Narrado por Alessandra – Meses después
Nunca imaginé que la paz pudiera sentirse así.
El sol de Los Ángeles acaricia suavemente mi rostro mientras observo desde el ventanal de nuestra casa. Afuera, el jardín florece con vida y dentro… dentro también. Mi vientre, redondo y firme, se mueve con pequeños golpecitos que me recuerdan que no estoy sola, que dentro de mí crece el milagro más grande de todos: nuestro hijo.
Después de todo lo que vivimos, de las sombras que casi me arrebatan todo, estar aquí se siente como un regalo que no dejo de agradecer. Han pasado meses desde que regresamos, desde que dejamos atrás el miedo, la oscuridad… y a Eloísa.
No ha sido fácil. Hay días en los que los recuerdos regresan sin avisar, con fuerza, queriendo robarme la calma. Pero entonces, Alexander me abraza. Me mira con esa intensidad que solo él tiene y me recuerda que ya no estoy sola, que esta vez, estamos juntos en todo.
Alexander… ha sido mi ancla y mi refugio. Se ha convertido en un hombre distinto, más protector, más paciente. Cada noche habla con nuestro bebé, como si pudiera escucharlo, y yo solo sonrío, porque sé que sí lo hace.
Mi padre nos visita con frecuencia. Se ha esforzado por recuperar el tiempo perdido, y yo se lo permito… poco a poco. Hay heridas que no sanan de un día a otro, pero se curan cuando se lucha por hacerlo.
Y Nikolai… ese loco maravilloso se ha convertido en el tío más entusiasta. Me manda cosas de bebé todas las semanas, como si ya se preparara para apadrinar al pequeño.
Esta mañana desperté con la certeza de que todo ha valido la pena. El dolor, la distancia, la traición… porque gracias a eso, ahora estoy aquí. Viviendo. Amando. Esperando.
Faltan pocas semanas para que conozca al amor más puro de mi vida.
Y sé que cuando llegue, no solo cambiará nuestro mundo… lo completará.
Porque este no es el final de la historia. Es apenas el principio de todo lo hermoso que viene.
La casa está en silencio, apenas roto por el suave zumbido del ventilador en la habitación del bebé, que Alexander ha decorado con una dedicación que me derrite el corazón. Todo en tonos cálidos, con estanterías llenas de libros de cuentos, peluches y una mecedora justo al lado de la cuna. Me encanta sentarme allí por las tardes, acariciando mi vientre mientras leo en voz alta, como si ya pudiera enseñarle al pequeño que este mundo, aunque complejo, también está lleno de ternura.
Camino con lentitud por el pasillo, mis pies hinchados y el peso de la barriga haciendo que cada paso sea más lento. Pero no me importa. Cada movimiento me recuerda que estoy viva. Que él está vivo. Que somos fuertes.
Al llegar a la cocina, encuentro una nota escrita con la inconfundible letra de Alexander:
"Fui a una reunión rápida, pero regreso antes de que te des cuenta. No hagas locuras, y por favor… no te subas a ninguna silla, ya sé cómo eres. Te amo. A & A por siempre."
Sonrío. A & A. Alessandra y Alexander.
Quién diría que después de tantos desencuentros, estaríamos aquí, construyendo nuestro mundo en armonía. Un mundo lejos del pasado, lejos del dolor.
Tomo una taza de té caliente y me recuesto en el sofá. Los movimientos dentro de mí se intensifican y coloco mis manos sobre el vientre, cerrando los ojos.
—Ya casi estás aquí —susurro—. Y te prometo que este mundo, el que te estamos preparando, será seguro, cálido y lleno de amor. Porque tu padre y yo vamos a darte todo lo que alguna vez nos faltó.
Justo entonces, escucho la puerta principal abrirse. Alexander ha vuelto. Lo escucho caminar, su voz llamándome suavemente.
—¿Dónde está mi reina?
—En el sofá, mi amor.
Cuando aparece en el marco de la puerta, su expresión se transforma al verme. Se acerca, se arrodilla frente a mí y besa mi vientre.
—¿Cómo están mis dos amores?
—Felices —respondo, acariciando su cabello—. Te estábamos esperando.
Él sonríe, esa sonrisa que solo yo conozco, la que le nace del alma.
—Y nunca los haré esperar por mí.
En ese instante, siento que no necesito nada más. Lo tengo todo.
Y así… comienza el resto de nuestra historia.
Alexander se acomoda a mi lado en el sofá, me rodea con un brazo y con la otra mano acaricia suavemente mi vientre. Lo veo inclinarse, con una ternura tan pura que me estremece, y luego posa sus labios sobre mi piel.
—Hola, mi pequeño —dice con una voz suave, como si hablara con un secreto que solo nosotros tres compartimos—. Sé que puedes escucharme, y quiero que sepas que tu mamá y yo te hemos esperado con todo el corazón.
Pausa un segundo y luego sonríe, mirándome con esos ojos intensos que ahora destilan amor.
—Ya es hora de decirte tu nombre, ¿no crees? —susurra, y vuelve a mirar mi vientre—. Te llamas Liam Alexander… fuerte, valiente y noble. Como quiero que seas. Como eres ya, solo por existir.
Mis ojos se llenan de lágrimas mientras lo observo. Acaricia mi mejilla con ternura y añade: