Entre dos casas

Capítulo 2 — Equilibrio desigual

Los días en casa de Malik y Pilar seguían un orden casi coreografiado.

A las 4:30 a.m., él se levantaba para la oración del fajr, y ella lo seguía minutos después, aún adormilada pero firme en sus rutinas. Luego venía el desayuno, los uniformes escolares, las loncheras, las sonrisas apuradas, y los gemelos listos para otra mañana en el jardín islámico.

Pilar trabajaba medio tiempo como profesora en una pequeña escuela comunitaria que había ayudado a fundar años atrás, mucho antes de conocer a Malik. Su aula siempre estaba llena de colores, cuentos, y una calidez que hacía que los niños quisieran quedarse incluso después del timbre. Tenía un don para tratar con ellos: escuchaba, guiaba y no necesitaba levantar la voz.

Malik, por su parte, se dividía entre sus clases de tafsir, las reuniones con líderes de otras comunidades y la administración de la mezquita. Era un guía nato, y su palabra tenía un peso que pocas veces se discutía. Aunque reservado, su sonrisa tranquila lo hacía cercano, y su manera de escuchar hacía que cualquiera se sintiera visto, incluso sin hablar mucho.

La comunidad los admiraba. Los consideraban una pareja ejemplar: espirituales, organizados, entregados al servicio. En público eran armoniosos, cálidos, siempre colaborando uno con el otro. En casa, se hablaban con respeto, compartían las responsabilidades, y rara vez discutían. Se entendían.

Pero en la intimidad, el entendimiento no era tan sencillo.

Pilar no era una mujer dada al deseo. Nunca lo había sido, ni siquiera en su juventud. El amor físico no era algo que le resultara natural o necesario. Su cuerpo respondía más por compromiso que por impulso, y aunque no sentía rechazo hacia Malik, tampoco sentía ese fuego que a veces él dejaba entrever.

Porque él sí lo sentía.

Tal vez por ser la primera mujer que tocaba. O tal vez porque, después de tantos años entregado a la disciplina religiosa, el matrimonio había abierto una puerta nueva que aún no sabía cómo cerrar. Para él, estar con ella era descubrir un mundo que había esperado con paciencia y fe.

Y eso, a veces, lo hacía esperar más de lo que ella podía dar.

No se lo reclamaba. Nunca lo había hecho. Pero su silencio después del intento de acercamiento, o la forma en que a veces la miraba mientras ella dormía sin haberse acercado a él, decían más que cualquier palabra.

Pilar lo sabía. Lo sentía en el aire denso de algunas madrugadas. Lo intuía cuando él alargaba el dhikr antes de dormir, como quien busca consuelo más allá del cuerpo.

Y aunque eran un equipo en todo lo demás, en eso —solo en eso— caminaban en tiempos distintos.




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