Entre Deseo Y Redencíon

Capitulo 14

La puerta se abrió lentamente, y una de las sirvientas nos recibió con los ojos muy abiertos, sorprendida de vernos allí sin previo aviso.

—Señorita Alessandra… Señor Alexander… —su voz tembló levemente, y en su mirada noté algo más que sorpresa. ¿Era preocupación?

No esperé respuesta, simplemente entré, con Alexander siguiéndome de cerca. Apenas habíamos dado unos pasos en el vestíbulo cuando las voces provenientes de la sala nos detuvieron en seco.

—¡Eres una maldita asesina! —bramó la voz de mi padre, llena de furia y dolor.

Mi respiración se entrecortó, y Alexander puso una mano en mi espalda, como si supiera que mis piernas estaban a punto de fallarme.

—No sé de qué hablas, Daniel —respondió la fría voz de Eloisa, aunque su tono era tenso.

—¡Dejas de fingir! Sé perfectamente que tú estuviste detrás del accidente de Alessandra. ¡Querías verla muerta! —La rabia de mi padre era palpable, su voz temblaba con cada palabra.

El impacto de sus palabras me golpeó con la fuerza de un huracán. Sentí que la sangre me abandonaba el rostro.

—Vamos —susurró Alexander en mi oído, tomándome de la mano con firmeza. Pero yo no podía moverme.

—Eso es absurdo, Daniel. No tengo nada que ver con ese accidente —se defendió Eloisa con frialdad, pero incluso a la distancia, noté cómo su voz se quebraba un poco.

—¡No mientas! Siempre te molestó que Alessandra existiera. La has odiado desde el día en que entró a esta casa siendo solo una niña, y ahora que está esperando un hijo, ¿pensaste que podrías deshacerte de ella de una vez por todas?

Alexander se tensó a mi lado, su mandíbula apretándose con fuerza.

—Alessandra… —me llamó en voz baja, pero yo apenas podía reaccionar.

Eloisa guardó silencio por unos segundos, y luego soltó una carcajada amarga.

—¿Tienes pruebas, Daniel? Porque si no las tienes, lo único que estás haciendo es escupir acusaciones sin sentido.

Mi padre dejó escapar un resoplido furioso.

—Las voy a encontrar. Y cuando lo haga, te juro que pagarás por todo el daño que le has causado a mi hija.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Finalmente, respiré hondo y di un paso adelante, haciendo sonar mis tacones contra el piso de mármol.

—No hace falta que sigas buscando, papá —dije con la voz más firme que pude reunir.

Todos en la sala se giraron hacia mí al instante. El rostro de mi padre se transformó en puro alivio, mientras que Eloisa, por primera vez en mucho tiempo, perdió por completo su máscara de serenidad. Sus ojos se abrieron como platos al verme de pie allí, con Alexander a mi lado.

—Alessandra… —susurró Daniel, avanzando hacia mí.

Yo no aparté la vista de Eloisa.

—Dime la verdad —exigí con frialdad—. ¿Fuiste tú quien intentó matarme?

El silencio en la sala se hizo insoportable. Eloisa me sostuvo la mirada por un largo momento antes de esbozar una sonrisa torcida, carente de cualquier rastro de arrepentimiento.

—Sí —confirmó sin titubear.

Un escalofrío recorrió mi espalda. Por más que en el fondo siempre lo supe, escucharla admitirlo con tanta frialdad me dejó sin aliento. Mi padre apretó los puños, y Alexander, a mi lado, sintió la misma furia que yo.

—Eres despreciable —soltó Alexander, su voz cargada de un odio helado—. Intentaste asesinar a tu propia hijastra, a la mujer que llevo en mi vida… y a mi hijo.

Eloisa soltó una carcajada seca.

—No es mi hija. Nunca lo fue. Y menos ahora.

Las palabras cayeron como un puñal en mi pecho, pero antes de que pudiera reaccionar, Alexander avanzó un paso hacia ella, su postura amenazante.

—Eres la peor persona que he conocido —espetó con el desprecio más puro—. No mereces el título de madre.

Eloisa entrecerró los ojos y lo miró con una mueca de burla.

—No me hables así —dijo con voz afilada—. No olvides que soy tu madre.

Alexander soltó una carcajada oscura, incrédulo.

—Una madre protege, una madre ama. Tú no eres nada de eso.

Eloisa lo miró fijamente, y por un instante, pareció que algo en su interior se rompía, pero su expresión se endureció de nuevo.

—No me importa lo que piensen de mí —susurró, su voz cargada de veneno—. Nunca me importó.

Mi padre, que había permanecido en shock hasta ese momento, finalmente reaccionó.

—¡Fuera de mi casa! —rugió, señalando la puerta—. No quiero volver a verte nunca más.

Eloisa ni siquiera discutió. Solo nos miró con la superioridad de alguien que cree haber ganado de alguna manera y se giró para marcharse.

Pero antes de cruzar la puerta, se detuvo y me miró una última vez.

—Te aseguro, Alessandra, que esto no ha terminado.

Y con esas palabras, se fue, dejando en la casa un aire denso, cargado de resentimientos y verdades dolorosas.




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