La vida en la casa de Pilar y Malik transcurría entre rutinas familiares y silencios compartidos. Habían logrado una dinámica funcional, casi perfecta a los ojos de los demás. Los gemelos, con su risa constante y preguntas sin fin, llenaban la casa de vida. Pilar los llevaba al colegio en las mañanas, preparaba sus meriendas con dedicación, y por las tardes revisaba tareas mientras esperaba a que Malik volviera de la mezquita.
Él, por su parte, seguía con su habitual compostura. Estudiaba, atendía consultas, dirigía las clases, lideraba los círculos de tafsir. Era un hombre recto, admirado por muchos y cercano con pocos. Pilar sabía que había sido su primera experiencia matrimonial, y también su primer vínculo íntimo. A veces eso hacía que sus necesidades fueran más intensas y frecuentes que las de ella, algo que intentaba llevar con paciencia y comprensión, aunque en su interior sentía que a veces no lograba estar a la altura de lo que él, silenciosamente, necesitaba.
—¿Estoy fallando? —se preguntaba en las noches, cuando él ya dormía, con el respirador suave que usaba por su leve apnea.
No había discusiones, no había gritos. Pero tampoco había fuego. Solo brasas que se encendían algunas veces por costumbre o deber, más que por deseo.
La llegada de Mirian removió algo que Pilar no sabía que aún estaba dormido.
Desde su primera charla, algo cambió en la comunidad. La joven musulmana venida de Caracas, con su tono pausado, ideas claras y una espiritualidad que se percibía sin esfuerzo, comenzó a ganarse el respeto de todos. Incluso Pilar la miraba con cierta admiración. Era imposible no hacerlo: era una mujer íntegra, inteligente, disciplinada y serena.
Mirian hablaba de da‘wah como un deber espiritual que requería equilibrio entre la compasión y la firmeza. Citaba fuentes, compartía experiencias, y nunca hablaba más de lo necesario. Mantenía límites claros con los hombres y una modestia incuestionable. A pesar de su juventud, parecía tener una sabiduría ganada con esfuerzo, no por simple edad.
Pero también, Pilar notó otras cosas.
Pequeños gestos. El modo en que Malik, normalmente distante con todos, mostraba una atención especial cuando Mirian tomaba la palabra. Cómo se inclinaba levemente hacia adelante, cómo hacía preguntas para profundizar en los temas, cómo incluso sonreía —esa sonrisa apenas visible que reservaba para momentos especiales.
No había nada indebido, nada fuera del marco islámico. Y sin embargo Pilar sentía.
Una noche, luego de haberlo notado por tercera vez en la semana, decidió hablar con una hermana de confianza.
—Hermana Zaynab ¿tú conoces bien a Mirian?
—Sí, claro. La conocí hace años, cuando recién se convirtió al Islam. La he seguido desde entonces, la admiro mucho. ¿Por qué lo preguntas?
—No es nada malo. Es solo que está trabajando muy de cerca con mi esposo. Y quería saber un poco más de ella. De mujer a mujer.
Zaynab la miró con ternura, entendiendo lo que Pilar no estaba diciendo.
—No es una mujer fácil, Pilar. Es una mujer que ha sabido reconstruirse desde la fe. Viene de un divorcio difícil, y ha criado a su hijo prácticamente sola. Es devota, íntegra. Si estás preocupada, no lo estés por su carácter. Pero… es una mujer que inspira. Y eso, a veces, mueve cosas profundas en los hombres, incluso sin que ellas lo busquen.
Pilar asintió en silencio.
Esa noche, al volver a casa, sirvió la cena como de costumbre. Malik llegó un poco más tarde, con su mochila y un pequeño libro que Mirian le había prestado: "Las virtudes del esfuerzo callado". Lo dejó sobre la mesa antes de ir a rezar.
Ella lo observó. Aún era el mismo hombre que la había elegido con respeto, que le había ofrecido estabilidad y propósito. Aún era el padre de sus hijos, su compañero, su hermano en el Din.
Pero por primera vez, sintió que no era solo suyo.
Se sentó frente al espejo antes de dormir, se quitó el velo con lentitud. No se sentía menos que Mirian. Solo distinta. Pilar era estructura, contención, deber cumplido. Pero Mirian.. parecía traer consigo una luz que encendía algo dormido en los demás.
No era una amenaza. Era un espejo.
Y Pilar no sabía si estaba lista para mirar con honestidad lo que ese espejo comenzaba a mostrarle.