El abrazo de mi padre me había reconfortado, pero el aire en la habitación cambió cuando Eloísa dio un paso hacia mí. La expresión en su rostro era de arrepentimiento, como si hubiera estado luchando con sus propios sentimientos, pero también con la necesidad de sanar viejas heridas.
Me observó por un largo momento, y fue entonces cuando, con voz suave y temblorosa, dijo:
—Alessandra… quiero pedirte perdón. Sé que no fui la madre que esperabas, ni la madre que te merecías. Nunca estuve a la altura, nunca me di cuenta de lo que necesitabas de mí. Y no me perdono por eso. —Su mirada se suavizó, y pude ver la sinceridad en sus ojos—. Siempre pensé que podía seguir mi vida sin mirar atrás, pero ahora me doy cuenta de lo mucho que te fallé. Y lo lamento profundamente.
La tensión en mi cuerpo se hizo palpable, y una mezcla de emociones se agolpó en mi pecho. No sabía cómo reaccionar. No podía olvidar los años en los que su indiferencia me había herido profundamente. No podía borrar las noches en las que me sentía invisible, como si mi existencia no fuera suficiente para que ella me viera. Pero, por alguna razón, el tono de su voz, el dolor visible en sus ojos, hizo que algo dentro de mí se abriera.
Miré a Eloísa, buscando una respuesta, pero en lugar de palabras, lo que sentí fue una calma profunda, como si el tiempo se hubiera detenido. No podía negar que, en el fondo, había deseado que algún día ella reconociera lo que había significado su frialdad para mí. Pero también sabía que sanar esa herida llevaría tiempo, si es que alguna vez lo hacía.
Finalmente, suspiré, no sabiendo si debía decir algo, si debía perdonar o si debía guardar silencio. No quería ser cruel, pero tampoco estaba lista para abrir mi corazón completamente.
—No sé si estoy lista para perdonarte, Eloísa. —Mi voz era suave, casi inaudible, pero cargada de dolor—. El tiempo que pasé sintiéndome sola… no sé si puedo dejarlo ir tan fácilmente. Pero… entiendo que lo estás diciendo de corazón. Y eso… eso es un comienzo.
Eloísa asintió lentamente, sus ojos reflejando la tristeza por todo lo que no pudimos compartir. Parecía que las palabras no eran suficientes para enmendar todo lo que había sucedido entre nosotras.
—Lo entiendo… —respondió, y sus palabras fueron como un susurro—. Pero estaré aquí para ti, si algún día me permites ser algo más para ti, si me dejas mostrarte que he cambiado.
La habitación quedó en silencio, pero esta vez, el aire ya no era tan denso. Aunque las heridas no se curaban de inmediato, un pequeño paso se había dado. No sabía qué futuro nos esperaba, ni cómo avanzaríamos, pero una parte de mí sentía que las cosas podrían empezar a sanar, tal vez lentamente, tal vez con el tiempo.
—Gracias por tus palabras, Eloísa. —Finalmente, pude sonreír levemente, aunque mi corazón seguía siendo un campo de batalla—. Ahora solo… tengo que pensar en lo que quiero hacer, en lo que necesito.
Eloísa me miró, y aunque sus ojos mostraban dolor, también había algo de esperanza en ellos. Quizás, después de todo, lo que realmente necesitábamos era tiempo. Tiempo para comprendernos, tiempo para sanar. Y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que tal vez podía abrir la puerta, aunque fuera un poquito, para empezar de nuevo.
El avión cortaba el aire con una suavidad que solo se logra cuando el destino está claramente trazado. Miré por la ventana mientras la ciudad se alejaba, y un peso inexplicable se asentó en mi pecho. Regresar a Los Ángeles, a mi antigua vida, no era algo fácil. Había pasado años distanciada, buscando mi propio camino, pero ahora todo estaba por cambiar.
Alexander se acercó y se sentó junto a mí, tomando mi mano en la suya. Sentí su calor y me relajé un poco, encontrando consuelo en su presencia.
—Todo va a estar bien —dijo en voz baja, mirándome con esa intensidad que siempre lograba calmar mis temores.
Yo le sonreí, aunque sabía que las palabras no podían quitar todo lo que sentía en el fondo. Había mucho más en juego ahora. Las promesas de un futuro juntos, las decisiones que íbamos a tener que tomar, y sobre todo, las reacciones de las personas que nos rodeaban, especialmente mi padre y Eloisa.
—Lo sé. Pero no puedo evitar sentir que todo esto es... un salto al vacío. —Mi voz sonó más insegura de lo que me habría gustado.
Alexander apretó un poco más mi mano y luego se inclinó hacia mí, sus ojos fijos en los míos.
—No estás sola. Te lo prometo. Yo estoy contigo en esto, y juntos vamos a enfrentarlo todo. Este es el comienzo de algo nuevo, Alessandra.
El tono de su voz, lleno de convicción y promesas, me hizo sentir un leve alivio. Estaba dispuesto a caminar a mi lado en este viaje, aunque no pudiera garantizar qué nos esperaba al final.
El viaje pasó en un abrir y cerrar de ojos. El cansancio comenzaba a hacer mella en mí, pero la emoción de lo que íbamos a hacer me mantenía despierta. Al llegar, el bullicio de Los Ángeles nos envolvió tan pronto como salimos del avión, y un calor de hogar y confusión llenó mi corazón.
Alexander me miró una vez más, asegurándose de que estaba bien.
—¿Vamos a sorprenderlos de inmediato? —me preguntó, sonriendo ligeramente.
Miré a mi alrededor y asentí, un poco nerviosa, pero más decidida que nunca.