La brisa del mar traía consigo el rumor de un cambio, aunque nadie podía ponerle nombre todavía.
Pilar lo notó primero en la cantidad de jóvenes mujeres que empezaron a llegar más temprano a la mezquita, arregladas con un entusiasmo que iba más allá de lo habitual. Lo notó también en la charla animada de las maestras del centro comunitario, y en los mensajes reenviados en los grupos de WhatsApp: videos, frases motivadoras, clips de charlas, todos con la misma firma: @MirianDa3iyah.
—¿Has oído hablar de ella? —le preguntó una hermana, mientras organizaban los materiales para el círculo de mujeres del viernes—. Es impresionante, hermana. Tiene un conocimiento tan profundo, pero lo dice con una dulzura.
Pilar asintió con una sonrisa educada. No era de entusiasmarse con figuras públicas, aunque agradecía cuando alguien sumaba valor a la comunidad.
La conoció finalmente esa tarde, durante la primera clase del seminario de da‘wah que se impartiría durante dos semanas. La mezquita estaba llena, más de lo habitual, incluso con algunos hombres al fondo, separados por la cortina reglamentaria.
Mirian era tan magnética como decían: alta, de piel clara y porte elegante, hablaba con una mezcla de sencillez y firmeza que cautivaba. Vestía con modestia, pero su presencia era imposible de ignorar. Tenía apenas 34 años, pero transmitía la seguridad de quien ha vivido más. Era madre de un niño de 8 años, fruto de un matrimonio que, según dijo en su charla introductoria, fue una etapa, pero no su destino.
La charla giró en torno al papel de la mujer en la da‘wah, cómo transmitir el mensaje con sabiduría y sin juzgar, cómo usar las redes sociales con propósito. Varias veces nombró a Malik con respeto, por su labor como sheij en la isla. Y cuando terminaron, lo saludó con una sonrisa franca.
Pilar observó desde lejos. No con celos —porque no era una mujer celosa—, sino con una intuición difícil de ignorar. Había algo en la manera en que Mirian miraba a su esposo: admiración pura, sin reservas. Algo que ella misma, Pilar, no recordaba haber sentido nunca.
Y lo más silencioso... fue la manera en que él le respondió. Con respeto, sí, pero también con una curiosidad limpia. Como quien encuentra a alguien que habla su idioma sin necesidad de traducción.
Esa noche, en casa, Pilar le sirvió la cena en silencio. Él se la agradeció como siempre, y después de isha, se encerró a leer un libro que Mirian le había recomendado en voz baja.
No dijo más.
Pero el mar, frente a la ventana, seguía agitado. Como si también presintiera que algo nuevo se avecinaba.