Alexander
Me pasé la mano por el rostro, tratando de concentrarme en la reunión, pero mi mente estaba en otro lugar. En ella.
Alessandra.
Quería estar con ella justo ahora, sentir su calor, besar su piel, verla dormir entre mis brazos. Pero no era posible. Aquí estaba yo, atrapado en una sala de juntas en Los Ángeles, escuchando a los inversionistas hablar sobre proyecciones financieras y estrategias de expansión. Mientras tanto, en Moscú, ya era de noche. Seguramente Alessandra ya estaría dormida.
El pensamiento me inquietó.
No podía verla, no podía tocarla… y lo peor era que la distancia solo hacía que la extrañara más.
—Señor Ivanok, ¿qué opina sobre la propuesta?
Elevé la mirada hacia el hombre que había hablado, forzándome a regresar a la realidad.
—Revisaremos los términos con más detalle antes de dar una respuesta definitiva —respondí con voz firme.
Los hombres en la mesa asintieron y continuaron con el debate. Pero mi mente ya no estaba allí. Estaba en una habitación al otro lado del mundo, donde Alessandra dormía, ajena a la tormenta que se desataba en mi interior.
No iba a soportar mucho tiempo más sin ella.
Terminada la reunión, me dirigí a mi oficina y cerré la puerta tras de mí. Apoyé ambas manos sobre el escritorio, respirando hondo. Esto era insoportable.
Saqué el teléfono y marqué su número sin pensarlo. Sonó varias veces antes de que su voz adormilada respondiera.
—¿Alex…? —Su tono era suave, como si apenas estuviera despertando.
Cerré los ojos y apoyé la cabeza contra la silla, dejando escapar un suspiro.
—Despiértame así todas las noches y no podré seguir lejos de ti, princesa.
Escuché su suave risa al otro lado de la línea.
—Aquí ya es tarde, ¿por qué estás despierto? ¿No deberías estar en una reunión?
—La terminé hace un rato, pero no podía dormir sin escucharte.
—Eres un exagerado —susurró, y aunque no podía verla, supe que estaba sonriendo.
—Sabes que no —repliqué con seriedad—. Quiero estar contigo, Alessandra. No soporto esta distancia.
Hubo un breve silencio antes de que hablara otra vez, su voz más suave.
—Yo también te extraño.
Esas palabras fueron suficientes para encender algo en mi interior. Me levanté de la silla, tomando una decisión al instante.
—Voy a arreglarlo —afirmé—. No voy a esperar más.
—¿Arreglar qué? —preguntó con cautela.
—Nosotros. No quiero que estemos separados ni un día más.
Podía sentir su respiración entrecortada al otro lado de la línea.
—¿Qué estás diciendo, Alex?
—Espera y verás, princesa. Solo prométeme que no te irás a ninguna parte.
—No me iré —respondió sin dudar.
—Bien —murmuré—. Descansa, amor.
—Descansa tú también.
Colgué el teléfono y miré hacia la ventana. Moscú estaba lejos, pero no por mucho tiempo. Si todo salía como quería, pronto estaría con ella.
Y esta vez, no habría más despedidas.
No esperé más. Apenas terminé de organizar algunos asuntos urgentes en la empresa, tomé el primer vuelo disponible a Moscú. El viaje se sintió eterno, pero la idea de verla nuevamente hizo que cada segundo de espera valiera la pena.
Cuando el auto finalmente se detuvo frente a su casa, bajé de inmediato. Ni siquiera esperé a que el chofer abriera la puerta. Crucé la entrada con paso firme, y al ver las luces encendidas, supe que estaba despierta.
Entré sin hacer ruido y me detuve al verla. Alessandra estaba en la sala, con una manta sobre las piernas, un libro abierto en su regazo y una taza de té entre las manos. Su cabello caía desordenado sobre sus hombros, y su expresión de sorpresa al verme fue suficiente para acelerar los latidos de mi corazón.
—¿Alex…? —susurró, dejando la taza sobre la mesa con torpeza.
No respondí. No lo necesitaba. Me acerqué a ella en dos zancadas y la atrapé entre mis brazos, respirando su aroma, sintiendo su calidez contra mi piel.
—Dime que no estoy soñando —murmuró contra mi pecho.
—No lo estás —respondí, separándome solo lo suficiente para mirarla a los ojos—. Te dije que arreglaría esto.
Su mirada se llenó de emoción, pero también de confusión.
—¿Qué haces aquí? Pensé que tenías trabajo en Los Ángeles.
—Tenía —asentí—. Pero me di cuenta de que lo único que realmente importa ahora eres tú.
Ella entreabrió los labios, sin palabras.
—Alessandra, no quiero estar lejos de ti nunca más —continué, deslizando mi mano por su mejilla—. No importa cómo, ni dónde. Solo quiero estar contigo.
Sus ojos brillaron con lágrimas contenidas antes de que se lanzara a mis brazos nuevamente, abrazándome con fuerza.