, pero las instrucciones fueron claras —respondió con amabilidad, aunque su tono dejaba en claro que no discutiría las órdenes que había recibido.
Suspiré y asentí, sin ganas de discutir. Era típico de Alexander querer tener todo bajo control, incluso cuando no estaba aquí.
Me acomodé en el asiento trasero mientras el auto emprendía la marcha. Mis dedos acariciaban inconscientemente mi vientre.
—Papá y yo estamos solos de nuevo —murmuré con una sonrisa melancólica.
El camino transcurrió en silencio, y cuando llegamos a la casa, la encontré más vacía de lo que esperaba. Me hacía falta su presencia, su mirada intensa siguiéndome a todas partes, su voz firme dándome órdenes que me hacía rabiar… y que, en el fondo, me encantaba desafiar.
—¿Necesita algo más, señorita? —preguntó el chofer al detenerse.
—No, gracias —respondí, tomando mis cosas.
Entré a la casa con un suspiro, sintiendo un peso en el pecho. Alexander llevaba solo unas horas lejos y ya lo extrañaba. ¿Cómo iba a soportar los días que estaríamos separados?